Han pasado cuatro días desde la última vez que hablé con Hugo, y en todo este tiempo no se ha conectado ni ha hecho el intento de comunicarse conmigo. Realmente ya no sé qué pensar.
Durante más de seis meses he fingido ser otra persona, y gracias a ello descubrí facetas que desconocía de mí misma. Todo comenzó por mera diversión y entretenimiento. Al principio bromeaba con chicos, los conquistaba y después los dejaba con los pantalones calientes, sin embargo, ahora sólo hay alguien que me importa y estoy a punto de perderlo por mis estupideces. Nunca he sido buena para pedir disculpas, pues nunca había tenido la verdadera necesidad de hacerlo, aunque tras cometer una terrible equivocación con Hugo al haber jugado con sus sentimientos sabiendo que él me quiere, comprendo que un simple lo siento a veces no basta para curar una herida.
El dilema es... ¿Cómo hacerlo?
Me recuesto en la cama, un tanto aliviada de tener un día libre para relajarme. Mis padres salieron de la ciudad para ir a visitar a un médico que quizá pueda ayudar a mi madre con su enfermedad y sus problemas de estrés. Me invitaron a ir con ellos, pero tengo mis propios problemas y es indispensable que tome un tiempo para tomar una decisión respecto a mi tambaleante relación.
Pienso en la mejor manera de pedir perdón, pero nada bueno se me ocurre. Normalmente los hombres son quienes se las arreglan para contentar a su chica, sin embargo me toca a mí ser la ingeniosa que elabore un buen plan. Tal vez si Hugo viviese en la misma ciudad le podría llevar flores, chocolates o una serenata, pero estar enojados a miles de kilómetros es más complicado; no puedo sólo llamarle o mandarle un texto.
Mi vaga concentración es interrumpida por el molesto sonido del timbre. Gruño por lo bajo mientras me levanto de la cama y me encamino hacia las escaleras. Mis pasos son perezosos y pesados, no he dormido bien y mi humor está por los suelos. Suspiro una vez para fingir mi mejor sonrisa y no ser grosera con la persona al otro lado de la puerta.
Cuando abro, siento que el mundo se resquebraja debajo de mis pies. Frente a mí se encuentra mi vecina Miranda, o mejor conocida como Julia Gentilleau.
—Hey, Ale. —Saluda con su característica amabilidad—. ¿Cómo estás?
Por unos instantes se me olvida cómo hablar. La imponente belleza de Miranda me ciega; en persona su cabello es más sedoso y sus ojos más resplandecientes al igual que su bonita sonrisa. La ropa que lleva puesta se ciñe a su bien torneado cuerpo, lo que la hace lucir aún más hermosa. ¡Debería ser ilegal ser tan perfecta!
—Ehh, hola —respondo torpemente—. ¿Qué haces aquí?
Frunce el entrecejo con gentileza ante mi brusquedad. —Tu padre me pidió que me asegurara de que todo está bien por aquí en su ausencia.
—Miranda, tengo dieciséis años, no necesito una niñera —respondo a la defensiva.
—No me veas como una niñera, sino como compañía. —Sonríe tranquilamente—. ¿Y bien? ¿Me dejarás pasar?
Asiento de mala gana.
Miranda entra a la casa sin una pizca de rencor a pesar de que mi actitud con ella es el de una chiquilla malcriada. Si tan sólo supiese lo que hago con su identidad, tal vez no sería tan amable.
Se sienta en el primer sofá de la sala, donde cruza sus largas piernas ataviadas con un ajustado pantalón negro que hace juego con sus botas. Inclusive su ropa es la de una chica perfecta. ¿Acaso tiene algún defecto?
Me acomodo en el sillón frente a ella y nuestras miradas se cruzan el tiempo suficiente para identificar su perfecto maquillaje de ojos. Seguramente Hugo pensaría que usa demasiado delineador, él me ha dicho que me veo mejor... digo, que Julia se ve mejor en las fotografías en las que no usa maquillaje.
—Entonces... ¿qué se supone que haremos las dos aquí?
—No lo sé, podemos ver una película o salir a pasear al centro, lo que tú desees —responde con una media sonrisa.
Me encojo de hombros. —Me da igual.
—De acuerdo, entonces prepararé rosetas de maíz mientras tú eliges la película. —Se marcha hacia la cocina sin decir más, meneando su envidiable trasero.
Quiero protestar, decirle que se vaya de mi casa pues tengo mejores cosas qué hacer que pasar la tarde con ella y sus cursis ideas, pero sé que no servirá de nada, y entre más rápido veamos un filme más rápido se irá de aquí.
Cuando creo que no hay nada más que pueda enfadarme de su persona, su melodiosa voz llega hasta mí a modo de canto.
—Aunque le abrazas, y le dices que le amas, si volteas otra vez yo sé muy bien que tú me extrañas...
Entonces, como un rayo que cruza el cielo, una idea atraviesa mi mente. Por fin tengo la mejor idea para disculparme con Hugo: Julia le dedicará una canción.
—Hey, Miranda —digo mientras entro a la cocina con indiferencia—. Tengo una mejor idea para pasar la tarde.
—Claro, ¿qué tienes en mente Ale?
—¡Karaoke!
* * *
Miranda está sentada frente al computador. Luego de que aceptara mi petición de cantar, corrí a mi habitación a prender la cámara web para grabarla. El reto de nuestro juego es que elegiremos la canción que debe cantar la otra. La primera en participar será ella, y tengo la canción ideal para una romántica disculpa.
Mi vecina aclara su garganta varias veces antes de que me dé la señal para que reproduzca la canción. La melodía llena la habitación en la que nos encontramos. Ambas nos acompasamos al ritmo de la balada que seleccioné, y entonces las letras en blanco aparecen en la pantalla.
(...) Ahora esperaré algunos días para ver si lo que te di fue suficiente, no sabes qué terror se siente la espera cada madrugada, si tú ya no quisieras volver se perdería el sentido del amor por siempre, no entendería ya este mundo, me alejaría de la gente. No me queda más refugio que la fantasía, no me queda más qué hacer que hacerte una poesía (...) *
La canción finaliza y, sin que ella se dé cuenta, pauso la grabación.
—¡Cantas increíble! —digo con la satisfacción tiñendo mis palabras.
—Muchas gracias —responde con las mejillas sonrosadas—. Bien, es tu turno.
—Ehhh, en realidad iba a decirte que quiero bañarme y dormir un rato. —Miento sin un ápice de culpabilidad—. Eso de cuidar a mi madre me deja exhausta.
—Hmm. —Rasca su barbilla mientras me escruta con sus ojos color esmeralda—. Eres una tramposa Ale, pero supongo que eso me convierte en la ganadora —dice con una amplia sonrisa. No está molesta ni parece sospechar de mi plan.
—Me equivoqué contigo Miranda, creí que eras una mojigata, pero eres realmente encantadora —digo con la mejor voz que puedo fingir—. Quizá puedas venir más seguido a pasar el rato conmigo.
—Por supuesto, puedo venir cuando me lo pidas.
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Canción: Sin Bandera — Te vi venir.
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A través de una fotografía
Novela JuvenilLuego de ver el programa Catfish, Alejandra Castillo encuentra un nuevo pasatiempo: jugar con las personas por internet. Para ello, roba las fotografías de su guapísima vecina Miranda, y se hace pasar por una súper modelo llamada Julia Gentilleau, y...