CARPE DIEM

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"Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él"

(Salmos 118:24)

Fue Horacio, el poeta romano, quien acuñó la frase en latín carpe diem, que ha llegado a ser muy popular y que significa algo así como: "vive el momento", "Aprovecha el ahora". Los hedonistas la han tomado para dar riendas sueltas a sus pasiones y deseos. Los ateos para aferrarse cada vez más a la vida presente. Los deterministas asumen la frase como algo sobre lo que no podemos decidir y que está determinado a que suceda; algo que está preconcebido por algún ente cósmico sobrenatural y por tanto no hay nada que decidir y aún si decides, al final decidirás lo que se había dispuesto que decidieras. Pero cómo asumiríamos esa frase, nosotros los cristianos, en caso de querer asumirla.

Antes de que existiera Horacio, e incluso, antes de que llegara a existir el Imperio Romano, la Biblia hacía referencia a un carpe diem distinto. En el Salmo 118:24, el salmista, con jubilosa poesía, nos anima a vivir el momento en Dios, a gozarnos en el día que él ha creado, a disfrutar de lo que él ha hecho para nosotros. Pero por encima de todo, a extasiarnos en el que nos ha dado todo lo anterior. A poner énfasis en el dador de las dádivas y no tanto en lo que él suele dar. Así debe mirar un creyente cada jornada. Cada día es una oportunidad de disfrutar de aquél que nos ha dado todo. El escritor sagrado lo expresa así: "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (Romanos 8:32)

Se le atribuye a Borges, el escritor argentino, la frase "la vida se teje con hermosos hilos de instantes". Tengo la impresión de que es cierta la sentencia. Sin embargo, ¿qué tal está quedando el tejido de instantes de cada uno de nosotros? ¿Bello y armónico, o grotesco y poco concordante a lo que en verdad quisiéramos? ¿Estamos viviendo para nosotros mismos, o para Dios, nuestro Señor? He aquí el dilema.

Agustín de Hipona, en su lucha por aplacar a su conciencia culpable y obedecer a quien lo llamaba al ministerio, hizo una oración poco convencional e improcedente, pero sincera: "Señor, hazme casto pero todavía no". Pedía una prórroga para hacer mal las cosas y ponerlas en orden más tarde. Quería vivir para sí mismo, para su lujuria y su concupiscencia. Pecar un poco más y luego arreglar la vida. Quería vivir el ahora creyendo que se le daría un después, aunque no podía estar seguro de ello. De cierto Agustín tuvo un después, pero lamentó siempre no haber usado aquel tiempo para glorificar a Dios. Con esa pena tuvo que vivir. Perdonado por todo, pero lamentando aquella reticencia que le privó de Dios por un irrecuperable periodo. Tal extravío debiéramos evitar.


"Vive el ahora, pero con Dios y para Dios. Actuar de otra manera es alocado y equívoco. No sabemos si llegará el mañana, no podemos decidir sobre lo que no existe, ni apropiarnos de lo que no es nuestro. Pero Dios nos ha dado el hoy para disfrutarlo en él. No un goce egoísta y hedónico. No un conformismo determinista, ni un aferrado anhelo de vivir por el mero hecho de ocupar el espacio finito de nuestra existencia. Nuestro carpe diem es para Dios, por Dios y en Dios. Lo hemos elegido así y nada nos podrá disuadir. Nadie nos podrá quitar tan sagrada consigna, ni tan elevado propósito."

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