2. Una reacción irreal

248 40 22
                                    

Milo se ha quedado sorprendido. Es como si no se esperara que le declarara mis sentimientos. A ver, pensé que era un poco obvio lo que siento por él, pero al parecer es el único que no se había dado cuenta. No me quejo, pero ahora no tengo idea de cómo interpretar la cara que puso cuando le dije que lo quería.

Me pidió tiempo para pensarse mejor lo que pasaría con nosotros. Yo quedé patidifusa.

Ahora estoy en clase de Matemática. Debería estar prestando atención pero en realidad no puedo dejar de pensar en Milo y en lo que me dirá. ¿Me rechazará? Los nervios me están matando.

Dora está sentada a mi lado, Isaac un par de asientos atrás. Ellos son los únicos del grupo con los que comparto algunas clases. Ambos tienen catorce como yo.

— ¿Estás bien? — Me pregunta mi amiga con una mueca preocupada.

A mí no me sale la voz, creo que estoy a punto de llorar. Aprieto los dientes, no quiero armar un escándalo en medio del salón. Además, solo faltan unos pocos minutos para que sea el receso. Allí me veré con Milo y me dirá su respuesta.
Dora sigue viéndome preocupada pero niego con la cabeza y ella se da por vencida. Por lo menos de momento.

—Terminen los ejercicios para la siguiente clase— Dice el profesor echando una mirada al reloj que tiene en su muñeca. Segundos después suena la campana del receso.

Me tenso inmediatamente. De pronto quiero meterme bajo el edredón de mi cama y no salir hasta el año que viene.

Mis compañeros se van poco a poco, hasta que quedamos Dora, Isaac y dos chicos más.

Suspiro sonoramente, ganándome la mirada de todos. Me encojo en mi asiento. Creo que me he puesto roja.

De pronto me doy cuenta de que Milo está en el marco de la puerta viéndome atentamente.

Me paro de un salto pero no me muevo de mi lugar. Mis piernas están hechas gelatina.
Dora me da un apretón reconfortante en el brazo. Ahora entiende la causa de mi nerviosismo.

—Suerte— Me susurra, luego me da un empujoncito.

Me dirijo a Milo con el corazón en la boca.

—Hola— Me sonríe de forma cálida.

—Hola— Le devuelvo el saludo de forma tímida.

—¿Me acompañas?

Asiento y lo sigo. Isaac se nos adelanta a paso apresurado sin mirar en nuestra dirección. Lo miro curiosa, está hablando por teléfono en un tono enfadado.

—Pobre Isaac— Oigo que murmura Milo por lo bajo.

— ¿Qué tiene?— Inquiero por una vez olvidando mi ansiedad.

Milo titubea.

— Problemas familiares... No sé si yo sea el indicado para contarte. Deberías preguntarle.

Le doy la razón y nos sumimos en un silencio incómodo. El me guía hacia un área apartada del colegio. Ninguno de los dos dice una palabra.
Me doy cuenta de que estamos yendo hacia la parte trasera del campo de deportes, un lugar al que no suelen ir muchas personas.
Esto de alguna manera me pone alerta. Y es que me pongo a pensar que no me llevaría a un lugar desierto si no es más que para rechazarme, ¿cierto?

Entonces me toma de la mano y me detiene. Siento que voy a desfallecer. No me da tiempo a decirle ni pio cuando me gira y posa sus labios en los míos.

No sé por qué me sorprende tanto.

Su mano izquierda aun sostiene la mía. La otra esta posada en mi cabello. Se da cuenta de que yo no he hecho ningún movimiento por lo que se detiene y aleja su rostro del mío. Me mira intrigado pero sonríe cuando nota mi turbación.
Acerca su boca nuevamente a la mía, y me da pequeños besos que son apenas un poco más que un roce.

Besa una y otra vez mi labio inferior hasta que obtiene una reacción mía un poco torpe. Entiendan, es la primera vez que hago este tipo de cosas.

Lo tomo del cuello e intento profundizar el beso. No se me ocurre otra cosa que empujar mi lengua en su boca y eso parece descolocarlo un poco.
Suelta mi mano y me abraza apretando todo su cuerpo al mío, aún sin dejar de besarme.

Casi sin darme cuenta me quedo sin respiración por lo que rompo el beso y tomo una bocanada de aire al instante.

Milo apoya su frente en mi hombro por un rato.

—Para ser tu primer beso lo haces de maravilla— Comenta suspirando contra mi cuello.

Siento un escalofrío en mi espina dorsal. Esto es irreal. No puedo creer que Milo y yo nos hayamos besado.

Nos quedamos un rato abrazados, besándonos esporádicamente hasta que la campana del fin de receso vuelve a sonar.

Sin decir una palabra me da un último beso, me sonríe y me dice es hora de irnos.
Hace una mueca de desagrado cuando recuerda que tiene clase de Español. A Milo no le gusta mucho la lectura. No es de esas personas que pueden sentarse horas en el mismo lugar para leer sobre una historia ajena.
Él es más un chico de acción, hiperactivo, siempre de aquí para allá.

Me pide disculpas por no poder acompañarme de vuelta a mi salón. Pero nos estamos quedando cortos de tiempo y ninguno de los dos quiere tener una sanción. Le digo que no se preocupe, y él se echa a la carrera saludándome un tanto apresurado.

A pesar de lo que acabo de decir me quedo observando su espalda sin hacer ningún tipo de movimiento para ponerme en marcha.

Mis labios están hinchados y adoloridos. Siento mis mejillas acaloradas. En realidad todo mi cuerpo está en llamas. Me pregunto cómo se verá mi reflejo en el espejo.

Un sonido detiene mis cavilaciones. Miro detrás de mí y me encuentro con Isaac.

— Lo siento— Dice un tanto incómodo sin verme a los ojos —no quería interrumpirlos.

— ¿Estuviste todo el tiempo aquí? — Le pregunto avergonzada.

—Desde antes que ustedes. — Responde escueto. En realidad no me sorprende su actitud, él siempre ha sido hosco. Pero lo que si me llama la atención son sus ojos. Están rojos e hinchados, como si hubiera estado llorando.

Quiero preguntarle si se encuentra bien. Las palabras de Milo "problemas familiares" vienen a mi cabeza. Pero no me atrevo a decir nada al respecto. Algo en su expresión me detiene.

—Deberíamos irnos. —Expresa con voz ronca. Comienza a caminar sin darme otra mirada y yo lo sigo por inercia.

Casi al llegar al salón me armo de valor y lo detengo posando mi mano en su brazo.

—Se que no somos mejores amigos ni nada por el estilo, pero si necesitas algo no dudes en pedírmelo— le digo frotando torpemente su hombro—Cuando quebré mi brazo mientras patinaba en aquella salida con los chicos, fuiste tú quién me cargó todo el camino hasta el auto de mi madre. Sé que no es lo mismo pero realmente lo aprecio— Le sonrío de forma triste y continúo— Eres un buen chico, no me gusta verte así.

Isaac se queda callado. Me mira un largo rato casi sin parpadear. Asiente una vez de forma casi imperceptible y susurra un suave "gracias" para luego adentrarse finalmente en el salón.

***

Saben, nunca se me hizo fácil escribir sobre besos.
¡Saludos!

Si pudiera quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora