Capítulo XI

6.4K 631 55
                                    

Me miro en el espejo del baño del cuarto de mis padres. Mi cabello no es sedoso, mi piel no es tersa; mi sonrisa no se parece a la de un comercial y mi abdomen no es plano como el de otras chicas. ¿Por qué no puedo ser tan bonita como mi vecina Miranda?

Acomodo un mechón de cabello detrás mi oreja y sonrío a mi reflejo, pero éste parece querer desaparecer para no tener que lidiar con alguien como yo.

Los ronquidos de mi madre llegan a mis oídos. Lleva dormida más de dos horas, pero no puedo irme de su habitación hasta que despierte, pues en la noche sufrió un ataque de histeria e intentó volver a dañarse a sí misma. Si no la cuido, quién sabe de qué puede ser capaz. Al paso en el que la mente de mi madre se está quebrando, terminará internada en un clínica psiquiátrica. Sus ataques no son normales a pesar de que los médicos lo atribuyan a su enfermedad terminal.

En los últimos ocho días ha tenido dos ataques que han terminado en tragedia. En ambas ocasiones se despertó a media noche gritando incoherencias mientras halaba mechones de su cabello hasta arrancarlos, lo que le dejó varias heridas en la cabeza. Mi padre se preocupó pero hasta ahora no ha hecho nada que realmente sirva para ayudarla.

No quiero afrontar la realidad, pero sé que a mi madre no le queda mucho tiempo. No me refiero a su vida, sino a la pequeña pizca de cordura que aún hay dentro de su cabeza. Quisiera saber cómo retardar lo inevitable, pero no hay nadie que pueda ayudarme. Todos asocian la enfermedad física de mi madre con la mental, pero no comprenden que son dos temas separados; desde antes de que le diagnosticaran degeneración espinocerebral mi madre ya tendía a tener problemas con su conducta y concentración, pero decidimos atribuírselo al estrés que cualquier madre sufre cuando su hija es adolescente... Sin tan sólo hubiésemos sabido la realidad, todo sería diferente.

Me pinto los labios del color rojo que mi madre solía utilizar para ir a trabajar y, por un momento efímero, la veo reflejada a ella en el espejo. Suelto el lápiz labial con brusquedad sobre el lavabo y retrocedo varios pasos. Mi rostro comienza a cambiar sus facciones para moldear el verdadero rostro de mi progenitora; ya no soy yo quien se refleja sino ella. Contengo un grito y toco la piel pálida que cubre mi figura.

—Pero qué mierda... —Me quito las gafas por mera curiosidad, pero sigo viéndome como la mujer que me dio la vida. 

—Ale, mi... mi amor, ¿ser... ser... eres tú? —La voz de mi madre suena amortiguada por la manta que cubre la mitad de su rostro.

—Sí mamá, soy yo —respondo sin apartar la mirada del espejo. 

—¿Puedes... ven... un momento? Necesitar de tu... de tu... necesito.         

Con el dorso de la mano limpio el labial y todo vuelve a la normalidad. Mi piel adquiere de nuevo el color moreno y mis facciones regresan a su estado natural. Me coloco los lentes antes de acercarme a la cama donde mi madre se encuentra enfundada. Retiro las tres cobijas que la cubren y mi madre empieza a sollozar.

 —¿Qué pasa? —cuestiono mirándola.

—Pipí. Pipí.

—¿Quieres hacer pipí? —Niega con la cabeza—. Entonces... Oh.

Las sábanas que cubren el colchón de mis padres están mojadas al igual que el pantalón de franela rosa que mi madre lleva puesto. Sus sollozos aumentan y sus manos empiezan a temblar al compás de sus lágrimas. Entrelazo mis dedos con los de ella para que deje de sacudirse y no entre en otro episodio de histeria. 

—Tranquila —susurro con la voz quebrada—. Venga, vamos a bañarte y ponerte ropa limpia, ¿sí?

Suelto sus manos con gentileza y voy por la silla de ruedas que está en un rincón de la habitación. Mi madre intenta levantarse de la cama, pero falla y termina tumbada de lado sobre la parte del colchón mojada por su orina. Engancho mis brazo por detrás de su espalda y utilizo toda la fuerza que tengo para levantarla de la cama y sentarla en la silla. Algunas de mis vértebras crujen, pero en las últimas semanas en las que me he tenido que convertirme en enfermera ya he terminado de acostumbrarme.

A través de una fotografíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora