XIV - Volad águilas, volad a casa.

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La luz volvió a encenderse de repente en toda la guarida, pero no fue bien recibida para mis cansados ojos. Me cubrí la cara con las manos, en parte para taparla de la luz, en parte para sostenerme la cabeza, que aún me dolía, incluso más que antes.

- Harrier. – La voz severa de Taka resonó en mis oídos como una canción de esperanza. Levanté la cabeza y la miré por entre mis dedos. - ¿Estás bien?

- Sí. – Respondí mientras ella me ayudaba a llegar hasta un asiento.

- ¿Qué ha pasado? ¿Te has golpeado en la cabeza cuando se ha ido la luz? – Dijo burlándose de mí. No estaba de humor, o estaba de demasiado buen humor como para rebajarme al nivel de sus insinuaciones.

- Es mi cabeza. No. – Rectifiqué. – Son mis ojos. Apaga la luz, por favor. – Le rogué. Sorprendentemente para mí, hizo lo que le pedí sin insultarme o soltar algún comentario irónico. Aparté las manos de mi rostro y parpadeé varias veces. – No creí que obtener la "visión del águila" pudiera ser algo incómodo.

- ¿Lo has conseguido? – Me preguntó, casi parecía ilusionada. La miré sin creerme que fuera la misma Taka de siempre. – Quiero decir, que está bien, ¿no?

- Sí, pero es algo confuso. Mis ojos... ¿siguen viéndose iguales? – Ella me observó, nunca la había tenido tan cerca.

- Se ven como siempre. – Me pregunté si eso lo decía porque nunca se había fijado demasiado en mis ojos o porque sí lo había hecho y realmente le parecían iguales.

- Creo que se me está pasando el dolor de cabeza. – Fue la única cosa que pude articular mientras ella seguía mirándome fijamente. Taka se apartó un poco

- ¿Qué ves? ¿Cómo es tener poderes?

- ¿Poderes? – Le dije extrañado. La "visión del águila" no era algo normal, eso estaba claro, pero de ahí a llamarlo poderes.

- Puedes ver en la oscuridad. – Señaló ella.

- No exactamente. No hay luz, sólo veo los bordes de las cosas, la profundidad... - Me dirigí hacia el interruptor de la luz y volví a encenderlo. – Veo... cosas que no veía antes. Veo las huellas de tus botas en el suelo. – Coloqué la mano en la pared y luego la retiré. – Veo la marca de mi mano. Es muy raro. – Me giré hacia ella tan bruscamente que la sorprendí. - ¿Sabes por qué se ha ido la luz?

- Ni idea.

Estuvimos hablando un rato más, nunca había estado tan amable conmigo y yo no sabía que le había hecho cambiar su forma de ser tan repentinamente. Antes, al menos podía saber que simplemente me odiaba, por la razón que fuera, pero ahora me encontraba confuso. Cuando me sentía lo suficientemente seguro salí de la enfermería.

Habían pasado unos pocos días, pero yo, como todos los demás, podía notar que algo no iba bien. El ambiente se notaba cargado y confuso. Dijeron que la luz se había ido por una subida de tensión, pero a muchos sólo les parecía una excusa. Visité a Antonio, mientras estaba inconsciente en la enfermería. Nadie quiso darme mucha información de lo que le había pasado. Cuando despertó, antes de volver a marcharse, me entregó un "Fragmento del Edén", el cual había hallado en uno de sus viajes en solitario. Dicho artefacto, el cual, según Antonio, los Templarios llamaban "La Armadura de Júpiter" se guarda desde entonces en la guarida de Madrid. A mí me pareció sólo un trozo de lana.

Recuerdo que le pregunté por qué iba por su cuenta. Por qué no seguía el camino junto a los demás Asesinos, sus hermanos. Me respondió que era, en gran parte, porque tenía un hogar, una familia con la que regresar. Recuerdo que me pregunté si esa era la razón por la que yo permanecía allí, porque la Hermandad de Asesinos era mi única familia. Ellos eran... son todo lo que tengo.

Assassin's Creed: El legado del águila.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora