XVII - Asalto al castillo.

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- Saiz. - Le llamó Desmond. - ¿Qué os ha hecho venir a por nosotros? - Le preguntó intrigado, delante de todos para que pudiéramos oír la respuesta. Saiz, sin embargo, se acercó a Desmond y le dijo algo que nadie más pudo oír. Desmond se echó un paso hacia atrás y volvió a hablar en voz alta.

- No es momento para secretos Saiz. - Aseguró Desmond. - Lo que tengas que decirme, díselo a todos. - Saiz dudó un instante antes de hacerlo, pero finalmente habló.

- Dimos por casualidad con una mujer que nos entregó la información, señor. Dijo que estabais en peligro. Dudamos de que fuera una trampa, por supuesto, pero no podíamos arriesgarnos a que fuera verdad. Así que decidimos hacerla caso y venir a por usted, mentor.

- ¿Qué persona tendría esa información? - Preguntó Adelaar.

- ¿Una Templaria traidora? - Propuso Orel.

- Algo querrá de nosotros. - Aseguró Kartal.

- Seguramente no lo habríamos conseguido sin ella. - Recordó Desmond. - ¿Dónde está?

- Está fuera, con dos de mis hombres. - Dijo Saiz. - Tenían orden de matarla si no conseguíamos salir con vida de este túnel.

- Vamos con ella. - Anunció Desmond muy seguro encaminándose hacia la salida.

- Mentor. - Le detuvo. - Se trata de Lucy Stillman. - Soltó Saiz finalmente y señaló el lugar concreto cuando salimos de aquel cochambroso túnel. Desmond no dijo nada, sólo volvió a echar a andar, pero nosotros decidimos no seguirle. Hablaron un rato, no sé muy bien de qué. Después de unos minutos, Desmond la desató y la dejó irse. No sé cuáles fueron sus razones, pero no me importan, porque confío en el criterio del mentor.

- No digáis nada de esto en vuestros informes. – Sonaba más a una petición que a una orden. – Lucy Stillman no ha estado aquí.

Sin hacer comentarios, fuimos directamente al castillo. Recuerdo que en aquel momento rememoré una canción que solía poner Orel en su equipo de música, aunque no recuerdo que canción era. Sólo sé que, durante el camino al castillo de Masyaf, no pude quitármela de la cabeza. Una mujer cantaba: Que el mal me haga hoy su esclava, que la muerte me haga estremecer. Y luego un hombre respondía: Que el miedo bañe tu mirada, que el viento gima por los.

No sé de qué hablaba la canción realmente, pero en ese momento, recuerdo que pensé que esas dos frases estaban escritas para mí. Quería pensar en Masyaf, en la batalla, quería pensar en Taka, pero no dejaba de pensar en Sarah. En cómo habría llegado a formar parte del ejercito Templario.

- Taka, Harrier. - Dijo Desmond llamándonos la atención. Él conducía el coche en el que nos dirigíamos al castillo. - Sé que están pasando demasiadas cosas, pero no podeís estar distraídos ahora.

- Sí, mentor. - Respondí al instante. Taka tardó un poco más en responder, pero también sonó convencida.

Desde que me empecé a sentir que era de verdad un Asesino, siempre soñé con conocer Masyaf. Entrar en el castillo de mis antepasados y admirar los lugares que veían cada día los ojos de Altair. Peregrinar allí como quien va a la Meca y sentirme como en casa. Ahora, iba a entrar en el castillo por la puerta de atrás, me sentía intruso en mi propio hogar. Había que recuperarlo a toda costa. Aparcamos lejos y avanzamos matando a los terroristas y Templarios que guardaban los alrededores. Para llegar en el castillo, antes hay pasar por el pueblo de Masyaf y luego hay que atravesar lo que queda de la muralla de la fortaleza, que, a pesar de no haberse mantenido en pie, multitud de guardias la vigilan. Nuestro plan es arriesgado e inusual para nuestro estilo de lucha, pero es sencillo. El ejercito que nos proporciona Saiz abre el camino y los demás subimos niveles poco a poco, hasta llegar hasta donde esté el gran maestre. Debemos ser rápidos si no queremos que el Templario tenga la oportunidad de escapar.

Assassin's Creed: El legado del águila.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora