Capítulo 8.

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Que vida tan complicada.

Mi cabeza punzaba y mis ojos ardían. Pero a pesar del dolor, realmente amaba esos minutos al despertar, justo antes de recordar lo difícil que era mi vida.

Como un flashback aparecieron todos los eventos ocurridos la noche anterior, formando un doloroso nudo en mi garganta. Era un asco siquiera pensarlo.

   Al abrir los ojos recordé que no estaba en mi habitación, sino en la de Evan.

   Me senté en mi sitio, tomé mi teléfono de la mesita que estaba a mi lado derecho, puse la cámara frontal para usarla como espejo. Hice un gesto de mal gusto al ver todo el maquillaje corrido por el llanto, desde mis ojos hasta mi barbilla.

   Las limpié un poco con mis manos.

—Buenos días dormilona —Evan musitó entrando a la habitación, cargando una charola plateada —. Te he traído el desayuno.

Evan colocó la charola suavemente en mi regazo.

    —Yo, en realidad... Solo tomaré esto —señalé el vaso de jugo de naranja.

    —Deberías comer un poco, los huevos revueltos me quedan deliciosos.

   Fingí una leve sonrisa.

    —Está bien, pero solo un poco —refunfuñé.

    —Bien, en tanto comas.

    —¿Comes conmigo? —señalé los huevos con mi dedo índice.

   Evan asintió con la cabeza.

   En cuestión de minutos acabamos con todo lo que había en la charola.

    —Ves, si tenías hambre —dijo, victorioso.

   Mi teléfono vibro, mostrando el nombre de Mike en la pantalla. Con rapidez negué la llamada y lo deje en modo avión.

   Miré fijamente mis manos que sostenían el vaso de jugo casi vacío, lagrimas gruesas comenzaron a escapar.

    —Oh no... lagrimas no —Evan se quejó, apartando la charola y dejándola en la mesita del lado izquierdo—. Ven acá —abrió sus brazos, yo me acerque a él mientras me acurrucaba a su alrededor.

   Besando la parte superior de mi cabeza, Evan puso su barbilla arriba mientras una pequeña sonrisa aparecía sobre mis labios.

    —Lo siento —murmuró en voz baja.

    —¿Por qué? —acaricié mi cabeza en la suave tela de su camiseta.

    —Anoche hablaste mientras dormías —se detuvo por unos segundos—; te preguntabas el por qué verme haciéndolo con una chica te resultaba, doloroso.

   Mis mejillas se calentaron. Hace mucho que no hablaba dormida, o al menos eso creía yo.

    —¿Realmente dije eso?

    —Si. Lo lamento —bajo la mirada, como esos niños que acababan de romper el jarrón favorito de su madre.

    —No te disculpes, tú puedes hacer lo que quieras.

    —Sé que no quiero que eso se repita de nuevo —aseguró.

   Nos quedamos en silencio por un tiempo, una contención de paz y tranquilidad recorrió mi cuerpo. Hace mucho que no me sentía de esta manera.

    —¿Estas mejor?

    —Supongo.

    —Bien, voy a dejarte un rato sola para que te duches.

Bonita Pesadilla.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora