8▼"Stranger"

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   Nerea cerró los ojos para aclarar la vista y cuando los abrió descubrió que lo que había visto no era ninguna alucinación. La habitación que le habían asignado era mucho más iluminada y acogedora que la anterior. Entonces pensó que tal vez eso era un avance, ellos creían que se estaba dando por vencida; y sí, era cierto por una parte, pero quería escapar, no enfrentarlos de esa manera. Aunque las esposas le limitaban en el movimiento de las manos, acarició suavemente las sábanas tersas que estaban sobre la cama, las rozó con los dedos y después se dirigió a tocar las almohadas. 

   Era una gran suerte que la noche estaba por caer, aunque lo único que estuviera en la habitación fuera su cama, no evitó mirar por el ventanal. Era parecido al de Londres, pero se asomaba en una forma de arco que le agradó en cierta manera. Sabía que el vidrio era irrompible, pero por alguna razón, no maldijo como antes. Sino, conservó la calma y se recostó sobre la colchoneta. Dio la espalda a la puerta, indiferente a cualquier sonido que emanara del piso de abajo y miró hacia afuera. Pensó ¿cómo sería estar allí, tan libre y sin cadenas que le atrajeran siempre a las armas? 

   Aquel pensamiento era tan tentador como cualquier cosa. Le encantaba imaginarse cómo sería su vida por las afueras. Pasándose los días en la biblioteca, ordenando pensamientos, saliendo a dar paseos y tomar la mano de alguien. La almohada le acarició el cabello y sintió que se estaba yendo hacia las nubes, hacía días que no dormía y le caían millones de plumas sobre el cuerpo con cada segundo que pasaba. No quería ver a nadie en aquel momento, estaba tan cansada. 

   Pareció despertar, en un mundo totalmente diferente. Ajeno, aquel no era su tiempo, se encontraba recostada en alguna parte y por un momento no reconoció el lugar. Pero el techo, tenía una división de cuadrados en blanco y negro, parecía el ajedrez que solía jugar su abuelo por las tardes cuando la abuela se sentaba a preparar café. Se coloreaba su contorno en colores verde esmeralda, siempre pensó que contrastaban con sus ojos. Era tan extraño, volver a la antigua escuela en la que tenía recuerdos desagradables, no le gustaba aquello. 

   Aunque miró sus manos, las cicatrices y aquella raspadura que un animal le había hecho en el brazo al escapar de prisión, estaba segura de que ninguno de los presentes podía verla. Todos pasaban a su lado sin percatarse de su presencia. Entonces, se levantó del suelo y contempló la misma vista que tuvo que soportar por años; adolescentes yendo y viniendo de cualquier parte, con sus amigos o tal vez solos. Sin pensar siquiera avanzó entre todos ellos, aunque no podían sentirla ni verla ella sabía que estaba presente en esa misma mañana donde todo empeoraba con cada segundo y cada burla que decían que merecía. 

   Avanzó por los pasillos, entonces pudo presentir que llevaba la misma vestidura con la que había estado la última vez. La camiseta se le impregnó al corazón desbocado cuando se miró a ella misma. La extraña Nerea de trece años que disfrutaba mirar cómo saltaban las ranas del laboratorio. Cómo los frascos de vidrio se estremecían ante cada salto viscoso y la manera en que ellas pedían ayuda. Aquella vez llevaba el uniforme de la secundaria, con su cabello ondulado y caído por su espalda hasta llegar a sus piernas. La manera en que caminaba algunas veces parecía extraña, entonces todos se dedicaban a mirarla y a susurrar, analizando y juzgando hasta el último de sus cabellos. Las pecas se le habían impregnado en la cara y las gafas se sostenían sobre la nariz afilada que llevaba algún miembro de su familia; extraña, también.

   Las muchachitas que le veían, tenían un extraño tono de maquillaje en el rostro. Vio labios de diferentes colores en su cabeza justo cuando el espejismo avanzó hacia el salón de clase donde ya le esperaba el asiento arrinconado que ella misma escogió, por miedo a estar en el centro o a la vista de todos los demás que se burlaban sin ninguna consideración por daño a los pensamientos de los más indefensos. Pero Nerea no era alguien indefensa. Sólo decidió ser indiferente. 

   Nerea se siguió a ella misma, hasta el salón donde le había tocado cursar las clases. Se miró la manera de sentarse, como su madre le había enseñado a hacerlo. Después sacó un libro de la mochila y se dedicó a leerlo por un largo tiempo a los ojos de todos los presentes antes del inicio del horario general. No tenía amigos para esperar, lo único que la impacientaba era la clase de ciencias, donde se presentaban las ranas. 

   De nuevo había caído. Michael había cerrado la puerta a sus espaldas, entonces miró cómo se le iluminaba la silueta sobre la cama con la luz dorada escondida del sol. Avanzó suavemente por el suelo de azulejo y pudo notar que estaba dormida, su espalda se movía levemente por su respiración y, aunque estaba de espaldas, dedujo que sus ojos esmeralda estaban completamente cerrados. De pronto se movió, y pensó que iría a despertar. No podía reaccionar o deducir qué haría si ella despertaba y lo encontraba ahí, mirándola dormir. 

   Pensaría Nerea que Michael estaba loco de atar, bueno, mucho más. Se tranquilizó cuando dejó de moverse. Sus manos estaban aprisionadas con las esposas metálicas que aún no le retiraba, las tenía juntas sobre el regazo como un par de gorriones pálidos. El cabello se caía en la almohada y su espalda contorneada le hizo perder la cabeza. Estaba parado en el centro de la habitación como un imbécil, debía salir de ahí para ya no volver. 

Pero la idea le atemorizó. Y se quedó unos minutos más.




Ella es mi Libertad × [Michael Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora