No puedes dormir, la pregunta es ¿Por qué? Dime, ¿tienes miedo?
Podrías dar mil y un motivos para tu insomnio, pero sincérate contigo, ¿Qué te impide dormir?
Te recuestas a un lado, te das la vuelta, acomodas tu almohada; nada te ayuda a conciliar el sueño. Te sientas y observas un punto cualquiera en la obscuridad de tu habitación. Piensas en tu día, tus acciones, lo que no hiciste. Al final, siempre es igual, hay mucho que pensar y poco que hacer.
Sales de la habitación para una meada ocasional. Como ya es costumbre, al apagar la luz del baño, sólo quieres regresar a la seguridad de tu cama. ¿Por qué? No hay nada fuera.
Escuchas los ladridos de los perros y a uno que otro gato. Si pones atención, incluso oirás a las pocas personas que recorren las calles de noche. Pero todo ésto es pura ambientación que te distrae de lo verdaderamente importante. ¿Por qué no puedes dormir?
¿Ya tienes la respuesta? Seguramente ni siquiera sabes si hay una, o tal vez no respondes porque niegas la realidad.
Vas a la cocina y tomas un vaso de agua, un segundo, inclusive un tercero. Admiras tu cocina, pequeña y sucia. Dicen que tu casa siempre es un reflejo de cómo eres. Dejas el vaso en el fregadero y te diriges de vuelta al cuarto. Igual que cuando vas al baño, tu único pensamiento es ya no estar ahí al apagar la luz.
Piensas que si lees un poco podrás dormir. Tomas del estante cualquier libro, lo abres al azar y comienzas tu lectura. ¿Qué lees? Bueno no importa, ni siquiera pones atención. Aún piensas en algo, pero ¿En qué?
Te quedas con la mirada perdida, tu cara expresa cierto dejo de temor. ¿Qué has recordado?
Sacudes la cabeza y cierras el libro. Te envuelves en las cobijas como un tamal.
-Uno...dos...tres... -dices en voz baja. Veo que ahora cuentas ovejas-. Cuatro...cinco...
Cuentas durante un largo rato, sobrepasas el millar y sigues sin dormir. Dicen que una ducha nocturna ayuda, deberías intentarlo.
Sales de tu capullo de lana (o lo más parecido que tienes) y vas de nuevo al baño. Abres la llave del agua calienta y la dejas correr un momento. Te despojas de tus prendas. Ya sin ropa, te observas frente al espejo. «¿Cómo llegué a esto?», te preguntas viendo la piel flácida colgar libremente.
Entras a la ducha, el agua parece relajarte. Todo va bien hasta que aparece una araña. Bendita fobia la tuya. Te pegas a la pared y no te mueves. Esperas que así como vino, se vaya. Pareces andar de suerte pues se aleja. Cierras la llave y sales del baño con una toalla envolviendo tu cuerpo.
Llegas al cuarto y te pones la primer ropa que encuentras. Te acercas a la ventana para ver a la ciudad respirar de noche. «Es una buena ciudad, como para morirse», piensas al ver sus luces moribundas.
Dejas la ventana abierta y vuelves a la cama. Tratas de vaciar tu mente de cualquier pensamiento, pero es muy difícil. Suspiras y ves el reloj. Son las tres de la mañana. Tu familia llegará en cuatro horas, necesitas dormir para poder recibirlos.
Das más vueltas en la cama que un perro antes de acostarse, suspiras más que una niña recién enamorada y vas al baño más veces de las que un bebé se hace en sus pañales.
Vuelves a ver el reloj, apenas ha pasado media hora. Maldices tu insomnio, aunque realmente maldices su causa.
Entre maldiciones y demás, el sueño llega y te entregas con docilidad.
Mientras duermes, sueñas con lo ocurrido en el día:
«Desayunas como siempre una sopa con un sabor rancio, pero no puedes comer otras cosas. Sales a caminar (que en tu caso se traduce a tu rutina de ejercicio intenso), paras por un licuado con doña Mary, quien siempre te tiene listo tu favorito. Luego algo borroso, no ves nada, todo es confuso, tu mundo da vueltas. Cuando vuelves a tener imagen, estás en un hospital. Doña Mary te acompaña. Te has desmayado. El doctor habla como perico, no se da cuenta de que has despertado. Te quedas observándolos hasta que se percatan de tu presencia. Doña Mary se acerca a ti, pero el médico la aparta. Éste sonríe con diablura, o eso piensas, pues nunca te han agradado. Una charla, un consejo, una revisión, una receta, un apretón de manos y vuelves a ser libre. Regresas a tu casa, pero tu ánimo no es el mismo. Ya no comes nada en el día y sólo te la pasas en tu sillón leyendo el periódico».
El reloj marca las ocho de la mañana, aún duermes. Tu familia aún no llega. No das señales de querer despertar, eso es bueno, te hace falta ese sueño.
Media hora más tarde, llega tu hijo, Andrés, junto a su esposa. Entra con la llave que le diste y se sorprende al no verte en la sala leyendo el periódico. Su esposa señala algo en la mesa. Tu hijo se acerca y ve que es un sobre. Lo toma y extrae la hoja. Es del médico, comienza a leer y su semblante cambia. Su esposa lo mira desconcertada. Deposita el sobre en su lugar y corre a verte. Sus fuertes pasos te despiertan.
Sales de la cama y le abres la puerta, él te abraza y tú haces lo mismo.
-Acabo de leer el sobre del médico -te dice con voz quebrada.
-Patrañas de los doctores -le dices sin creerlo.
-Cuanto lo siento. Perdóname por no estar contigo tan seguido, te prometo que estaré más pendiente de ti.
Le agradeces y te lleva de paseo. Antes de salir de la casa te acercas a la mesa, tomas el sobre, lo lees por última vez y lo tiras a la basura. Subes a su coche y desaparecen en la primer calle.
En la papelera, muy visible, se lee una línea: «Cáncer».
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Crónicas del mirador
Random¿Qué observan? ¿Qué sienten? ¿Quiénes son? ¿Qué piensan? Preguntas recurrentes que uno se hace al encontrarse con personajes desconocidos. Conoce sus historias y descubre un nuevo mundo adentrándote en sus crónicas. *** Crónicas del mirador es...