Capítulo 5

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Estoy segura de que cuando me hizo tal ofrecimiento, mi cara brilló como si tuviera luz propia de tan roja como estaba. Si Iago hubiera sido otra persona, y no quién era, no me habría afectado tanto.

Me quedé tan cortada que no supe que contestar. Permanecimos en un incómodo silencio hasta que Iago, consciente de que no diría nada –de que no sabía que decir- redirigió el tema hacia otro más seguro.

Mantuvimos una conversación agradable mientras el contenido de la botella de vino iba disminuyendo y picábamos algo. Nunca creí que llegaría el día en que dijera esto pero... era sencillo y agradable hablar con él, parecía que podrías decirle cualquier cosa que él sabría como contestar.

Los temas de nuestra charla fueron variados y distendidos, para nada personales al principio.

Cuando entre los dos habíamos terminado ya con casi todo el líquido de la botella de cristal –más por su culpa que por la mía- la aparté de mi vista. No sé cuantas copas llevaba para el momento pero comenzaba a marearme; y no soy de las que necesitan el alcohol en su cuerpo para pasar un buen rato. Junto con la comida y la grata compañía, había ingerido el vino como si de agua se tratase. Por supuesto mi compañero había hecho análogo pero él, al contrario que yo, tiene mayor tolerancia a las bebidas alcohólicas.

Acurrucados en el cómodo sofá de cuero negro del confortable salón, nos reíamos en confianza y nos contábamos historias el uno al otro, anécdotas divertidas o sobre los momentos más vergonzosos y/o humillantes de nuestra vida.

Me descubrí rememorando aquel sentimiento que había tenido hacia él por años desde el día en que lo vi por primera vez; apoyado en la pared a la entrada del instituto, con los brazos cruzados sobre su fuerte pecho y la vista perdida en la multitud, con un aura peligrosa e intensa a su alrededor. El tiempo había transcurrido, yo había madurado y la atracción que alguna vez sentí por "el chico malo" se había convertido poco a poco en el recuerdo de un "enamoramiento" infantil.

Su brazo sobre mis hombros y mi rostro peligrosamente cerca de su cuello, la hechizante fragancia de su after shave, su encantadora sonrisa y el sonido de su risa; todo mezclado con alcohol en un cocktel explosivo me hacía volver a sentir aquello ya olvidado. Me provocaba una profunda excitación y unas incontrolables ganas de besarle, de sentir la presión de sus labios sobre los míos mientras sus manos recorren mi cuerpo con tiempo y con cuidado. Y recordar lo que antaño me había dicho, que quería besarme de nuevo, no hizo que eso cambiara.

Y de pronto y casi sin darme cuenta el agradable ambiente que podía respirarse en la habitación se convirtió en uno tenso, que parecía poder cortarse con un cuchillo. Las risas se esfumaron de ambos casi al mismo tiempo y nuestros ojos –o, por lo menos, los suyos- miraban con gran intensidad en las profundidades de los pozos de colores capaces de mostrar el alma de la otra persona.

Vi como su mirada se mantuvo en mis labios rosados (y quemados) por un instante más largo de lo debido en lo que yo entendí como una petición, en busca de mi permiso. No me moví en ningún momento –es más, creo que hasta contuve la respiración- por si acaso lo interpretaba como una negativa; no queriendo eso. En vista de que no me movía, se acercó a mí lentamente, dándome todo el tiempo necesario (y más) como para alejarlo, torcerle la cara de una bofetada o incluso huir de allí por patas si era necesario.

Así, al fin, el esperadísimo beso llego. Al principio solo como un leve roce, luego como una presión. Y más tarde, me acariciaba, lamía y chupaba los labios; y yo le correspondía a él de la misma manera. Tomándonoslo con calma. Sintiendo sus suspiros de alivio entre toque y toque de piel, me permití el lujo de hacerle saber que yo también lo estaba disfrutando haciendo lo mismo.

Iago || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora