09.- Pluto

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Fueron escasos segundos donde me di cuenta de que pasara lo que pasara, después de ese día quizá todo sería más fácil para mí. Me recuerdo aun sobre la alfombra de la sala de estar; aturdido, lejano y débil. Mamá le gritaba a papá que parara y él solo sacaba todo ese enojo acumulado, que probablemente, cargaba desde hace años. Creo que gran parte de ese momento fue bloqueado por mi cerebro y me alegro que haya sido así.

Me quedé en mi habitación, con el teléfono en mi oreja esperando a que alguien en la casa de Louis respondiera. Había gritos abajo, demasiados para mi gusto y después, escuché el auto encenderse. No quería mirarme al espejo, mi rostro ardía y se sentía como si sangre brotara de mi nariz aunque por más que la tocara mis dedos resultaran limpios.

Louis tenía razón; el miedo y la tristeza serían por un momento, después todo será libertad.

Llegó el atardecer y consigo una llamada de vuelta. Lancé el teléfono sin responder, tomé mi chaqueta y salí de ahí. Pude escuchar los sollozos de mamá en la cocina y la voz de mi hermano intentando consolarla. Azoté la puerta y vi como el auto de papá desapareció, me monté en mi vieja bicicleta y conduje aunque la oscuridad me lo hiciera un poco más difícil.

No era necesario que me explicara; en vez de que me diera excusas o cerrara la puerta en mi cara, Dianna me recibió con un abrazo tan fuerte como los que mi madre me daba. Había estado llorando pero intentaba sonreír para mí. Me llevó hasta su habitación en silencio como si quisiera evitar interrumpir la plática que su esposo y la policía tenían en otra habitación.

Me aseguró que estaba bien aunque ni ella misma se lo creía. Y cuando lo vi, yo tampoco lo creí.

Me di cuenta que yo fui ese pase que Louis tuvo a la realidad; vivía en su propio mundo, su propio universo y ahora por mi culpa estaba pasando por esto.

Estaba profundamente dormido pero aun así se podían escuchar sus quejidos de dolor. Haciéndose cada vez más pequeño dentro de las sábanas de su cama con gran parte de su cabello cubriéndole el rostro.

Intenté no llorar, intenté no gritar. Me era difícil creer que alguien pudiera hacerle tanto daño a Louis, aunque si no solo hablamos del daño físico, yo estaba en primer lugar.

Alguien llamó a Dianna y tuvo que salir dejándome solo ahí. Me senté en el sofá pensando en qué podría decirle una vez que despertara, saqué la carta de aceptación que había guardado en mi bolsillo y mientras la releía, sin aviso, me quedé dormido.

—Tienes una galaxia — escuché la voz que no entraba por mis oídos desde hace semanas. Mis ojos pesaban y comencé a considerar que era un sueño pero no veía nada en él. Desperté perezosamente y detrás de todas esas marcas de violencia vi la fría expresión de un par de ojos color azul hielo —, a veces las personas solo disfrutan el sufrimiento de los demás — hablaba lento y en pausas. Su labio estaba roto y tenía una pequeña sutura en la ceja derecha.

—También tienes galaxias — pronuncié en voz baja. Estaba recostado y él estaba sentado en el extremo; su camisa estaba sucia y salpicada de color rojo. Intentó sonreír pero vi su gesto de dolor por ello.

—Todo mi rostro es una galaxia —dijo seriamente—. ¿Quién hizo las tuyas?

—Papá.

—Las personas tienen el poder de crear universos pero también el de destruir planetas.

Me incorporé sin dejar de mirarle. Todo a nuestro alrededor estaba en completa oscuridad. Louis se estremeció al instante pero más no dijo nada más.

—Me duele verte así — dije cohibido.

—Júpiter — me interrumpió —. ¿Sabes por qué me gusta mucho hablar del espacio? — callé esperándolo, sabía que venían sus explicaciones que no podía negar que extrañaba  —. Allá no hay problemas, desastres ni caos sin razón. Porque en el espacio no hay sentimientos.

Se puso de pie y dio un largo suspiro hacia la ventana.

—Pero mi error fue llevarte conmigo, Júpiter. O quizá no fue un error, quizá así lo quise desde un principio y no lo sabía.

—¿Es mal momento para decirte que te amo? — pregunté aunque bien sabía la respuesta aquello.

—Está bien — caminó directo a la poca luz que entraba por los cristales. Subió uno de ellos y recargó sus brazos en el borde. Había bastante viento, mi cuerpo tembló cuando sentí la brisa entrar de golpe pero a Lewis parecía no importarle.

Fui con él y en silencio me quedé a su lado.

—¿Te cuento secreto? — susurró.

Recuerdo como el cielo estaba encima de nosotros, las estrellas y las constelaciones, pero yo solo podía mirar a Louis como si fuera el desastre más bonito del universo.

—Fuiste muy valiente por enfrentarte a tu papá — habló bajo. Inocente y tan lleno de magia que costaba creer que él me quisiera a mí —. Y quien es valiente es libre.


»Júpiter«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora