El tiempo sigue corriendo en mi contra, los días transcurren con rapidez, las noches se agotan sin avisar. El tic tac es el martirio que me atormenta.
Siete días, sólo resta ese lapso para que Hugo llegue a la ciudad. Son siete días en los que no podré conciliar el sueño, siete días en los que debo obligar a mi corazón a que no estalle por los nervios. Ja, como si eso fuese tan sencillo.
La última semana no fue la mejor. Me sometí a distintos exámenes toxicológicos para mi historial clínico con María. Como era de esperarse, ninguno de ellos arrojó resultados desfavorables, mi cuerpo está libre de cualquier sustancia que pudiese afectar mi estabilidad emocional, lo que significa que mi alucinación fue por otra causa.
El número de mis sesiones aumentó a tres por semana, con el propósito de vigilar mis cambios emocionales. Durante dichas sesiones, María me hizo nuevos exámenes psicométricos para regular mi conducta. Tras varias discusiones con mi padre sobre el uso de medicamentos para mi rehabilitación, se llegó a la conclusión de que era demasiado pequeña para ingerir antidepresivos que podrían tener efectos secundarios graves en mí, por lo que probaré con actividades físicas al aire libre para impulsar la producción de serotonina.
La primera de ellas será basquetbol con el entrenador Vega y parte de la selección de DCEA. Genial, tengo dos pies izquierdos y mi estatura no me ayuda en nada. Sin embargo, Hugo es capitán de dicho deporte en su universidad, lo que servirá aunque sea para llamar un poco más su atención. Un día en la época en que mi madre aún no perdía su lucidez, me dijo que a los hombres les gustan las chicas con las que puedan compartir sus actividades favoritas sin sentirse incómodos, así que mi propósito es aprender lo básico del deporte para jugar con Hugo cuando llegue a Guanajuato. Aunque no creo que ocurra un milagro en menos de una semana.
* * *
Son las seis de la tarde. La cancha es parte de las instalaciones del complejo deportivo Nieto Piña, perteneciente a la Universidad de Guanajuato. El suelo está pintado de color azul y guinda, en la pared más alejada se encuentra el escudo de la escuela en gran escala, demostrando el orgullo de las abejas, lugar al que aspiro ingresar cuando termine la preparatoria.
Otros doce adolescentes de mi edad están alistándose en las gradas, sólo hay otras dos chicas aparte de mí, ambas parecen saber lo que hacen, pues llevan rodilleras y coderas de tela especiales para la práctica. Los colores de los uniformes varían desde la rudeza del color negro combinado con el dorado, hasta el ridículo rosa pálido de mi playera desgastada de manga corta.
Todos ellos parecen conocerse, intercambian palabras y bromas que los hacen reír. Un chico moreno se quita la playera dejando al descubierto la delgadez de su abdomen enmarcado por la ligereza de sus costillas, la chica robusta le chifla a modo de broma y la mayoría se burla, excepto yo. Me encuentro sentada hasta el más alto escalón de las gradas, nerviosa por lo que se aproxima.
El chico más alto, que parece rebasar el metro noventa, toma un balón de una bolsa de plástico y lo bota repetidas veces entre sus piernas, intercalando el uso de sus brazos. La pelota parece seguir sin dificultad las órdenes del grandote, lo hace parecer fácil, pero sé que ni en un millón de años podré hacer algo parecido. La segunda chica, menuda pero maciza, se levanta y hace ademán de querer arrebatarle el balón al primero, lo que da pauta para que el resto de ellos se una a la disputa del poder de la esfera naranja.
Uno de ellos se detiene antes de poner un pie dentro de la cancha. Se agacha a acomodar una de sus calcetas y asegurarse de que sus cordones estén bien atados. Se irgue y estira los brazos por encima de su cabeza, uniendo sus manos y jalando sus músculos hacia arriba, después flexiona el torso hacia abajo y continúa con el estiramiento. Lo observo detenidamente. Es el chico de menor estatura, un poco rechoncho a comparación del resto, pero eso no disminuye la agilidad con la que eleva las rodillas para estirar las piernas. Por último sacude su cabello castaño peinado en picos. Sin embargo, cuando hace ademán de unirse al resto, de nuevo se detiene. Gira sobre su eje y clava su mirada sobre mí.
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A través de una fotografía
Teen FictionLuego de ver el programa Catfish, Alejandra Castillo encuentra un nuevo pasatiempo: jugar con las personas por internet. Para ello, roba las fotografías de su guapísima vecina Miranda, y se hace pasar por una súper modelo llamada Julia Gentilleau, y...