Primera Parte, Capítulo 2.

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Bárbara se agachó al lado de un chamán, levantó su pequeña cámara y tomó una fotografía de su perfil.

Ya era de noche, las estrellas se veían perfectamente desde esa parte del mundo y la fogata, en el centro del grupo, creaba un perfecto ambiente.

Había encontrado al grupo de indígenas mientras seguía a una tropa de militares de la ONU. Se supone que por estar en la cruz roja debía llegar a un pueblo en específico dentro de la selva.

Suspiró.

Llevaban tanto tiempo caminando que últimamente se preguntaba cada diez minutos si en verdad ese pueblo existía.

El chamán, un hombre de avanzada edad, comenzó a hablar en un extraño dialecto. Ella bajó la cámara y se sentó al lado de un médico que también hacia de traductor.

—¿Qué dice? —le preguntó suavemente, él la miró y sonrió.

—Está relatando una vieja leyenda —murmuró, ella miró al anciano y prestó atención al médico—. Dice —continuó él —que desde hace eones, desde que ellos fueron capaces de caminar sobre sus piernas, los otros —lo miró —hombres altos y de una fuerza sobre humana —se encogió de hombros —comenzaron a aparecer en la selva —el médico se calló y habló con el anciano un poco, luego la miró—, al parecer se llevaban o llevan, a las mujeres que se internan demasiado en la selva —ella sonrió y miró al anciano—. Las mujeres nunca regresan, son llevadas al nuevo Edén.

Se callaron y Bárbara miró al médico.

—¿Solo eso? —preguntó.

—Sí, relató la perdida de una de sus tías y la tía de su abuela, pero también dijo, que con esto de las peleas entre los pueblos, ellos habían dejado de venir.

—Vaya —murmuró.

Así que había mujeres desapareciendo en la selva, no por animales salvajes o cosas por el estilo, si no raptadas por supuestos extraterrestres, sonrió. Siempre disfrutaba de estas historias.

Sacó una hoja y lápiz de su mochila y comenzó a escribir, lo hacía debes en cuando, para mantener a sus amigas con noticias suyas y para contarles estas historias. Si las conocía bien, estaba segura que se emocionarían con algo así.

Terminó la carta y la guardo.

—Iré a recostarme —le dijo al médico y este asintió. Como recordó que mañana temprano tenía que seguir su camino, sacó su carta y se la entregó al médico—, ¿podrías enviarla por favor?

—Claro —dijo él y la recibió.

—Gracias.

***

Bárbara vagaba por la selva, se había quedado dormida y ahora intentaba encontrar el rastro de los soldados. Extrañamente la habían dejado atrás, algo que ella no lograba entender, como rayos dejaban a una mujer sola en un campamento.

Suspiró pesadamente cuando encontró pisadas frescas y las siguió, y las siguió, y las siguió, por cerca de seis horas.

Cansada se apoyó en un árbol.

¿Cómo diablos habían avanzado tan rápido esos hombres?, miró las pisadas, parecían de personas, había leído sobre esto, no era posible que aún no los alcanzara.

Soltando una grosería a todo pulmón, no es como si alguien la oyera, siguió caminando. Lo único que le faltaba es que se hiciera de noche y ella no tuviera donde dormir.

***

Horas después.

—Increíble —murmuró Bárbara mientras arrojaba un trozo de madera a su fogata.

No había encontrado al grupo y había perdido el rastro. Creía que estaba perdida, bien, lo sabía. Por lo menos había encontrado una cueva para resguardarse.

Sacó su mapa y lo observó. Mañana intentaría salir de la selva, por suerte no estaba tan lejos de una carretera así que no serían más de unas horas de viaje.

Suspiró y se recostó.

—Extraterrestres —murmuró antes de reírse. Eso sería divertido.

Más horas después.

—Maldito mapa —gruñó mirando el gran trozo de papel—, maldito pedazo de porquería —miró alrededor —pero si aquí debería haber una carretera —dijo, pero delante de si había un enorme precipicio, y más abajo, un río y el resto de la selva.

—¿Cómo...? —suspiró y negó.

Arrugó el mapa y lo regresó a su mochila. Bien, siempre al lado de un río hay un pueblo, solo tenía que seguirlo, pero como diantres iba a bajar hasta él.

Unos pájaros asustados pasaron volando a su lado, se protegió el rostro y se giró, luego escuchó el rugido de un animal y abrió los ojos.

Delante de si tenía a un jaguar, un enorme jaguar que la observaba como si ella fuera su presa.

El animal se agacho asechándola y ella levantó sus manos, como si eso pudiera protegerla.

—Gatito, gatito —susurró mientras daba un paso hacia atrás, miró alrededor, el animal se agacho listo para saltar y cuando lo hizo, ella lo imitó saltando hacia atrás sin pensarlo siquiera.

—Oh diantres —murmuró al darse cuenta de lo que había hecho.

Por lo menos encontré una forma de bajar, pensó mientras caía por el precipicio.

El Deseo de BárbaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora