Capítulo III: Imperfectamente Perfecto

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Tengo que terminar los planos porque tienen que estar listos para el lunes. ¿Quién dijo que por ser el hijo del director de arquitectura de la empresa en la que hago mis prácticas me iban a pasar la mano y dejarme respirar? No, al contrario, me exigen como si yo fuera una puta máquina de trabajo. Miro los planos una vez más y nada me convence.

¡Ay! ¿A quién engaño? Maldita sea, ¿cómo voy a concentrarme si no me saco de la cabeza a la gordita? Estuve buscándola en todas las redes sociales a ver si aparecía su cuenta personal, pero nada que ver. Solo noticias de ella sobre lo de anoche. Dios, estuve hasta horita buscando como un puto acosador.

Mi viejo me llamó a las ocho de la mañana para que fuera a buscar el cheque de la inquilina del apartamento que renta en Cupey, y aún no he movido el trasero. Precisamente porque estoy frustrado con los planos y la búsqueda fallida de la hermosa Luna. Bufo, ya qué... Mejor me olvido de la gordita y sigo con el trabajo.

Me baño y me visto para ir en busca del cheque. El viejo mío sí que es maniático y le gusta lo poco práctico; en pleno siglo veintiuno insiste en cheques y buscar el dinero a la mano. Digo, ¿para qué existe PayPal o el depósito directo?

Me estoy perfumando cuando de repente escucho que abren la puerta. Viro los ojos; debe ser Nathan y conociéndolo viene con las historias de una tal Kayla que lo tiene loco. Ese va a terminar jodido, si es que ya no lo está.
Efectivamente, Jonathan entra a mi habitación como Juan por su casa. Él es mi mejor amigo desde que nos conocimos en la facultad. Él estudiaba arquitectura, así como yo, pero se quitó por unos líos familiares. Pocos lo saben, pero él es el hijo de Martín Ferré, y desde que pasó lo que pasó con su familia, él está al frente de la empresa desde aquí en la isla. Él es bien buena gente y eso, pero no es así con todos. A veces da miedo su control y su forma de manejar su vida. Yo también tengo una estructura y un modus operandi, pero él me ganó. Imaginen que hasta reglas tiene para salir con las mujeres.

La cosa es que conoció a una Micawell y ahora todo eso amenaza con irse a la mierda. Yo lo dejo, total, no me incumbe su vida amorosa. Pero, coño me tiene hasta el tuétano con el temita.

—¿Qué hay, cabrón?— Le digo a modo de saludo.

—¿Para dónde vas?— Pregunta como si en realidad le importara.

— A cobrarle la renta a la abogada. Más bien, tú abogada—digo sugestivo.

—Ah... ¿Carmen?

—La misma que se tiró una canita al aire con Mr. Reglas.

—Ya, ya...— dice y puedo jurar que está avergonzado.

—¿Y a qué viniste?

—Me estoy volviendo loco, Felipe.

—¿La chica de piernas largas?

—No la veo hace una semana... Y...¿Por qué no puedo sacarla de mi cabeza?

—Cabrón, porque te gustó como te lo hizo—. Y porque estás envuelto y enchulado, pienso.

Quiero verla... ¿Crees que sea prudente ir a buscarla en el hotel que se está hospedando?

—¿Cómo sabes en qué hotel se está quedando?

—Tengo mis medios— dice con una sonrisa divertida. Yo meneo la cabeza en negativa.

—Estás brutal... ¿Y qué vas a hacer cuando llegues? ¿Vas a dejar tus reglas por ella?

—Si es la única manera de tenerla, sí— dice con firmeza.

—Ya tú estás jodío, Nathan.

Después de unos minutos más, Nathan se marcha y yo también. Me monto en mi guagua y me dirijo hacia Cupey. Una vez en el edificio, tomo el ascensor. Mi viejo me dijo que Carmen me está esperando, y aunque tengo la llave del apartamento, decido tocar la puerta.

Luna  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora