Capítulo XXXII

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¿Por qué me siento como si el mundo fuese a desvanecerse, pero al mismo tiempo como si todo estuviese bien? 

Una extraña corriete recorre mi cuerpo, desde la punta de los dedos hasta el centro de mi pecho. Es una sensación de carencia, pero no es una falta cualquiera de oxígeno o de sangre ni vitaminas. Es más como... como un enorme agujero dentro de mí. ¿Acaso es así como se siente un corazón roto? ¿O es una simple desilusión? ¿Cómo diferenciar entre estar rota o al borde de quebrarse?

Mamá, ¿por qué te fuiste cuando más te necesitaba? 

Mis pasos pesarosos se detienen por una fuerza ajena a la mía. Realmente ni siquiera sé en dónde me encuentro, no consigo recordar por qué me encuentro fuera de casa si lo único que deseo es estar hecha un ovillo en mi cama. 

 —¿Ale, estás bien? —pregunta una voz a mi costado. 

Miro a la persona que se escurrió dentro de mis pensamientos. Sus oscuros ojos me analizan detenidamente, la preocupación es evidente en ellos, aunque muy dentro también anida un sentimiento de dolor. Me limito a hacer un leve asentimiento con la cabeza e intento continuar con mi andar, pero él me detiene y tira de mí para acercarme a su cuerpo. Acuna mi rostro con una mano y con la otra palpa mi frente. 

—Tienes un poco de fiebre, ¿segura que quieres estar aquí? —Exhala con fuerza—. No creo que haya sido una buena idea venir. 

Un poco de estupor se disipa, lo suficiente para que pueda reconocer el rostro de Emilio y el lugar en el que nos encontramos: la central de autobuses. Los estudiantes foráneos, como todos los viernes por la tarde, emprenden un rápido y corto camino de la taquilla a las filas donde todos esperan impacientes a que llegue el transporte que los llevará de vuelta a sus hogares. El lugar, a pesar de estar bien iluminado por los variados ventanales, me resulta tétrico, casi deprimente. 

—Necesito estar aquí —digo con voz forzada, intentando no llorar. 

—Sólo te estás haciendo más daño. —Me escruta, como si creyera que su mirada puede tener un efecto hipnótico sobre mí.

—Necesito despedirme de él —respondo con la misma pesadez.  

—No importa lo que te diga, ¿cierto? —Suelta mi rostro y frota el suyo con ambas manos—. No te irás sin verlo una última vez. 

Niego con la cabeza, no creo soportar decir más oraciones sin que el nudo dentro de mi garganta me atragante y ocasione que me quiebre en llanto. 

Los dos últimos días de Hugo en Guanajuato fueron solitarios para mí. Mientras yo me desquebrajaba de tristeza en mi habitación, él paseaba por la ciudad con Miranda. Luego de que se conocieran en mi hogar, entre ambos surgió algo parecido a una conexión. Una que añoraba compartir con él. Sin embargo, mi vecina demostró ser la indicada para el chico de profundos ojos azules, por ende, reflejar que también en ello es mejor. Son el uno para el otro, yo sólo fui una clase de Cupido que se encargó de demoler las barreras de la distancia y la improbabilidad. 

* * *

La hora pico ha quedado atrás por media hora, por lo que la central se levemente despoblada; en el área de espera se encuentra tres parejas, entre las cuales nos encontramos Emilio y yo, algunos de los trabajadores de la cafetería deambulan de un lado a otro sin actividad qué hacer. Las señoritas de las taquillas conversan entre ellas, divertidas, mientras atienden a las escasas personas que se acercan a comprar sus respectivos boletos. 

Hemos estado aquí por más de una hora, lo que disminuye la "casualidad" de encontrarnos con Hugo. Al sentirme rechazada no quise preguntarle a qué hora se marchaba, quizá se fue en la mañana, o tal vez aún está en la habitación del hotel, inclusive existe una pequeña probabilidad de que esté sentado en la plaza de Los ángeles tomando un café en compañía de Miranda, realmente no lo sé, pero soy tan estúpida como para querer esperarlo una eternidad si es necesario. 

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⏰ Última actualización: Dec 01, 2016 ⏰

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