Una enfermedad, pero no cualquiera, sino una mental.
¿Acaso es una manera de llamarme loca?
El espejo se ha convertido en mi mejor amigo, él es el único que me demuestra que sigo siendo yo misma, una chica tímida de preparatoria, morena, con cabello negro y piel maltratada. Soy yo. No entiendo por qué María me hizo un examen para encontrarme alguna enfermedad. Estoy bien, no hay nada de malo conmigo, ¿o sí? Realmente no lo comprendo.
Aunque en ocasiones pasadas mi reflejo me pareciese distorsionado, hoy me veo como soy. Incluso de nuevo estoy utilizando mis gafas, pues me ha costado trabajo leer la pantalla de mi computadora cuando hablo con Hugo, y todo por intentar verme más parecida a Julia. Para ello primero necesito ahorrar dinero suficiente para comprar unos lentes de contacto color esmeralda. ¿Cómo pretendo parecerme a ella si ni siquiera nuestros ojos son del mismo color? Duh.
Es cuatro de febrero, restan sólo veinticuatro días para nuestro encuentro, y no me siento capaz de duplicar el perfecto físico de mi vecina en tan poco tiempo.
* * *
Mis padres han vuelto esta mañana del D.F. con la alegre noticia de que Natalia, mi madre, está más tranquila y sus achaques han reducido gracias a los medicamentos que le recetó el doctor Fernández, encargado de su tratamiento y rehabilitación. Sin embargo, debido a la lejanía de una ciudad con otra, optaron por acudir al CRIT de Irapuato, una ciudad vecina.
Necesito encontrar el momento adecuado para comentarle a mi padre sobre el pequeño incidente afuera del consultorio de María. Él cree que todo va bien conmigo, piensa que estoy superando la tristeza y desesperación que me causa ver a mi madre en tal estado, aunque parte de ello es verdad, el resto trata únicamente sobre mi ciego amor por Hugo y mi afán de ser hermosa como Miranda.
He pensado en dejarle la tarea a María de informarle a mi padre sobre mi leve ataque, pues su trabajo incluye mantener enterados a mis progenitores sobre mi avance ya que aún soy menor de edad, sin embargo, me aterra la idea de que la psicóloga no mantenga al margen su profesionalismo y le cuente los temas que abordamos en las consultas; si no es así, tendré que dejarle en claro que nadie interferirá en la relación con mi novio. Nadie. Ni siquiera yo misma.
Una vez que mi padre se ha asegurado de que Natalia se durmió, sin posibilidades de dañarse, sale de la habitación y se encuentra conmigo en el pasillo. Se asusta gracias a mi repentina presencia, se lleva un mano al pecho, pero se abstiene de gritar.
—Ale, me has dado un buen susto —dice en voz baja.
—Lo lamento —respondo en todo gélido—. ¿Podemos hablar en mi habitación?
—Claro, qué sucede. —La preocupación tiñe su voz—. ¿Estás bien?
Niego con la cabeza. No le doy oportunidad de formular otra pregunta, pues avanzo en dirección hacia mi habitación y entro en ella sin preámbulos, con la certeza de que Iván me está siguiendo. Me siento en la cama, con las piernas por debajo de mi cuerpo y le indico a mi padre que cierre la puerta detrás de él.
—¿Qué pasa, mi niña? —pregunta con dulzura. Se sienta en la silla frente a la computadora—. ¿De qué necesitas que hablemos?
—Qué opinas sobre las relaciones... diferentes.
Se acomoda sobre el asiento, irguiéndose. —Ale, si tus preferencias sexuales se inclinan hacia las mujeres, no impor...
—No, no soy lesbiana papá. —Interrumpo con sequedad—. Sólo quiero saber qué opinas sobre las relaciones diferentes... Homosexuales, con una gran diferencia de edad, por internet...
Lo medita un par de segundos. —Mi opinión es que no está mal, cada uno ama a una persona sin importar cómo sea o en dónde se encuentre, uno no decide de quién enamorarse.
Lo miro el tiempo suficiente para ver la pequeña sonrisa que está dibujada en su rostro. Es mi padre, lo amo y lo conozco de toda mi vida. Aunque él cree que sigo siendo una niña pequeña... ya no lo soy. Y es por ello que debo confesarle lo que ha estado pasando por mi mente desde hace varias semanas. Quizá me odiará, tal vez sólo se pondrá triste, pero en este momento, con el brillo de su mirada y la tranquilidad que lo embarga, sé que es el momento de revelar lo que he descubierto.
—¿Aunque dicha persona tenga familia? —pregunto sin titubear.
—No entiendo tu pregunta. —Traga saliva—. ¿A qué te refieres?
—No soy una idiota papá, dime con quién te estás acostando.
Se levanta de su asiento, con el semblante transformado por el terror.
El secreto que mi padre ha estado guardando los últimos meses, es una amante. Lo descubrí por la felicidad que irradia cada que llega del trabajo, por las horas tan altas de la madrugada en las que se digna a aparecer, por la frustración con mi madre y su enfermedad. Mi padre quiere abandonarnos, pero no puede dejarme sola con una inválida sin que pueda acarrear problemas.
—Alejandra no...
—Necesito dinero. Si quieres que le oculte el secreto a mamá, necesito que me des lo que te pido —digo con brusquedad.
—¿Crees que me dejaré chantajear por mi propia hija? —Niega por lo bajo—. No puedes decirle a tu madre, Ale. No es saludable para ella, puede tener un ataque.
—Oh, ¿y tú crees que viviré con un mentiroso? —Me cruzo de brazos, en un vano intento por parecer ruda.
—Todos hemos dicho mentiras, ¿acaso tú no?
Su pregunta me toma por sorpresa. ¡Por supuesto que lo he hecho! Y es por eso que necesito dinero, pero no puedo revelarle a mi padre que me he estado haciendo pasar por nuestra guapa vecina. Pienso en una forma de salirme del embrollo, pero creo que he metido la pata hasta el fondo de una pila de mierda. ¿Cómo puedo volver al pasado y evitar este momento? No, no se puede.
—Sí, lo he hecho —respondo sin abandonar mi postura—. Hagamos un trato: Deja a esa mujer y fingiré no saber todo esto. Si no lo haces, te armaré el escándalo de tu vida.
Me mira, sorprendido. —¿Cuándo fue que mi dulce niña se transformó en esto?
—No lo sé, pregúntaselo a la psicóloga —digo con la furia corriendo por mi sistema. Estoy enojada, muy enojada, pero no quiero hacer una estupidez—. Cree que estoy enferma mentalmente.
—Estás... ¿qué?
Me levanto de la cama y, antes de que mi padre pueda interceptarme, salgo de la habitación y camino por el pasillo con paso petulante. Me detengo frente a la entrada del cuarto de baño y suspiro cuando escucho sus pisadas sobre el suelo de madera. Se detiene, no me volteo a mirarlo.
—¡Alejandra! —Me llama desde atrás—. ¡Contéstame o estarás castigada!
—¡Ella cree que estoy loca! —Abro la puerta del baño. Nos miramos a través de la distancia, ambos con los puños apretados a nuestros costados y las bocas convertidas en duras líneas que expresan nuestro enojo—. Y por cierto, ¡tengo novio!
Cierro de un portazo y sólo consigo escuchar un gruñido de su parte.
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A través de una fotografía
Novela JuvenilLuego de ver el programa Catfish, Alejandra Castillo encuentra un nuevo pasatiempo: jugar con las personas por internet. Para ello, roba las fotografías de su guapísima vecina Miranda, y se hace pasar por una súper modelo llamada Julia Gentilleau, y...