Se encontraba sentado observando su taza de café, nadie había advertido su despertar a altas horas de la noche. El café se enfriaba y Emilio parecía perdido en un mundo distante. El reloj avanzó con gran rapidez y él no se movió de su lugar. Al llegar la mañana, su madre fue la primera persona en encontrarlo. En cualquier otra circunstancia, una madre se hubiera preocupado porque su hijo tuviese esa apariencia de un ser extraño, pero no fue así, la señora Diana solo le reclamó el que estuviese sin hacer nada. «Deberías ponerte a hacer algo útil y no estar ahí nomás sentadote como idiota», fue el reclamo de su madre. Emilio ya estaba acostumbrado a estos tratos, motivo por el cual no se inmutó en lo más mínimo.
Era lunes, tenía que asistir a la escuela, pero no estaba seguro de ir. Se sentía mal, además no creía que fuese capaz de aguantar toda una jornada de estudios sin haber dormido casi nada. «No vayas, quédate en casa, nada tienes que hacer allá», le instaba un pensamiento. Emilio no le prestó atención y volvió a su recamara, buscó su uniforme y alistó su mochila. Cuando estaba listo para irse, se acordó de algo importante, así que regresó a su cuarto y se puso a buscar su medicamento, un pequeño frasco de prozac. Tomó su dosis diaria y salió camino a la escuela. El prozac tardaba un poco en hacer efecto, y siendo sinceros, a Emilio no le gustaba. Casi nadie sabía que lo estaba tomado, no lo decía por temor a que lo creyeran un loco, si de por sí ya le era difícil lidiar con su enfermedad, ahora con señalamientos le resultaría casi imposible mantenerse cuerdo.
La escuela era uno de sus sitios menos agradables, no por las materias o los profesores, eso era lo de menos, lo que en verdad le desagradaba eran los alumnos. Chicos en su mayoría promedios, con temas comunes para conversar, charlas y juegos que él apenas comprendía. Con trabajo había logrado entablar una amistad con unos cuantos compañeros de clase. A pesar de todo lo antes mencionado, Emilio tenía pareja, una chica muy especial para él, pues a pesar de todo lo que significaba lidiar con una persona de su condición, ella seguía a su lado. Ella era la única razón por la cual lograba tolerar la escuela, de lo contrario Emilio no iría.
Las clases transcurrían de forma normal, nada extraño sucedía, al cambio de hora salió para ver a su novia. Aunque solo disponían de unos cuantos minutos, a Emilio le bastaban para sentirse bien. Aunque solo la viera, eso era suficiente para él.
El prozac estaba funcionando bien, su relación iba viento en popa, no había tenido episodios de ansiedad desde hace días, sus compulsiones cada vez eran menos, lo mismo que esos pensamientos obsesivos. Esas voces que le decían que hacer, ahora eran un suspiro en la increíble nada; pero Emilio no se sentía a gusto, se sentía atado, cautivo, reprimido. Los días siguieron su paso, él pasaba tiempo con su novia, aprovechando cada instante del que disponían, todo con el sello característico de ambos.
El resto del día en que no la miraba, no disponía de ánimos para salir de su habitación. Su madre no le tomaba importancia, «ya se le pasará esa pendejada», solía decir. ¿Entonces qué hacía en su habitación todas las tardes? Eso ni yo lo sé, o más bien, aún no debo contártelo. Solo diré que nunca desaprovechaba el tiempo.
En las noches comenzaba un martirio para el pobre Emilio, su dosis le mantenía a raya los pensamientos, pero solo durante el día, volviendo estos de golpe durante el ocaso. El insomnio era el principal problema a enfrentar. Un vaso de leche tibia funcionaría para algunos, mas no en él. ¿Leer? Si leía y le gustaba, podía amanecer, lo cual en cierto modo resultaba igual. Emilio intentaba de todo, pero se negaba a tomar más medicamentos. «Sabes que lo quieres, deberías tragar de una vez todo el frasco de pastillas, así podrías dormir a gusto», le instaba un pensamiento. Emilio siempre negaba con la cabeza, no quería que esos pensamientos lo consumieran. La mejor forma de combatirlos en esos casos, era una ducha con agua fría. Mientras lo hacía, sus pensamientos parecían organizarse, era capaz de ver con un poco de claridad su entorno, lograba identificar las metas que quería alcanzar, pero mucho más importante, podía ver el recuerdo de su novia. «Lo único bueno que tienes en esta vida Emil», le asaltaba un pensamiento. «Ya lo creo, ya lo creo», solía decirse ante estos pensamientos. Una vez fresco, se metía en cama, elevaba una oración pidiendo por el bienestar de ella, imaginaba su rostro por enésima vez y se dejaba caer al sueño. Sus pensamientos no lo dejaban en paz incluso al dormir. En más de una ocasión lo apabullaron con pesadillas, tales como perder a su amada, verla con otra persona que estaba más sana y con buen juicio... Siempre solía despertar agitado, creyendo que en realidad había sucedido semejante sueño. Después de tranquilizarse un poco, se daba cuenta de que solo había sido una pesadilla, nada real, pero el susto no se lo quitaba nadie. En realidad, las noches eran un episodio horrible para él.

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Crónicas del mirador
Altele¿Qué observan? ¿Qué sienten? ¿Quiénes son? ¿Qué piensan? Preguntas recurrentes que uno se hace al encontrarse con personajes desconocidos. Conoce sus historias y descubre un nuevo mundo adentrándote en sus crónicas. *** Crónicas del mirador es...