05.- Júpiter [Calisto]

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Era un chico de catorce años que no dejaba de atormentar mi mente; y lo digo de la forma más bella que encuentro. Porque a pesar de que se sentía tan bien todo lo que nos pasaba yo no dejaba de tener miedo, y sé, que aunque él no quisiera decirlo, también.

Yo tenía diecisiete años y me sentía más confundido que cuando lo conocí. No quería aceptarlo pero yo ya lo había aceptado a él. Me sentía un niño, un niño que fue obligado a crecer y que ahora de repente todo comenzaba a ponerse gris.

Respiré hondo y giré mi cabeza para poder verlo. Estaba dormido a mi lado, con sus labios chocando contra su almohada donde soltaba sus leves ronquidos de cansancio. Sus párpados aún tenían rastros de crueldad, su rostro tenía diversos colores que a él le gustaba llamar galaxias y su cabello estaba más desordenado de lo normal; con un leve movimiento se dio la vuelta dejando en medio el pequeño pincel que llenó de pintura las sábanas de la cama y que horas antes había sido su arma preferida.

El desastre que estaba dormido a mi lado era mi secreto, y yo, yo ya tenía que volver a casa.

Con cuidado me levanté de la cama, él se movió más no se despertó. Ya no solía estar en ese lugar por mucho tiempo, tenía que mentirle a mi padre y decirle que iba a mi clase de violín por las tardes. Yo no podía estar cerca de Lewis, no podía llamarlo, ni siquiera mirarle. Su madre lo sabía pero no nos culpaba a nosotros, no se puede culpar a nadie cuando todos piensan diferente.

Esa tarde llamó a casa después de la escuela, justo antes de que mi padre llegara a casa; mamá respondió y le pidió que por favor me dejara ir a verlo. Los ataques del espectro de Lewis eran constantes, incluso más que antes, y Dianna sabía que yo siempre fui la excepción de su hijo, y al parecer no iba dejar de serlo nunca.

Me puse de pie, me coloqué mis zapatos mientras observaba todo lo que Lewis hizo; el inmenso papel en el suelo y toda la pintura gastada en él solo mostraban toda su fascinación por el universo. Fue como si viajara lejos de aquí y plasmara todo lo que vio allá; sin miedo, sin aprensión, sin temor.

Lewis era mi fascinación.

—Júpiter... —escuché su voz somnolienta meterse entre mis pensamientos, giré para verlo pero él seguía con su cabeza metida en su almohada; se encogió más en la cama y susurró —. No quiero que te vayas hasta que todo esto deje de doler.

Junio del dos mil.


»Júpiter«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora