Reflejos

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Siempre veneré el poder del agua, es fascinante como puede cambiar el paisaje de una manera tan radical. Cuando joven, tenía muchas ambiciones, y por tanto me dije sería como el agua, sin saber que esta sería responsable de lo que me pasó.

Las nubes galopaban por el costado del cerro, anunciando una tromba inminente. Me encontraba caminando por las frías calles de Tijuana, pocos autos pasaban a esa hora. Durante la mañana había caído una lluvia demencial y el resto del día sólo se limitó a una llovizna.

Los charcos no se hacían esperar, encontraba uno cada cincuenta metros cuando mucho. Realmente era una fortuna caminar y no toparse con uno, pero no fue mi caso. Un enorme charco bloqueaba la calle principal, impidiéndome llegar a la calle Laurel.

Analicé el charco y me dí cuenta de que no podría atravesarlo. Derrotado por la naturaleza, decidí tomar otra calle y rodear, pero en cuanto me volteé me fui de espaldas. Me froté los ojos, los abrí lo más que pude para no perder detalle; fue en vano, no había nada.

Podía afirmar que miré a una persona sonriendo, pero no una cualquiera, sino a mí mismo. Empecé a temblar de miedo y frío, más de uno que del otro. No podía explicarme lo que vi, pero poco a poco me convencí de que fue sólo una ilusión.

Me puse en pie, caminé por la otra calle y rodeé el gran charco. Cuando lo hube superado, volteé a verlo. Curiosamente ese charco no reflejaba nada, era opaco y dentro de él parecía crecer un abismo. Me asomé para ver tal rareza, al hacerlo, mi reflejo fue lo único que podía verse. Era como si yo estuviera dentro. Tomé una piedra que había cerca, la lancé al charco esperando que salpicara, pero no fue así. La piedra entró limpiamente, nunca escuché que llegara al piso, fue como si solamente se la hubiera tragado.

Me asomé nuevamente al charco, en esta ocasión mi reflejo sostenía la piedra. Puse cara de terror, pero mi reflejo en vez de imitarme sólo se limitaba a sonreír.

Asustado, abandoné la zona. Corrí lo más rápido que pude, mas no lograba escapar de mi reflejo. En cada charco estaba él, sonriendo en tono burlesco.

Me dí cuenta de que no podría escapar, que mientras el día siguiera lluvioso, estaría a su merced. Sabiendo esto me detuve, cogí todo el valor que me fue posible y lo encaré.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunté sin doblegar la voz.

No me respondió. Insistí de nuevo con la pregunta, obteniendo el mismo resultado. Cuando estuve a punto de preguntar por tercera vez, me dirigió una seña, pedía me acércase.

Inocente cual niño me vi en aquel entonces al acercarme un poco, pero no le fue suficiente esto, me quería más cerca. Cuando estuve casi al borde del charco, unas manos heladas me tomaron del cuello, apretaron con fuerza, hundiéndome así en un negro abismo.

Cuando desperté, observé a más personas a mi alrededor, muchas con miedo. No entendía lo que había pasado. Deambulé por ese oscuro lugar, buscando respuestas que no lograba conseguir; o más bien, que nadie quería darme. No fue sino hasta que miré por algo parecido a una ventana que comprendí ciertas cosas.

Una persona idéntica a mí se encontraba en lo que antaño fuese mi hogar. Él volteó a verme, me dedicó una sonrisa y volvió con mi familia. Quedé estupefacto por lo que vi.

Después de un tiempo de estar en este sitio tan extraño creo haber encontrado una forma de salir, lamento mucho lo que haré, pero es la única forma de impedir que me siga suplantando ese tipo.

Hoy es un día lluvioso, un joven muy perecido a mí camina por las calles, espero a que pase frente a un charco y estiro los brazos.

Crónicas del miradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora