Bitacora III

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Cuando era muy pequeño y se abrían lentamente mis sentidos, como capullos de rosa pétalo a pétalo, una fría mañana del mes de mayo vi por primera vez las gotas de rocío. No me explicaba cómo mágicamente esas pequeñas gotas de agua cristalina, estaban prendidas como perlas en las hojas, en las flores, en la hierba que mojaba mis pies descalzos. Le pregunté a mi abuelo qué era. En sus ojos pequeños le brillaba la picardía y en su boca una tierna sonrisa, jugaba conmigo y dijo: shulla hijo, es la shulla, pero su nombre verdadero es rocío; inocente le pregunté ¿Cuál es el tuyo? David, hijo, David ¿y el verdadero? Su naturaleza llena de sagacidad le hizo suponer que bromeaba con él y me dijo: José, me llamo José David, riéndose con una gracia que solo se encuentra en el rostro inocente de un niño. Su casa, la más linda del mundo, aún sueño con ella. Almorzaba con mi abuelo, mientras mi abuela soplaba la candela, debía cocinar la típica olla de mote (maíz cocido) para toda la semana, las tulpas negras (cuatro piedras) mucho más que las paredes que hacían ángulo al fogón, sostenían la olla de barro que se perdía en el espeso humo de las verdes hojas de eucalipto. Mi abuelo le llamó la atención con toda sutileza: Deja, Sara, ven, acompáñanos a comer, luego conseguiremos pedazos de penca, ven que yo ya termino. El grueso plato de barro estaba vacío, faltaba el segundo y el vaso de mishqui (pulque), la pasividad de mi abuelo era increíble, nada le molestaba, a lo mucho cuando escuchaba algo descomedido, suspiraba y cálidamente como una lamentación decía con una pronunciación alargada e... a... Pienso que de él tengo aún mordido en mi corazón muchas cosas.
En su dormitorio tenía una colección de cuadros de muchos santos; pensar que alguna vez Dios dijo, si hubiera diez justos en la tierra no la destruiría. Viendo la incontable cantidad de santos reflexiono; con tanto garante no tenemos crédito ante Dios y sólo hablamos de una eminente destrucción "absurdo". Bueno, de esa infinidad de cuadros me llamó la atención una mujer que de sus ojos caían gotas de rocío, me daba vueltas la cabeza, no comprendía nada, yo imaginaba que las gotas de agua en la hierba, era resultado de la lluvia que por las noches sonaba como el murmullo del río sobre el tejado y que por milagro y voluntad del Señor ahí se habían quedado, niño ¿verdad?
Con la fuerza de la tempestad cayendo sobre mi pueblo, cómo podía una sola gota quedarse prendida en las hojas, más bien las hojas caían al suelo cobijando el patio de la casa de mi abuelo por completo. Era tan hermoso, mi inocencia pedía conclusiones, pero yo las mezclaba todas, porque la noche anterior que mi abuelo me habló del rocío, no había llovido. Observaba aquella imagen, divagando en el comprimido espacio de luz que tenía mi corta edad, en eso, entró mi abuelo: ¿por qué hay gotas de rocío en el rostro de aquella mujer?, le pregunté con mucha devoción y respeto. ¡Es la Dolorosa!, afirmó, esas gotas de rocío son lágrimas de dolor, intercediendo ante Dios por nosotros.
Nieto: Y, ¿también caen del cielo como la shulla?
Abuelo: No hijo, las lágrimas le brotan del corazón a través de sus ojos.
Nieto: ¿Por qué no se han caído y se han quedado prendidas en su carita?
Abuelo: Esas gotas caerán cuando la humanidad cambie y sea buena.
Nieto: Caerán o se irán al cielo como humito, así dijo la abuela.
Abuelo: Eso te dijo mi Sara. Bueno, el rocío sí se evapora, las lágrimas de la Dolorosa se convertirán en brillantes, preciados diamantes, y aquel que las obtenga tendrá la salvación.
Nieto: Yo quiero una, mi papi puede ponerla en un anillo de mi mami.
Mi abuelo había guardado con mucha sabiduría en el cofre indisoluble de mi memoria un gran tesoro, en una increíble metáfora. Aquel que logre tener una de ellas, tendrá la salvación. Entonces no supe de qué hablaba, ¡lágrimas convertidas en diamantes!, sólo puede representar la pureza, la grandeza de un infinito amor con la voluntad de Dios, el perdón, la verdad y la luz.
Siempre supe que todo tenía explicación, por eso es mi afán por la huella del maestro, seguir caminando, sin prisa porque el cansancio puede traicionar tus emociones y desconcertar el propósito. Sólo caminaré, con pausa tras una respuesta, a prisa con mis preguntas, con devoción en la espera.

Bitácora Preludio Al Sonido De La Última TrompetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora