Nico se levantó a toda prisa, mirando a Will totalmente a alerta.
—¿Qué ha pasado?
—Mi padre... Apolo acaba de recitar una profecía. Y en ella, menciona a un hijo de Hades. Tú eres el único en el campamento. Nico, tienes una misión por delante.
Nico sintió como el mundo se le caía encima. Se sentó en la camilla, aún en shock, y se llevo las manos al rostro, tratando de esconderse. ¿No había tenido bastante? Pensó en Bianca, en Percy, pensó en el Tártaro. No quería volver a poner su vida en peligro, y menos ahora, ahora que parecía que todo iba a solucionarse, ahora que parecía que podía vivir una vida feliz.
Miles de pensamientos llegaban a su cabeza, todas las muertes que había visto, todo lo que había sufrido. Pero como siempre, no podía rendirse.
Con esfuerzo levantó la cabeza.
—¿Y qué dice esa maldita profecía? —su voz sonó más dura de lo que pretendía.
Will lo miró con tristeza, pero en el fondo de sus ojos, Nico creyó ver...¿Emoción?
- Esto... Sí, te la recito. —cogió aire, y soltó de carrerilla —"Cuatro mestizos seguirán por el camino; //Que Cupido para Apolo marcó alguna vez// A un hijo de Hades lo llama el destino//A la lira y el carro les persigue vejez...//Poned vuestra esperanza en el vino."
Nico parecía confundido, pero antes de que pudiese comentar nada, Quirón apareció an trote.
-Nico, Will. Reunión en la Casa Grande, venid conmigo.
Los muchachos se miraron entre si, y siguieron al centauro sin protestar. Al llegar, vieron a Apolo en la puerta, completamente pálido. ¡El Dios del sol estaba pálido! En cualquier otra situación, Nico se hubiese reído.
Will miró a su padre, serio. El muchacho presentía lo que se avecinaba, y al entrar en el edificio, comprendió que no se equivocaba.
Reyna, Nico, Pólux y él mismo.
—Chicos... - se notaba que Quirón estaba nervioso. Reyna carraspeo. — Y chica, claro. Como ya sabeis, Apolo acaba de proclamar una profecía. Una profecía que dice lo siguiente.
Reyna lo cortó, con el ceño fruncido:
—Quirón, ya sabemos lo que dice. Nadie de aquí es tonto, creo. También creo que todos sospechamos por qué nos has llamado a nosotros. El carro, Belona. Mi madre. La lira... es evidente. Y el vino. Parece que Apolo nos ha dejado bastante claro quienes iremos en esa misión, ¿Verdad?
Nico notó que la joven estaba furiosa, y comprendió aquello a la perfección. Ambos acababan de salir de una guerra en la cual habían jugado una papel importante, y ninguno de los dos tenía ganas de volver. Por no hablar de Pólux, hijo de Dioniso, quién había perdido a su hermano gemelo en la batalla del laberinto.
Apolo miró furioso a Reyna
-Escúchame bien, jovencita. Yo no elijo hacer profecías estúpidas, y menos mandar a uno de mis hijos —miró significativamente a Will— A una misión. ¡Y menos a una en la que se hable de Cupido!
El Dios salió furioso de la casa, dejando a los semidioses sorprendidos. Quirón se excusó, diciendo que podían marcharse y que ya hablarían del tema en la fogata. Salió tras Apolo, intentando alcanzarle.
Los jóvenes salieron. Reyna y Pólux marcharon, dejando a Nico y a Will solos.
El hijo de Apolo se sentó bajo un árbol, y Nico se sentó a su lado. Ninguno de los dos habló durante un rato, hasta que Will decidió romper el silencio.
—Siento que Papá se haya puesto así. La verdad es que esto tiene que ser muy duro para él. ¿Conoces la historia de Dafne?
Nico negó con la cabeza.
—Bien, escucha. Papá se burlaba de Cupido, diciéndole que él no era un verdadero arquero, y que no tenía la mitad de poder que él, el gran Apolo, dios del sol. Cupido se enfadó, y una vez que mi padre andaba por el bosque, le lanzó una flecha de amor, haciendo que se enamorase de una ninfa: Dafne. A su vez, el dios del amor le disparó otra flecha a la bella ninfa, una de desamor. Durante días, Apolo la siguió por el bosque, tratando de enamorarla. Ella, cansada de huir, le pidió a su padre que la convirtiese en árbol; así, no tendría que escapar más. Él escuchó las plegarias de su hija, y la convirtió en un hermoso laurel.
Después de acabar la historia, Will le cogió la mano a Nico. Este se sonrojó, y miró sus manos entrelazadas.
— Will, yo...
Los ojos de Will sonrieron entre los mechones de cabello que cubrían su rostro. Se acercó al oído de Nico, y le susurró:
—Cállate, di Angelo. No estropees el momento.
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