Capítulo 1

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Me paré abruptamente al salir de la EOI recordando que había olvidado los apuntes de historia y economía bajo un pupitre en el aula 3, donde no tendría clase hasta la semana siguiente. Pero precisaba de ellos para el viernes... ¿Y ahora qué hago?

Teniendo el instituto literalmente delante de mis ojos me di cuenta de que la verja estaba todavía abierta. Suponiendo que estarían impartiendo las clases de adultos, atravesé la calle y entré en el recinto. Le pedí al conserje la llave correspondiente y me dirigí al primer piso, a la A3, que se encontraba en la ampliación del edificio, por las escaleras más cercanas (en la zona vieja).

Después de recoger todas mis cosas y guardarlas en la mochila me encaminé a la planta inferior, esta vez por las escaleras de la parte nueva, que tenía a tres pasos, haciendo un circuito. Esto hacía que en el pasillo por el que regresaba me encontrara con el gimnasio, a mi izquierda, y con los vestuarios, a mi derecha.

Un ruido sordo hizo que me detuviera un instante. Cuando estaba a punto de retomar mi camino el sonido volvió, más fuerte esta vez. Me di cuenta de que provenía del vestuario de chicos y yo, junto a mi curiosidad, decidí acercarme a ver qué ocurría.

Al abrir la puerta simplemente no vi nada. No había nadie en los baños pero oía movimiento en la habitación contigua, donde las duchas. La puerta estaba arrimada. Cuando la abrí y entré pude ver a un chico, de espaldas a mí, colocando –con más fuerza de la necesaria y pareciendo enfadado– una bolsa de deporte en una de las taquillas. Lo reconocí como Iago así que preferí retirarme sin hacerle saber que yo había estado allí. Pero las cosas no me salieron bien: mi pie golpeó contra la esquina de la puerta. Si hubiera tenido suerte él no lo habría oído o simplemente lo habría ignorado, pero como no la tengo...

Él se paró y me miró, naciendo en su cara una traviesa sonrisa de lado al ver quién era. Muy sexy además, todo hay que decirlo.

Cerró la puerta metálica fuerte, haciéndome reaccionar.

- Y... yo ya me voy.- dije.

- No, por favor. Quédate.– dijo él antes de que yo pudiera mover un músculo siquiera.- Sería genial poder hablar contigo ya que estás aquí.- creo que era la primera vez que usaba esa linda boca suya para dirigirse a mí sin insultos, palabras despectivas o algún tipo de burla de por medio.

Hablaba mientras se acercaba a mi persona.

El hecho de que caminara despacio y con seguridad, que hablara con tono tierno y suave como la seda, que no tenía que ver con su cara fría y su mirada vacía e inexpresiva, me hizo pensar en él cómo en un depredador. Y la simple idea provocó que escalofríos recorrieran mi columna vertebral.

Una vez llegó a mi lado, estiró el brazo y cerró la puerta de la habitación para que no pudiera irme. A decir verdad, yo no soy de las que huyen, no acostumbro escapar de los momentos difíciles o las situaciones incómodas ni aunque lo esté deseando, pero he de admitir que, al estar con él a solas, por primera vez en mi vida, en un lugar de semejantes dimensiones (no precisamente grande), esa idea sonó como algo verdaderamente atractivo para mí.

- Sí me gustaría hablar contigo y tratar de solucionar lo que sea que tienes en mi contra, pero prefiero no hacerlo. Algo me dice que, en este caso, hablar no me servirá de mucho.

Me miraba fijamente, sus ojos como dagas clavándose en los míos. Hipnotizándome. Caminando todavía me hacía retroceder (me ponía nerviosa, siempre fue así), un paso cada vez hasta que mi espalda chocó contra la pared.

Puedo asegurar que no soy una chica muy asustadiza pero en aquel momento lo estaba pasando mal. Porque, en aquel momento, estaba experimentando lo que se siente al ser intimidado por alguien. Sin poderlo evitar sentía como mi cuerpo reaccionaba a él, a su cuerpo y a su carácter, a toda su persona. Me infundía temor y hacía que mi corazón latiera alocadamente rápido contra mi pecho por su cercanía. Sabía que era un sentimiento irracional, que no me había hecho nada para que yo reaccionara como lo hacía ante su presencia (por eso trataba de controlarme), pero no podía evitarlo.

Cierto que me había empujado, insultado y ridiculizado antes en alguna ocasión, pero otra gente lo había hecho también a lo largo de mi vida –sobre todo en mi infancia- y no me afectaba de la misma manera.

Solo ocurría con Iago. Él era especial. Siempre lo supe, pero ahora podía sentirlo también.

Apoyó el brazo izquierdo junto a mi cabeza, con cara de tipo duro, y se inclinó para que quedáramos a la misma altura. Su nariz estaba cerca de la mía pero sin rozarla, su aliento sobre mis labios mientras me preguntaba:

- ¿Qué te hace pensar que tengo un problema contigo?

- ¿Por qué, sino, tratas de atemorizarme? –le pregunté de vuelta, casi en un susurro.

Recorrió mi cara con su mirada, observándome, y se inclinó más haciéndome cerrar los ojos y contener la respiración de forma inconsciente. Acariciando mi labio superior con los suyos contestó:

- Porque me gusta.

Solté el aire que contenía en un suspiro sin poderlo evitar, momento que él aprovechó para besarme. Lentamente al principio pero se volvía más profundo con el tiempo, mientras deslizaba su mano izquierda por la pared. Primero presionaba mis labios con los suyos, de forma leve, como en una caricia. Luego invadió mi boca con su lengua casi a la fuerza, haciendo el beso más profundo e intenso. Tanto que él me sujetó con fuerza de las caderas, clavándome los dedos en mi suave piel, cuando mi cuerpo comenzó a temblar compulsivamente. De miedo, de impotencia, de ira y de confusión. Pero no podía alejarme, tampoco quería.

Fue la primera vez que le permití a alguien manipularme, dirigirme, que pude dejarme llevar. La primera vez que alguien que me besaba se hacía cargo de la situación, y yo me sentía bien por ello. Liberada. Fue un beso increíble, como los que siempre deseé y nunca pude tener. No tierno, dulce o empalagoso; ni fuerte, duro o agresivo. Intenso era el único adjetivo que lo describía a la perfección.

Me besó por un buen rato, apretando fuerte su cuerpo duro contra el mío, procurando que me amoldara a él. Hasta que se acabó. Separó sus labios de los míos, y sus manos de mi cuerpo. Haciendo que, sin su agarre, mi cuerpo –todavía débil de la impresión- se deslizara hasta el suelo por la pared a mis espaldas; y viendo, lo juro por mi vida a la que le tengo mucho aprecio, sus ojos oscuros titilar con fuego.

Estaba completamente sorprendida y anonadada. Mi respiración acelerada, en suaves jadeos. Él contemplaba mi expresión atónita desde arriba, presumido y orgulloso, con su sexy sonrisa de lado, aparentando serenidad. A pesar que es complicado sorprenderme o asustarme, Iago había conseguido ambas cosas en apenas unos minutos.

- ¿Es esto lo que puedo provocar en ti con tan solo un beso y unas caricias? ¿Tan susceptible eres? –no podía creer que tuviera los huevos de decirme eso, regodeándose de ser capaz de afectarme de tal forma. Porque lo que para él habían sido "tan solo un beso y unas caricias", para mí era la mejor forma de contacto físico con un hombre que había disfrutado nunca.

El cúmulo de sensaciones y pensamientos provocaron que mi cabeza diera vueltas de tan impactada como estaba. Y entonces ocurrió algo. Las lágrimas picaron por salir, por ser derramadas. Mi vista estaba nublada por ellas; mis ojos aguados. Traté de contenerlas pero hubo una, traicionera ella, que se deslizo por mi mejilla a pesar del esfuerzo. Y eso me encantó. Porque, aunque no me gusta verme sensible o desprotegida delante de nadie, la expresión que puso en su cara el chico que me contemplaba valió la pena. Estaba más sorprendido de lo que yo lo había estado por su beso. Así lo mostraba también la tensión en sus músculos.

Parecía impotente, como si quisiera hacer algo –huir o acercarse- y no pudiera reaccionar. Yo pestañeé, levanté la mirada y dije:

- Vete, ya es tarde.- no sé por qué esas palabras salieron de mi boca, y mucho menos en aquella situación. Pero lo mejor de todo es que Iago me hizo caso. Tras un segundo en que parecía estarlo pensando agarró su cazadora de cuero –que estaba sobre uno de los bancos y había pasado desapercibida para mí hasta el momento- y salió sin perder tiempo. Tampoco quería que se quedara.

Me tomé un momento permaneciendo sobre el suelo y, cuando creí que ya era hora de marcharme, me fui a casa.








Iago || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora