•Bad Girls Club• ||Andy Biersack, Ronnie Radke||

Capítulo 18.

•Skylynn P.D.V:

—Pasa —oi la voz de mi madre seguido de una risita y un "no basta cariño". Hice una mueca y abrí la puerta.

  Me encontré con mis padres en su cama muy cariñosos, tanto que me harían vomitar brillos y dulces.

—¿Qué quieres hija? —preguntó mi papá sin quitarle la mirada a mi mamá.

—Voy a salir por un momento ¿Me prestas el auto?

—¿La palabra mágica?

—Por favor —bufé con fastidio.

—Bien —dijo. ¡Mi padre le mordió coquetamente el lóbulo de la oreja a mi madre!

—Vayan a un motel —dije asqueada.

—No lo necesitamos, tu vas a salir —dijo, mi madre le dio un golpecito en el pecho divertida.

—Okay... Yo me voy —dije cerrando la puerta. Baje las escaleras y tome las llaves que estaban en el mueble, salí de la casa cerrando la puerta detrás de mi y me subí al auto.

Bien... No se manejar ¡pero! aplicare lo aprendido cuando veía a mi papá, no debe ser tan difícil. Es como andar en bicicleta ¿No? Pero... Tampoco se andar en bicicleta...

«"Eres un desastre..."»

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—¡¡Ya muévase anciana!! —le grité a una abuela.
La señora estaba hace diez minutos tratando de cruzar la puta calle. La vieja me miro feo y con su cartera golpeo el auto—. ¡¡Oiga no haga eso!!

Me baje y me acerque a ella.

—Jovencita malcriada —me amenazó con la cartera, oh esta señora busca pelea—. ¡Pideme disculpas!

—En sus sueños, ahora muévase —la tome del brazo para llevarla al otro lado de la calle pero me gane un carteraso como respuesta.

—¡¡Ayuda!! ¡¡Esta delincuente me quiere robar!! —gritaba aun dándome carterasos.

—¡Ya basta! ¡Deje de hacer eso! —me quejaba. Odio a los ancianos especialmente las abuelas, se hacen pasar por débiles cuando llevan un arma con ellas, las carteras deberían ser ilegales.

...

—¿Tu otra vez? ¿Ahora le  robas a las ancianitas? —preguntó el oficial Bowers, sip el mismo de hace unos días atrás.

—¿¡Qué!? ¡No! —dije mirando a la anciana que tenía cara de inocente—. Sabe, mi amiga esta en peligro debo irme —dije llendo al auto pero el oficial me detuvo.

—Antes pídele disculpas a la señora aquí presente —me dijo en un tono firme.

Hice una mueca de horror.

—La que me tiene que pedir disculpas es ella, adiós... —dije subiendo al auto—, perras.

El auto no arrancaba... Mierda.