Capítulo 14

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Ayer, jueves, tuve una pelea con mi padre. No fue de las gordas pero, como todas, fue importante para mí. Es importante para mí.

Él y yo no tenemos una buena relación, más bien todo lo contrario. Su carácter es muy fuerte. Se puede decir que es, incluso, más fuerte que el mío –y eso ya es mucho decir-. Nunca da el brazo a torcer. Sí, sé que yo soy muy testaruda, pero él me supera con creces. Como siempre digo: para mi desgracia, me parezco a él. Y, como yo también soy de las que no se deja ganar, siempre acabamos enfrentados el uno con el otro.

Le odié. De verdad que le odié mucho por años. No puedo explicar con palabras la repulsión y todos los malos sentimientos que despertaba en mí. Llegué a un punto en que, el simple hecho de ver su cara, de oír su chirriante voz, me hacía hervir la sangre. Hasta que maduré –más o menos-. Hasta que decidí que no quería continuar con aquello –fuera lo que fuese lo que había entre nosotros- tan dañino para ambos. Empecé a ignorarlo, todo lo que se puede ignorar a una persona con la que compartes sangre, casa, a la que ves a diario; y las cosas mejoraron. La tensión disminuyó, aunque todavía era palpable.

Soy consciente de que, dicho de esta forma, no parece gran cosa. No me llevo bien con mi padre y discuto mucho con él. ¿Y qué con eso? No soy la única persona en este mundo que carece de una perfecta relación paterno-filial. Pero entre nosotros las cosas son complicadas, es difícil. Nuestros problemas vienen de antes –prácticamente desde que nací, cuando él se dio cuenta de que yo no era la hija que esperaba, que deseaba tener- y son muy profundos. Por lo menos por mi parte.

Pensé que ya habíamos superado la etapa en la que discutíamos por tonterías. Sin embargo, ayer descubrí que no es así. Se burló de mí. Sí, lo hace mucho. Continuamente. Para hacerme de rabiar. ¿Acaso no se da cuenta de cuánto me molesta en realidad? Porque me molesta mucho. Y yo me enfadé en respuesta, harta de dejárselas pasar todas. Lo que acabó en fuertes gritos y empujones en la cocina. Terrible. Puede que mi comportamiento no fuera el más adecuado pero, ¿qué pasa con él? Se supone que es el adulto. ¿Así lo demuestra?

Pensé en ello toda el día. De alguna forma no pude sacármelo de la cabeza en horas.

Karen se dio cuenta desde primera hora de la mañana de que algo andaba mal, o eso pensé. Sabía que yo no estaba muy comunicativa por lo que quise, deseé, interpretar su silencio como respeto hacia mí, por mi espacio. Aunque no pude evitar imaginar que tal vez se trataba de otra cosa. Que quizás se había molestado conmigo por no hablarle mucho desde mi llegada al instituto, o yo que sé. Tonterías. En el fondo pensaba de verdad que ella era capaz de entender que no estaba de humor, que estaba distraída en otros temas. Pero, lamentablemente, la otra idea no hacía más que vagar por mi mente. Y, desde luego, no necesitaba más comederos de cabeza. Con los que tenía, me bastaba y me sobraba.

Por un lado estaban los problemas con mi padre, que me hacían pedir al tiempo que pasara rápidamente para poder tener la mayoría de edad y, por fin, marcharme de casa. ¡Oh Dios, cuanto anhelo que eso ocurra!

Por otra banda, ¿cómo no?, estaban Iago y Karen. Me había propuesto no volver a ver a Iago hasta que le contara todo a mi mejor amiga, pero ya lo había retrasado una semana y todavía no encontraba fuerzas para hacerlo.

En el recreo mi estado anímico tampoco mejoró. Pero el hecho de que estuviera centrada en mis problemas no significaba que ignorara lo que acontecía a mi alrededor. Karen y Lena discutían acaloradamente –no en un mal sentido- acerca de unos y otros temas, mientras yo me quedaba rezagada por detrás de ellas. Es cierto que necesitaba tiempo y espacio para reflexionar, pero no sé si tanto. Estaba claro que quería su compañía. De haber querido intimidad me hubiera quedado sola durante esos 30 minutos. Más bien necesitaba paciencia y comprensión por parte de mis amigas.

Iago || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora