Capítulo 29:

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Sentí una mano cogerme del brazo. Lisa. Yo no quería ni verla y ella insistía. Me giré para mirarla, con los ojos llenos de lágrimas y apretando los labios.

-¿Qué coño te pasa? Te llevo llamando desde que te vi allí dentro.- Soltó señalando hacia el restaurante.
-¿Qué que coño me pasa? ¿Encima te dignas a pedir explicaciones? Mira, vine a buscarte porque según tus hermanas necesitabas un puto descanso. Entonces te veo muy romántica con un chico en la Estatua de la Libertad. Y por si fuera poco, veo fotos que circulan por las redes sociales en las que te besabas con el mismo chico.- Vi como alzaba las cejas sorprendida al escuchar esto último.-¿Y aún después de todo eso me dices que "que coño me pasa?

-Álex el es...- La interrumpí.
-Sí, es tu nuevo novio. Cuentame algo que no sepa joder.- Le quité la mirada para mirar hacia un lado. Apreté los puños, enfadada. Con el mundo, con Lisa, con su "nuevo novio". Quería mandarlo todo a la mierda.
-No, que el chico es gay. Lo conocí aquí y es una forma de saludarnos: mediante un pico.
-¿Encima te dignas a mentirme? Se acabó Lisa, se acabó.

La dejé con la palabra en la boca mientras andaba por las frías calles de Nueva York. También dejé a Yvette allí. En ese momento no me importaba nada que no fuera salir de allí. Sin un rumbo, aunque no me conociera la ciudad. Caminé durante 10 minutos hasta que llegué a un pequeño parque. No había nadie, por la hora obviamente. Me abroché la cazadora de cuero y me senté en un banco, con la mirada pérdida y sin saber donde estaba exactamente. No miento si digo que me pasé 15 minutos con la mente en blanco y la mirada perdida. Necesitaba aquel momento.

-Hey.- Dijo Yvette apareciendo detrás de mí de la nada. Se sentó a mi lado, saco un cigarro de su bolsillo y un mechero. Lo encendió y le dió una calada.
-Hey.- Mi voz ronca resonó, no tenía ni siquiera fuerzas para hablar. Todo me superaba, todo. Le quité el cigarro y di una calada. No se por que lo hice pero comencé a toser y ella río.
-Tú no fumas Álex.- Me quitó el cigarro y volvió a dar una calada dándome una palmadita en la espalda para que no me ahogara.
-Y yo no sabía que tú lo hacías. Se supone que relaja ¿no?
-Eso dicen.- Reímos las dos. Pasamos bastante rato hablando cosas sin sentido y compartiendo el cigarro. Me había acostumbrado, aunque no del todo, a tener aquel humo en mis pulmones. Hasta que nos lo terminamos.- Quizás tenga razón y fue todo un malentendido... Piénsalo.
-Quizás.

Te quiero, ¿sabías? (Lisa Cimorelli)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora