6▼"Inexistente"

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Michael había salido de casa, de nuevo. Miró cómo la hierba crecía a los costados del edificio en el que vivía, después de todo, siempre había sido su hogar. Katherine no tenía para más, él sabía que una madre trabajadora y un padre mujeriego no eran la mejor combinación. Antes todo era tan bueno, y en aquel tiempo todo parecía tan gris, como la niebla que se junta en las afueras de la ciudad. Donde Michael esperaba ir y jamás regresar de las negruras del bosque. 

Sus pasos eran firmes, mientas las manos las mantuvo dentro de los bolsillos. El abrigo color arena no era demasiado pesado, bueno, al menos en invierno no le molestaba llevarlo. Se había amarrado el cabello hasta los hombros, ahora eran una simple coleta desordenada que soltaba rulos saltando como conejos en plena hierba. Sólo el viento iba con él, y la respiración seca de las calles. Aquella era la última vez que vería la noche desde la calle en donde vivió, por que no volvería a hacerlo nunca. 

Era un huérfano de veintiún años de edad, su madre había muerto hacía dos meses y no parecía estar acompañado de nadie. Daba por muerto a su padre, que escapó con la prostituta del bar más cercano. Los amigos habían desaparecido, la familia los rumores se habían creído, ¿qué más quedaba? Dentro de unos segundos, estaría muerto. 

Muerto, para todas las personas. Porque no le quedaba más que hacer allí, en el edificio o en los restaurantes lujosos donde ganaba dinero por llevar un traje de gala y ponerse de pie ante un público. Había tomado la decisión, y la muerte ya estaba segura.

Hubo un silencio después de escuchar sus latidos acelerados. No tenía idea del por qué tenía que recordar su pasado cuando menos quería regresar a su antigua vida, los anhelos de volver se habían terminado hace ya bastante tiempo; porque dolía. Le seguía lastimando una cicatriz que ocultaba debajo de las miles de navajas lanzadas hacia el techo, cómo caían y clavaban justamente a un lado de su cráneo. Era su pasatiempo después de haber sido entrenado para la organización de agentes en busca de criminales que nadie percibía. 

Tenía tanta empatía por sus compañeros porque, para el mundo todos ellos estaban muertos, como él. Nadie percibía su triunfo contra el crimen, tampoco sabían de su existencia. Michael ya no tenía nombre desde hacía siete años de duro entrenamiento contra los asesinos y otros genios del robo más buscados. Era inexistente para todos. Incluso para Nerea. 

Dio un suave respingo cuando se descubrió aún dentro del avión. Estaban viajando a Nueva York, por supuesto. Ni siquiera lo recordaba. 

Fijó la vista hacia afuera, las nubes polvorientas en colores anaranjados se incrustaban en los rayos dorados que despedía el horizonte. Se movían con rapidez y una gran firmeza en el aire suspendido. Sus ojos brillaron al compás de la vista, al mismo tiempo que escuchaba tintinear las esposas, eso sólo podía significar una cosa. Más bien alguien; Nerea. Entonces sonrió involuntariamente, al mismo tiempo que su mirada se posaba en el lugar indicado, donde la asesina yacía sentada en uno de los lugares. 

Con el cabello lacio y los ojos esmeralda torciéndose ante los suyos; era una completa lunática. Pero no podía retirar la vista. 

Se miraron tanto que le pareció que ella querría verlo también, escuchó las cadenas moviéndose y su cabello danzando con el viento. Cómo se le liberaba de sus propios amarres y la manera en que se acercaba a él, sin sentir uno solo de sus cabellos castaños. Miraba la hierba extendida en sus ojos, la claridad de su tez y las cicatrices de alguna daga, veía claramente sus labios curvados, sonriendo  y deslizando sus brazos con los suyos. Entonces pensó que aquel pensamiento era completamente un error. No podía pensar de esa forma. 

Nerea miró a uno de sus costados, cortando las miradas y deshaciendo una bella conexión que, simplemente no tenía oportunidad de quedarse. Después supo que iba a cometer una tontería; todo empeoró cuando se enteró de que había realizado una. Pero no quiso admitirlo, las personas arrogantes siempre negarán, no importa lo que sea. 

Su blusa se apegó a su estómago hundido, no había comido absolutamente nada a excepción de algún vaso con agua. Estaba desgastada y terriblemente cansada, por supuesto, nada lista para cualquier combate. Agradecía la ducha, pero maldecía las punzadas en las muñecas. Irguió la espalda, estiró las piernas y se dejó envolver en la gran expansión de las nubes.








Ella es mi Libertad × [Michael Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora