3▼"Era él"

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   Nerea suspiró mientras avanzaba la noche. El ventanal daba ligeros soplidos que se escabullían entre el contorno del cristal y bañaban la pequeña habitación con un sombrío tono azulado. La luna se asomaba ya en lo alto mientras la ciudad parecía seguir en movimiento, puesto que la joven calculaba que aún no era demasiado tarde. Su cabeza se recargó en la pared suavemente mientras estiraba ambas piernas e intentaba acomodar sus manos de forma que no le lastimara demasiado. El corazón le daba tumbos cada vez que recordaba que no debía quedarse dormida, pues estaba demasiado vulnerable con las manos atadas y no era demasiado hábil en un combate usando sólo las piernas. 

   Se le estaba haciendo una pequeña costumbre soñar despierta, desde hacía dos días que le habían encerrado y no llevaba comida dentro de su estómago. Tenía que reconocer su agotamiento físico y mental; en la habitación no había absolutamente nada con que entretenerse y cómo lo haría, si no podía usar las manos. Además, notó que si la liberaban de las esposas, no podría escapar por el ventanal. Era de vidrio resistente y a prueba de balas, es obvio que Nerea maldecía cuando se quedaba sin opciones, una por una. 

   Aún con los brazos por detrás, llegó a la conclusión de que no había otra manera de escapar. Para aquello, debía esperar a que le tomaran confianza para así poder escabullirse entre los aposentos de los Agentes y, si se le daba la oportunidad los asesinaría uno por uno, como sólo ella sabía hacerlo. Y si no, se iría sin ese peso de encima y escaparía al otro lado del mundo mientras caminaba en una carretera. La idea era pésima, por cierto. Una extraña humedad le inundó la frente y las mejillas, entonces se percató de que estaba sudando frío; y no sabía por qué. 

   Era poco probable que estuviera asustada, ella no tenía miedo a nada. Menos cuando había pasado por una situación de secuestro más de quince veces a lo largo de su vida, siempre terminaba escapando. Pero ahora no parecía haber salida. Optó por intentar consolar el sueño, pero no podía con la preocupación de que alguien entrara y la dejara fuera de combate para siempre, tenían tanta ventaja en ese momento que estaba aprisionada y débil. Por un momento, Nerea quedó perdida en los brazos de la noche. El sueño le empezó a gobernar la mente, pero no sabía si aquello era ficción...

   La chica de diecisiete años se había quedado arrinconada en la fiesta de sus padres. Ellos solían dar reuniones bastante adineradas y le obligaban a asistir, con el fin de que consiguiera un poco de vida social; pero era en vano, porque Nerea no podía evitar ser como era. Su madre le había hecho un cumplido a su vestido de noche color carmesí, le acarició el cabello en rulos que, fácilmente podía llegar a tocar sus muslos. Entonces Nerea se quedó quiete, perdiéndose en su mundo como solía hacerlo siempre, como sus ojos se iban de la realidad y prefería vivir en su propio mundo, como toda adolescente que ni siquiera mira a sus padres fijamente. 

   Nerea miró cómo todos se pasaban delante de ella, enviaban una mirada pero después se retiraban, como si fuera a hacerles alguna clase de daño. Entonces la muchacha se dedicaba a mirar suavemente los rostros, después los combinaba y podía reírse a solas tan sólo usando su propia imaginación.

   Por un momento se sobresaltó, al ver que uno de los meseros estaba por quebrar un vaso cristalino que le costaría la cabeza. Así de dinero tenía su familia. Se irguió en el asiento donde se encontraba, a su madre no le agradaban sus modales tan poco comunes como subir los pies al sofá color blanco que tenían en el recibidor. Le encantaba hablar con las visitas, aunque después ya ni siquiera regresaran. 

   —¿No te gusta bailar? 

   Ni siquiera se había percatado de aquel apuesto extraño que se había sentado en la silla de al lado. Nerea le envió una inocente mirada y negó con la cabeza. Sintió sus rulos moverse suavemente y chocar con sus hombros esbeltos. 

   —Mi nombre es Michael. 

   El extraño le había regalado una sonrisa. Notó cuan obscuros eran sus ojos, y como le caían los rizos sobre los hombros. Pensó que era atractivo. Su chaqueta azul eléctrico llamaba la atención de las personas que solían pasar delante de ellos, susurraban cosas y después reían. Eso reveló su enfado. Pero Michael era tan pacifista que ni siquiera parecía percatarse de aquello, sonreía a cualquier persona y no parecía ser una persona retraída. Alzaba mucho las cejas y jugaba con sus manos que temblaban de vez en cuando en movimientos involuntarios. Le gustaba mirarle a la cara mientras hablaba, era como un juego de análisis mutuo. Tenía veinte años de edad, pero parecía tener tan sólo quince. Un infantil hombre que amaba jugar con los manteles elegantes de bordado que servían de decoración. Pasearon por el salón principal, y se detenían a mirar cómo bailaba la gente de una manera tan tranquila que asustaba. 

   —Sólo sostén mis manos, ¿de acuerdo? sigue el ritmo. Justo así. 

   Era la primera vez que bailaba. 

   Michael tuvo la precaución necesaria para que no se escuchara la puerta de la habitación. La cerró tras sus espaldas rápidamente mientras apoyaba suavemente la espalda contra la puerta y suspiraba por lo bajo. Se percató de que había entrado a los aposentos, que más bien sería la pequeña celda de Nerea Bennett. Había regresado del edificio donde Max y él buscaban pistas de donde se encontrarían los Criminales. 

   Desde que secuestraron a ambas mujeres, los dos hombres que quedaban parecían haber desaparecido de la faz de la tierra. En verdad, Michael pensaba que sería aún más fácil capturarlos; pero era todo lo contrario. Ni siquiera parecía que hubieran estado en la antigua y hurtada casa de los Thomas, todo era extraño y confuso. Había sido una estrategia buena escapar en días con lluvia. 

   Se había preocupado en cuanto Deyna le avisó que no escuchó sonido alguno proveniente de la habitación de Nerea. Pensó que había escapado, pero eso era bastante improbable porque estaba esposada a aquel barrote de metal que tuvo la genial idea de incrustar. 

   Michael se apoyó en la puerta aún más mientras veía cómo la prisionera se había acomodado para dormir más cómodamente. El cabello le caía sobre las mejillas pálidas que poseía y casi le pareció verla como aquel día que le enseñó a bailar. Parecía ligeramente enamorado, pero descartó esa posibilidad al instante. Ella era una simple asesina que tuvo la suerte de capturar para recuperar su libertad. Entonces recordó uno por uno, los pasos de baile que realizaron. 



Ella es mi Libertad × [Michael Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora