Cap 3: conversación nocturna.

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Pasados un par de minutos, Silvia dejó su llave en la mesilla y se giró para mirarme. Yo la imité y quedamos a un palmo la una de la otra.

-- ¿Cómo estás?-- preguntó.

-- Tumbada-- respondí. Tras una mueca por su parte, volví a hablar.-- Bien, estoy bien. Tengo trabajo, varios a la vez ahora, por cierto, salud, gente que me quiere y...

-- Me refiero al tema "rubia de ojos verdes"-- me interrumpió. Nada más pensar en la persona a la que se refería, el corazón me dio un vuelco y me giré volviendo a mirar al techo.

-- ¿A qué te refieres exactamente?

-- ¿Has hablado con ella?

-- ¿Hablar con ella? ¿De qué? Ya sabes lo que pasó y lo que me dijo. Ella no quiere saber nada de mí en ese aspecto. Solo somos compañeras que trabajan juntas y se llevan... ¿bien? De todas formas, yo tengo que hacer mi vida, no voy a esperar más tiempo. Tengo que seguir adelante-- expliqué mientras se formaban lágrimas en mis ojos.

-- Ana... Yo quiero que seas feliz-- confesó cogiendo mi mano. Yo le devolví el gesto aprentándola.-- No sé cuáles serían los motivos que la llevarían a hacer lo que hizo. Bueno, me los puedo imaginar, pero no diré nada. Sé que ella ha sido la persona que te ha hecho feliz mucho tiempo y que puede ser muy difícil olvidar esos momentos y mirar a otro lado pero, quiero que sepas que siempre estaré contigo. No lo olvides.

Giré la cabeza y la miré. Pocas veces puedes ver a Silvia sin una sonrisa y hablando seriamente como ahora, pero se agradecen las palabras. Le dediqué una sonrisa y después ella me abrazó.

--También puedes contar con Ruth-- continuó-- la muchacha es genial y veo que habéis hecho buenas migas.

-- Bueno... Es genial, sí. Pero no estoy preparada para salir con nadie.

-- ¿Quién ha dicho nada de salir? Yo solo decía de quedar con ella para hablar. ¿No me digas que te has fijado en ella?-- pude notar como sonreía de oreja a oreja en mi pecho.

Mierda. Silvia me había pillado completamente. Lo mejor es que seguro que lo sabía y ha buscado la forma de que lo dijera.

-- Te odio-- le dije.

-- Yo también te quiero, mi amor-- rió.

Pasaron unos minutos en un cómodo silencio y luego volvió a hablar.

-- ¿Puedo dormir contigo? Estoy muy cansada y no puedo ni moverme-- pidió bostezando.

-- Claro, por supuesto. Como los viejos tiempos-- acepté. Luego cogimos las sábanas y las pasamos por nuestros cuerpos. Ella volvió a abrazarse a mí.

-- Buenas noches, Ana.

-- Buenas noches, Silvia.

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A la mañana siguiente, cuando desperté, noté como la mujer a mi lado seguía abrazada a mí. Girando la cara hacia la mesilla, pude ver la hora: las once y media pasadas. Hasta luego a la tarde no tenemos horario de ensayo así que podía relajarme un rato más en la cama y luego, si eso, levantarme a tomar algo o ya esperar a comer. Justo al pensar en comida mi estómago rugió. Joer, con las ganas que tengo de levantarme...

-- ¿Tienes mucha hambre, Ana? Te ruge el estómago exageradamente-- habló la mujer de mi lado aún con voz ronca.

-- Un poco, sí. Tú ¿qué? ¿Llevas mucho despierta?-- pregunté acariciándole el cabello.

-- Unos diez minutos. No me he levantado porque estoy muy cómoda aquí, sinceramente. Y eso que sí, tengo hambre-- contestó tan sincera como siempre.

-- ¿Quieres bajar a tomar algo a la cafetería?-- volví a preguntar.

-- No. Prefiero pedir servicio de habitaciones. Esta mañana no quiero salir de la cama-- respondió como una niña pequeña caprichosa.

-- Como mande la señora. Pero ahora suelta mi cuerpo, que tengo que llegar al teléfono y llamar para que lo traigan.

Notando que Silvia se apretó aún más a mí y sabiendo que no me soltaría, intenté estirarme como pude para llegar al aparato. Lo que pasó después es que, Dios sabe cómo, acabamos las dos en el suelo riendo como pocas veces hacíamos.

El resto de la mañana lo pasamos, como ella quiso: a solas en la habitación hablando de viejos tiempos y chorradas varias. Ella no volvió a tocar el tema "rubia de ojos verdes", pero sabía que no lo había dicho todo aún. Doy gracias de haber encontrado una amiga como la morena que me ha ayudado en todo y más.

Un poco antes de las tres, a la hora en la que todos íbamos a comer en el comedor del hotel antes de ir al estudio a los ensayos, Silvia volvió a su habitación para darse una pequeña ducha y vestirse.

Yo hice lo propio en mi cuarto de baño y luego bajamos con los demás a catar la comida de nuevo.

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Para ir al ensayo tomamos los taxis en los grupos de siempre. Esta vez Silvia se sentó delante y me dejó a mí con la murciana en la parte trasera.

-- Monserrat Caballé y Freddie Mercury, menuda te ha tocado-- le comenté al poco de entrar al coche.

Ella me miró y suspiró.

-- Es una gran responsabilidad, la verdad. Aparte de que los admiro muchísimo.

-- Lo mío también es una gran responsabilidad-- saltó Silvia, irónica como siempre.-- Esta tía es de las grandes.

Yo no pude aguantarme la risa y casi me ahogo por la falta de aire.-- Silvia, por favor.

-- ¿Qué pasa, reina?

-- Nada, nada. Que no seas tan sarcástica.

-- Pero si eso es lo que más te gusta de mí-- hizo pucheros girando su cara hacia nosotras.

-- Una de las cosas. De todas formas, no sé como no lo he visto venir. Estaré espesa hoy.

-- Será que hemos comido sopa-- murmuró Ruth interrumpiendo nuestra discusión de pareja.

Yo rodé los ojos mientras Silvia se reía a carcajada limpia.

-- Mucho tiempo estás pasando con nosotras, Ruth.

Ella me miró con cierto dolor fingido.

-- ¿Eso es que no me quieres, Anita?

No pude evitar una pequeña sonrisa al oír "Anita" de sus labios.

-- Claro que te quiero. Pero Silvia es muy mala influencia, ya sabes.

-- Calla, gafas de pasta-- prácticamente ordenó la susodicha.

Ruth volvió a reír y yo estiré un brazo hasta llegar al brazo de Silvia y darle un pequeño golpe.

Las tres seguimos con pequeñas bromas hasta llegar a nuestro destino.

Segundas oportunidades.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora