Capítulo 17

97 15 4
                                    

-17-

Me detuve a contemplar a ambos chicos desde la lejanía. Parada junto a un árbol, y escondiendo medio cuerpo tras él, pude ver como los dos hablaban entre sí en un tono de voz elevado –o eso creía yo puesto que, desde donde me encontraba, podía oír el rastro de las palabras al desvanecerse-. Trataba de adivinar sobre qué iba la conversación prestando atención a sus gestos y al movimiento de sus labios, pero no era capaz de sacar nada en limpio. Suponía que hablaban de la pequeña bolsa que Iago acababa de guardar en sus pantalones, que fue también lo que más llamó mi atención.

Ellos se encontraban uno enfrente del otro y, desde mi posición, podía ver sus costados. Apenas un minutos más tarde, Iago se desplazó un poco hacia su derecha aguantando cansadamente las palabras de su compañero, acercándose a él y haciéndole moverse de la misma forma. De esa manera se situó quedando yo en su campo de visión y, al elevar la mirada, me vio claramente allí quieta, estática. Su rostro, al darse cuenta de mi presencia, no cambió ni se alteró. Solo me miró mientras que yo, siendo descubierta, comencé a andar hacia su posición. Cuando estaba a mitad de camino, él hizo callar al otro dando leves golpes en su brazo sin apartar la mirada de mi cara.

Me situé entre los jóvenes, observando al único que conocía. Iago clavaba sus ojos azules en los míos y sabía que, quien estaba con él, lo contemplaba como yo. Se formó un incómodo silencio entre nosotros. Después de un pestañeo, cambié la dirección de mi mirada y pude sentir como mi mandíbula caía hasta el suelo y mis ojos se abrían desmesuradamente debido a la impresión que me produjo la persona que tenía a mi vera.

A una considerable distancia no había podido darme cuenta del impresionante atractivo del chico que, ahora, se encontraba a mi izquierda. Alto, de peso medio y muy musculoso –más incluso que Iago-. No como alguien que se harta a esteroides, sino más bien como el que se entrega al ejercicio físico, por lo menos, cuatro veces por semana y lo acompaña de un estilo de vida saludable y buena alimentación. Parecía unos años mayor que yo. El color negro de su piel era lo que más llamaba la atención de su físico, al igual que su estructura corporal. Tenía el pelo negro como el carbón y extremadamente corto, que hacía recordar a los oficiales del ejército. Quién sabe, igual sí pertenecía a las Fuerzas Armadas. El aura de tipo duro que lo rodeaba hacía considerarlo apto para el puesto. Sus ojos eran marrones como los míos pero de una tonalidad más clara, acercándose al suave color de la miel. Sus gordos y carnosos labios rosados, que parecían ser de una muy suave textura, estaban apretados en una fina línea que mostraba la tensión que sentía. Tensión que también se reflejaba en la contracción de sus músculos; los de sus brazos y hombros y, principalmente, los de su mandíbula cuadrada, que hacían creer que estaba a punto de romperse los dientes. Vestía unos vaqueros negros y una camiseta azul clara que acentuaba el contraste entre esta y su piel. Le quedaba bien ese color, le favorecía. Por encima de la camiseta suelta, llevaba una chupa de cuero negra como la que Iago usaba normalmente, y calzaba unos tenis blancos.

- Yo solo te aviso de que no es una buena idea.- dijo él entonces, rompiendo el silencio.- Por tu propio bien, deja lo que estás haciendo. Porque no saldrás beneficiado.- advirtió con un deje de rabia contenida.

Tras sus palabras, el chico de quien todavía no sabía el nombre, giró sobre sus talones y echó a andar por donde yo había llegado. Sin volverse atrás y sin, ni siquiera, echarme un vistazo. ¡Auch! Eso lastimó mi orgullo. Aun así, no pude evitar contemplarlo hasta que hubo recorrido una buena distancia.

Me fijé de nuevo en Iago. Él me miraba como lo había hecho antes. No estaba segura de si lo había estado haciendo todo el rato, pero el hecho de pensarlo me hizo sentir vergüenza por la posibilidad de haber sido observada por él mientras contemplaba a su amigo.

Este también se dio la vuelta y anduvo en la dirección contraria. Hacia su piso, intuí. Yo había ido a verlo pero Iago se alejaba de mí sin dedicarme unas palabras. No estaba dispuesta a seguirlo como un perrito faldero; si no quería mi compañía, allá él...

- ¿Vienes?- preguntó girando la cabeza hacia mí y elevando las cejas a unos pasos de distancia. Bufé. Sabía que eso era lo más parecido a una invitación que iba a conseguir. Sin embargo, debía mejorar la forma en que pedía las cosas.

Lo alcancé y caminamos juntos hasta el interior de su apartamento. Siempre sin hablar. Al atravesar la puerta me dirigí a la cocina, me deshice de mi abrigo –que coloqué sobre uno de los taburetes- y me apoyé, con ambas manos, en la barra americana, de espaldas a Iago. Él me siguió a paso lento y se situó detrás de mi cuerpo.

- Hace tiempo que no nos vemos.- cerré los parpados con fuerza antes de girarme hacia él y descansar mi espalda contra el borde de la mesa.

- ¿Qué fue todo eso, Iago?- cuestioné frunciendo el ceño.

- ¿A qué te refieres?- ¿se creía que soy extremadamente ingenua o acaso pretendía jugar conmigo?

- No te hagas el tonto, ¿quieres?- llevaba puestos unos tenis negros, unos vaqueros claros que marcaban sus muslos y una camiseta blanca de manga larga que quedaba escondida bajo una sudadera de chaqueta verde. Se quitó la sudadera y la dejó encima de mi abrigo antes de mirarme entrecerrando los párpados.

Clavé mis ojos en la superficie homogénea de su camiseta blanca, a la altura de su pecho. Alargué mi mano y la posé en su cadera. Tragué saliva y la deslicé rápidamente en el bolsillo trasero de sus pantalones, agarrando la bolsita, antes de que pudiera detenerme.

- ¡Verónica, dame eso!- exclamó al tiempo que yo alargaba el brazo hacia atrás todo lo que podía, hacia el otro lado de la mesa, tratando de evitar que alcanzara lo que yo acababa de coger.

- Hablabais de esto, ¿cierto? ¿Qué es, Iago? ¿Eh? ¿Polvos picapica?- pregunté con sarcasmo, observando el polvo blanco del interior de la pequeña bolsa.

- Dámelo, Verónica.- insistía él, agarrando mis brazos con fuerza y acercándolos a mis costados. Sus facciones denotaban ira. Estaba enfadado como nunca antes lo había visto.

Logró juntar mis brazos delante de mi cuerpo y apresó mis muñecas con una mano suya, inmovilizándome. Retiró la bolsa transparente de mi puño cerrado y, tras revisar su contenido, la guardó de nuevo en su bolsillo trasero.

- No vuelvas a meterte en mis cosas. Mucho menos en lo que a estos temas se refiere. Si no quiero contarte algo, no te lo cuento. ¿Entendiste?- sus ojos penetraban en los míos. Había rabia en su forma de mirar.- Si lo haces de nuevo entonces yo...

- ¿Entonces tú qué? ¿Me pegarás?- me había hecho enojar a mí también. ¿En serio se creía que podía hablarme así? ¿De cualquier manera? No, señor. Yo reconocía mi error, no debía haberme metido en lo que no es asunto mío. Pero no iba a permitir que se dirigiera a mí de esa forma. No se lo permitía a nadie y él no sería una excepción. Si creía eso, estaba listo.

- ¿Qué?- su expresión de enfado se esfumó de repente, siendo substituida por otra confusa. Me di cuenta de que no entendía por qué había dicho eso. Mejor. Lo vi preguntarse a sí mismo si de veras lo consideraba capaz de tal cosa.- ¡No!- me soltó inmediatamente como si el contacto con mi piel le provocara quemaduras y se alejó unos cuantos pasos de mi persona.- Solo no lo vuelvas a hacer.- dijo en un tono más relajado aunque todavía pareciendo extrañado, pasándose los dedos por la cabeza, entre las hebras del cabello.- Por favor.- sus últimas palabras salieron de su boca con dificultad, como si no estuviera acostumbrado a decirlas. A pedir las cosas.

Nos quedamos parados por unos segundos, uno frente al otro. Tratando de asimilar el momento y de calmarnos a nosotros mismos. Yo acariciaba mis muñecas que habían quedado rojas debido a la fuerza y a la presión de sus dedos. Iago trató de acercarse a mí, acortando la distancia que él mismo había puesto entre nosotros, con un andar torpe. Viendo que me tensé por la impresión, hizo de sus movimientos más lentos y ligeros. Se situó frente a mí y agarró mis antebrazos con delicadeza. Besó mis muñecas, primero una y luego la otra. Posó mis brazos en su pecho y acercó su cara a mi sien.

- Disculpa.- susurró antes de besarme la frente.- No quería lastimarte.- intuía que estaba siendo sincero.- Olvidemos esto, ¿de acuerdo? No volverá a pasar. Ni por tu parte, ni por la mía.

No contesté. No podía. ¿Olvidar algo? ¿Yo? No, yo no soy de esas. Perdono pero no olvido. En mi caso eso es más acertado.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 11, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Iago || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora