Capítulo XII

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Realmente sé que mi padre oculta algo. No me creo sus tontos pretextos de que el trabajo lo está consumiendo. Hay veces en las que llega pasada la media noche con ese inconfundible olor a alcohol, lo que hace que me pregunte: ¿En qué oficina beben whisky en lugar de café? 

Debido a que mi madre está sedada gran parte de la noche no puede percatarse de que su esposo llega a altas horas de la madrugada con una presentación que ella nunca aceptaría, incluso en el déficit de sus capacidades. Mi progenitora nunca fue aficionada del consumo de bebidas alcohólicas, y esa fue una de las muchas razones por las cuales mi padre se enamoró de ella y, por ende, nunca se me inculcó la absurda necesidad de consumir sustancias innecesarias para mi cuerpo.

Sin embargo, todo está siendo revuelto por un torbellino de destrucción. 

Luego de otra tediosa tarde actuando como la enfermera personal de mi madre, vuelvo a mi habitación con la frente cubierta de sudor a pesar de que aún es invierno y el clima en Guanajuato roza los diez grados centígrados. Entre más pasan los días, las necesidades de mi madre se vuelven más laboriosas para mí; como ayudarla a vestirse, llevarla al baño, ducharla, darle de comer cuando se niega a probar bocado. A veces imagino cómo sería si mi vida si ella... 

Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando leo la hora del reloj de mi mesita de noche, son veinte a las nueve. Corro hacia la computadora de escritorio con mi corazón latiendo a un acelerado ritmo. Hace más de cuarenta minutos que se supone que debería de haberme conectado para hablar con Hugo. Como si el cosmos estuviese en mi contra, la pantalla se ve iluminada por una actualización que apenas lleva cinco por cierto de progreso. 

—¡Esto no es posible!  

Espero, impacientemente, a que la actualización termine y tecleo con furia la contraseña que me lleva a la pantalla de inicio. Ni siquiera espero a que el sistema termine de cargarse. Introduzco la dirección de correo del perfil de Julia y luego la contraseña. Se despliega la página de inicio del Facebook, donde se ven los tres cuadrados rojos que continúan saturados a pesar del tiempo que llevo fingiendo ser Julia: 

Solicitudes de amistad +99

Bandeja de entrada +99

Notificaciones +99

Busco entre los últimos mensajes que han llegado. Como de costumbre, la mayoría son de hombres pervertidos que buscan conseguir una video llamada ardiente conmigo, pero sólo obtienen una maldición de mi parte. Luego de arrastrar casi treinta mensajes, aparece el nombre que consigue que mi mundo vibre, pero en lugar de adornarlo un círculo verde, aparece la pequeña imagen de un teléfono celular. Doy click sobre el rectángulo oscurecido con azul, y se abre la ventana.

«Activo hace 43 minutos

Hugo Ramírez 19/01/2016 20:03  

Necesitamos hablar.»

¿En qué clase de mundo paralelo acabo de entrar? Por lo que todos dicen, o en algunas pocas historias de amor que he leído, la mujer es la que le dice al hombre tenemos que hablar, y esas tres sencillas palabras son la evidente señal de que todo se fue a la mierda. 

¿Acaso Hugo me descubrió? 

Pero es imposible. He sido cuidadosa, no le he dado motivos para desconfiar de nuestra relación ni que vuelva a cuestionarme sobre mi verdadera identidad. ¿En realidad él...? No. No es posible que me haya descubierto, a menos que encontrara el perfil de mi vecina Miranda, pero las probabilidades de ello son una en un millón, ¿o no?

«Julia Gentilleau 19/01/2016 20:48

Hey amor, ¿qué pasa? ¿De qué necesitas que hablemos?»

Durante quince minutos no hay respuesta. Durante quince minutos todo dentro de mí tiembla. Durante quince minutos paseo en mi habitación mordiéndome las uñas. Durante quince minutos siento que gran parte de mi vida se fue a la mierda.

Pero luego de esos quince minutos de angustia, aparecen una simple palabra y hora que se me clavan en el pecho con fuerza: Visto a las 21:03. 

  «Julia Gentilleau 19/01/2016 21:05

¿Qué sucede?

Visto a las 21:08»

Cuando pretendo enviar otro mensaje un tanto desesperado, la pantalla de mi celular se ilumina con la fotografía y el nombre del chico que me ignora por Facebook. Me lanzo en la cama para tomar el móvil y responder, sin molestarme en fingir una voz más delicada que la mía.

—Hola mi amor.

Hola —responde serio.

—¿Cómo estás? Te escucho un poco...

¿Molesto? —Interrumpe con brusquedad—. Sí, estoy molesto, o mejor dicho, furioso.         

Trago saliva. —¿Por qué?

¿Por qué? ¿En serio me estás preguntando eso?

—Mi amor, en verdad no entiendo por qué estás furioso —digo con voz temblorosa.  

¿Quién es Marco López?

La sangre se me congela. Uno de los novios cibernéticos que conseguí gracias al perfil de Julia es Marco López, un mexicano que vive en Monterrey y tiene un cierto grado de obsesión hacia mí. Me envía mensajes a diarios en Facebook a pesar de que hace más de dos semanas que no los respondo.

 —No lo conozco.—Me hago la malentendida, pero escucho un suspiro de frustración al otro lado de la línea.

¿No? Entonces explícame por qué escribió en tu perfil un mensaje tan comprometedor.  

—Está bien, sí, lo conozco, pero no es lo que parece Hugo. —Me levanto de la cama con una exitosa cautela que evita que el colchón rechine. Enseguida me siento frente al computador y entro a mi perfil a leer el mensaje. 

  «Mi amor, porque no me contestas? te e extrañado mucho :'(  te amoooooooo me hases falta para vivir eres el aire que respiro te amo julia :'(»

Oh, ¡pero qué...!

Si no es lo que parece... ¿entonces? —pregunta con un tono de voz que nunca había escuchado. 

—Sólo es un acosador, como los miles que hay en internet —respondo con la mayor seriedad que consigo plasmar en la respuesta.         

No parece ser un simple acosador... —Vuelve a suspirar—. Debes decirme la verdad, Julia. Si estás hablando o saliendo con otro chico debes decírmelo. Ahora.

—¡Ya te dije que no! —exclamo, al borde de perder la paciencia, algo irónico al estar defendiendo una mentira—. Él no es nadie en mi vida, te dije que ni siquiera lo conozco.    

Dime por qué no puedo creerte

—No lo sé —respondo con su mismo tono tajante.     

¿Sabes? Dejaré que reflexiones todo esto y después hablamos. 

 —Me parece bien.

Entonces hasta luego.

—Adiós.

Buenas noches —dice tranquilamente. 

—Te cuidas.

Tú también. 

 Y cuelgo hecha una bestia.       

Por segunda ocasión me arrojo a la cama,  pero esta vez abrazo a Clark mi oso de felpa y lo golpeo con fuerza en el estómago, descargando toda la ira que siento, no sólo por la extraña discusión con Hugo, sino que también por la impotencia que se acumula en mi pecho como una constante punzada causada por la situación en la que se encuentra mi familia. 

Realmente todo parece estarse yendo a la mierda. 



A través de una fotografíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora