La garganta aún me cala por haber soportado el nudo que aprisionó mis palabras durante todo el funeral; sin embargo, el verdadero dolor radica en mi pecho, donde mi corazón martillea con fuerza, temeroso de lo que se aproxima.
Ninguno de los dos se ha atrevido a pronunciar palabra alguna. Sé que Hugo teme que me vuelva a quebrar frente a él, así como lo hice en el área de no fumadores de la funeraria. Su gesto de abrazarme fue cálido y acertado, pero quizá una segunda ocasión no sea suficiente para controlar mis sollozos. Por ello nos hemos limitado a caminar en silencio a través de la agitada ciudad.
Los turistas transitan de un lado a otro fotografiando cualquier esquina pintoresca. Sus coloridos atuendos son el antítesis de nuestra vestimenta negra, la cual refleja cómo me siento por dentro: oscura, apagada, taciturna. Todo en mi interior es un desastre. A veces fingir ser fuerte es el mayor agravante para nuestro dolor; y eso es exactamente lo que me sucede. Pretendo que la muerte de mi madre no me destruyó, pero cada paso de mi andar es un alfiler que se clava en mi piel. Incluso respirar duele.
Detengo mi caminar de manera abrupta. Hugo frena de golpe, y me mira preocupado.
—Ale, ¿qué sucede? —Me sujeta por los hombros. Detecto un ligero temblor en sus extremidades, lo que me hace suspirar pesadamente—. ¿Te sientes bien?
—¿En dónde conseguiste un traje?
—¿Eh? —Frunce el ceño, malentendido, y se aleja unos centímetros de mí para mirarse.
—Sí, tu traje. —Por primera vez en el día me detengo a analizarlo detenidamente. El porte de la vestimenta juega a su favor, pues resalta lo ancho de sus hombros, y las duras facciones de su rostro se ven resaltadas—. Es decir, no me digas que lo traías en tu valija.
—Lo renté. —Enarco las cejas, expectante a que continúe—. Anoche, cuando me llamaste para decirme lo de tu madre. —Suspira—. Hay un lugar cerca del hotel donde me hospedo. Fue sencillo encontrar uno de mi talla, pero... ¿por qué el interés?
—Me hubiese gustado verte vestido así para una cita y no para un funeral.
Sus mejillas se sonrojan apenas perceptiblemente, pero no me molesto en grabar la imagen en mi memoria. Continúo con mi inestable andar, y puedo notar el rostro confundido de mi acompañante, quien se apresura en seguirme el paso. Avanzamos entre las personas, esquivando a los fascinados extranjeros que exclaman en distintos idiomas: inglés, francés, alemán. Comienzo a sentir cierta extrañeza en mi cuerpo; aquella misma que sentí afuera del consultorio de María antes de desmoronarme frente a tantas personas.
Mi visión se torna borrosa. Me tambaleo tres pasos sintiendo cómo mis piernas flaquean, y Hugo me sujeta de la cintura, acercándome a su cuerpo. Su rostro está a pocos centímetros del mío; tan cerca que puedo sentir su respiración agitada sobre mi mejilla. Sus ojos escrutan mi rostro, y por un instante imagino cómo sería si su mirada se detuviera sobre mis labios, deseoso, pero es entonces reparo en la patética realidad. La proximidad de nuestros cuerpos se debe a que detuvo mi caída, y la atención de sus ojos no es con intención romántica ni similar, si no que está observándome casi aterrorizado. Sin esfuerzo, endereza mi postura y pasa su brazo derecho por debajo de mis hombros.
Desvía su atención hacia los puestos circundantes, ignorando el hecho de que las personas a nuestro alrededor nos observan, curiosas por la insignificante escena que acabamos de tener. Mi madre siempre decía que los humanos somos chismosos por naturaleza; cuando hay un accidente todos nos acercamos a observar, pero son contados los que realmente sirven de algo y ayudan.
Sólo un hombre se acerca a nosotros. Aparenta una edad avanzada, rozando los setenta años, pero ello no amorfa su amabilidad ni su buen trato. Se quita el sombrero de paja antes de dirigirse a Hugo, revelando su cabeza casi calva a excepción de mechones blancos que acolchonan su coronilla.
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A través de una fotografía
Novela JuvenilLuego de ver el programa Catfish, Alejandra Castillo encuentra un nuevo pasatiempo: jugar con las personas por internet. Para ello, roba las fotografías de su guapísima vecina Miranda, y se hace pasar por una súper modelo llamada Julia Gentilleau, y...