05.- Jupiter [Europa]

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—¿Y bien? — pregunté cuando lo vi tomar las pequeñas latas de pintura de mi escritorio para dejarlas frente a la enorme pared de la habitación. No me respondía, solo emitía ruidos para afirmar lo que preguntaba y fruncía el ceño en señal de concentración.

Seguí moviendo mi cama para apartarla a un más del lugar en el que Lewis soltaría todo lo que su imaginación le dijera. Lo vi sentarse frente a la pared como un niño mientras yo colocaba periódico para proteger la madera del suelo.

Su rostro pálido solo me decía que no lo molestara; estaba más despeinado que de costumbre, con una sudadera posiblemente una talla más grande color verde, jeans doblados en los tobillos y un par de viejas Vans de diferente color que, podría jurar, no se daba cuenta de que los traía puestos.

—Lewis — llamé de nuevo después de terminar, él solo salió de aquél trance y se dedicó a abrir las latas de pintura a su lado. Me acerqué para cederle una brocha que él tomó sin siquiera verla, se puso de pie y dio un largo suspiro.

El golpe en su rostro se había desvanecido casi en su totalidad, pero seguía pareciéndome un desastre aun sin él.

Me sonrió dedicándome una mirada; quizá para todos, esas miradas que Lewis me daba en silencio podrían parecer frías, frígidas y un tanto vacías. Pero lo conocía, bien sabía que Lewis era de esas personas que les cuesta amar aunque quisieran. Y yo, yo me tomaba la libertad de interpretar todo lo poco que me daba, y así poder decir con tanta seguridad que amaba la forma en la que él me miraba.

Empapó la brocha con su mano derecha mientras sostenía la lata, sin miedo a salpicar o manchas su atuendo pasó ésta por la pared dejando un color azul, un azul oscuro y profundo detrás de él. Sonrió con malicia y repitió las acciones sin parar. Era como si abriera un portal para ir a algún lugar lejos de aquí, era lo que él me decía todos los días desde que le propuse pintar mi habitación en la semana en la cual mis padres saldrían de viaje. Tan inquieto y lleno de ideas, aunque era de esperarse que todas ellas terminaran donde mismo.

Tomé otra brocha y comencé a ayudarle, me lo permitió sin objeción mientras tarareaba alguna canción que yo no conocía, pero conociéndome a mí; era muy probable que copiara después.

A veces le miraba; sin pena, sin miedo. Y por más raro que fuera, Lewis me respondía aquellas miradas que probablemente,  para mí, hablaban más que las palabras.

Quizá me había enamorado de sus ojos, de su mirada, y eso podría ser bueno, porque es lo único que dura para siempre en una persona.

Abril del dos mil. No entendía por qué se sentía tan bien amarlo cuando se supone que no era correcto.


(n/a): Estos serán cortitos, advertí.


»Júpiter«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora