Capítulo 17

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Al cabo de unos días (que se me pasaron volando), era Navidad. En ese día especial amaneció un Sol aparentemente deseoso de brillar, y refunfuñando si alguna nube gris le tapaba las sonrisas de la gente que habitaba a millones de kilometros de él. Me desperté por la culpa de ese Sol, que con uno de sus cálidos rayos, se filtraba por el visillo de la ventana para acariciarme el rostro. Abrí lentamente los ojos y bostecé. Levanté mis brazos por encima de mi cabeza para estirarme. De repente, Rose entró en la habitación.

-Buenos días, Em.-saludó, y aprecié que tenía el cabello mojado.

-Buenos días, Rose. ¿Cuanto tiempo he dormido más que tú?-pregunté, incorporándome en la cama. Ella rió abiertamente.

-Has dormido lo justo, he sido yo la que ha madrugado para ducharse. Aunque estaría bien que bajaras a desayunar, creo que está Albus.-respondió, y yo sonreí. Me zafé del abrazo de las mantas y fui hacia el armario. Cogí un jersey grueso blanco y unos pantalones tejanos azules. Me puse mis botas de nieve y salí de la habitación. Pasé por el baño para peinarme y lavarme la cara, y luego, bajé a la cocina. Bajé a la cocina con una amplia sonrisa pensando que encontraría a mi chico... y no fue así. Mi sonrisa se desvaneció y la sustituyó un ceño fruncido. Me serví un poco de café y me senté en la mesa a tomármelo con calma. Por el pasillo salió algo que no debía ser James, porque ese algo tenía una cosa que Potter no tendría ni aunque la robase: belleza.

Con el cabello poco engominado (cubierto por un sombrero negro), llevaba una camisa de color carbón con las mangas arremangadas, unos pantalones oscuros algo ceñidos y unas botas de montaña oscuras (como no). Supe que era Potter por que entre todo ese anochecido estilo, destacaban unos ojos verdes que brillaban como esmeraldas. Cuando dió unos sonoros pasos adentrandose en la cocina y reaccioné, me atraganté con el café. Empecé a toser como una enferma y él, en vez de ayudarme, me miró con una mezcla de incomprensión y diversión. Sí, definitivamente era Potter.

-Gracias por ayudarme, Potter. Sin tu ayuda no habría dejado de toser, siempre es bien recibida la generosidad de tan abnegada gente como tú.-le espeté, cuando se me pasó el ataque de tos. Él sonrió e hizo una especie de reverencia.

-Siempre es un placer ayudar a las bellas princesas.-me respondió, mientras se levantaba de su absurda reverencia. Yo hice una mueca de asco.

-Era un sarcasmo, ¿sabes?-le contesté, bebiendo otro sorbo de mi café.

-Lo mio también.-respondió él, soltando una risotada. Yo sonreí fríamente y le apunté con mi varita (que siempre llevaba encima). Su sonrisa se esfumó de inmediato.

-Como vuelvas a molestarme, Potter, te prometo que...-le dije, entornando los ojos.

-¿Que me harás? No puedes hacer magia fuera de Hogwarts.-me interrumpió, sonriendo de lado. Yo volví a sonreír.

-¿Crees que me importa que me echen? Ya he estudiado en casa, y tampoco esta tan mal. No me importa volver. Sin embargo... ¿a ti te importaría gastar el resto del curso y quizás el verano en San Mungo?-le pregunté, y de nuevo, su semblante se volvió serio. Antes de que pudiera continuar con mi amenaza, entró la abuela Weasley y tuve que ocultar la varita.

-James, cariño, creo que tu novia esta apunto de llegar. Ha dicho que llegaría a esta hora...-dijo la abuela Weasly, con un claro estrés sobre los hombros. Miró el reloj con las manecillas de las caras Weasley's en la pared y vió que no daban la hora, por lo que frunció el ceño, frustrada. Al girarse, reparó en mi.

-Buenos días, cielo. ¿Ya has desayunado?-me preguntó, segura de que no lo había hecho. Apuré mi café antes de responder.

-Sí, abuela Weasley. Ya estoy, voy a buscar a Albus. -dije, y ella me cogió con sus regordetas manos de las mejillas y me besó la frente.

La descendiente de Gryffindor y Slytherin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora