PRÓLOGO

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Prólogo

Sabía que K no vendría hoy a clase –al parecer tenía que ir al médico, nada grave, solo era una revisión habitual, pero la extrañaría en todo momento-, por ello no me tomé la molestia de aparecer en el instituto con 15 minutos de antelación como hacía normalmente. Llegué con el tiempo justo como para adentrarme en las profundidades de los pasillos, bucear entre la multitud de jóvenes, agarrar el material necesario para las primeras clases y entrar al aula correspondiente. Para el momento en que conseguí eludir a la gente y alcanzar mi taquilla en la segunda planta mi reloj marcaba tres minutos para las ocho y media. Saqué del pequeño cubículo mi libro de geografía y un plástico lleno de fotocopias de diferentes asignaturas –que era todo lo que necesitaría hasta el momento del receso- y, papeles en mano, me dirigí a la primera clase de la mañana.

Caminando por el corredor, completamente agotada por la falta de sueño, no era consciente de nada de lo que ocurría a mi alrededor. No era consciente del rebelde sin causa que me observaba desde más adelante, junto a su grupito de amigos, con malas intenciones. Razón por la que, cuando su pie se ubicó delante del mío, impidiéndome avanzar y haciéndome caer de rodillas en el suelo –al tiempo que lo hacían mis objetos también-, me cogió desprevenida.

Aterricé sobre mis huesudas rodillas causando un agudo dolor en ambas aunque, gracias a Dios, no lo hice de narices. A pesar de la impresión fui lo suficientemente rápida como para estirar los brazos y golpear las palmas de las manos en lugar de mi cara, lo que, estoy segura, no habría sido agradable. Mi mochila, el libro y el folder se encontraban dispersos por la superficie plana de baldosas blancas.

Todo pasó con mucha rapidez pero yo sentí como que el tiempo se había congelado de lo despacio que transcurría en mi cabeza. La razón debía ser el letargo que sentía debido al cansancio. Pero el golpe me despertó de vez y me hizo espabilar. La rabia me inundo de repente y un calor intenso me recorrió de la cabeza a los pies.

Al levantar la mirada pude contemplar al causante de todas mis desgracias al tiempo que me daba cuenta del terrible ataque de risa que sufrían sus camaradas. Se reían de mí. Él no lo hacía. Su mirada era fría pero su boca se estiraba en una sonrisa de lado que denotaba diversión. Había que reconocer que el chico era guapo, lo que no compensaba el que fuera un grandísimo hijo de puta. Lo miré fijamente desde el suelo durante unos instantes, todavía a cuatro patas. Y para el momento en el que el timbre tocó anunciando el inicio de la jornada escolar la ira se había evaporado y abandonaba mi cuerpo.

Me levanté despacio, recogí mis pertenencias y me alejé de allí a paso tranquilo –a pesar de las punzadas de dolor en mis rodillas- sin decir ni una palabra.

Nadie me echó una mano ni me ayudó a levantarme a pesar de que decenas de personas me vieron tendida en el suelo. Por supuesto yo no esperaba que lo hicieran. Pero haber recibido ayuda hubiera sido agradable.

Claro está que eso solo se reserva para las personas afortunadas y yo no lo era, no lo soy. Al menos no desde que ese diablo de ojos claros apareció en mi entorno.

***** ***** *****

El día se me hizo exageradamente largo. Aún sentía el peso de la eterna mañana a estas alturas de la tarde. Que mi mejor amiga no hubiera estado en clase para hacerme las horas más llevaderas había sido un problema. Había sido un problema porque, debido a la falta de distracción, aproveché para pensar.

Pasé el tiempo ignorando las enseñanzas de los profesores y matinando sobre el curioso encuentro que tuve con Iago en los pasillos. Iago sí, así se llama. Realmente siento que el nombre le pega, que es... muy él.

Comencé a oír sobre este personaje al iniciar la secundaria. Al parecer solía asistir al mismo colegio que yo pero al ser casi dos año mayor nunca supe quien era. Me di cuenta de él, sin embargo, el primer día que asistí al instituto, el día de la presentación al inicio de curso. Soy consciente de que no es, ni de lejos, el chico más guapo sobre la faz de la tierra pero no está nada mal. Su gran atractivo e inmenso carisma fueron lo primero que me atrajo hacia él, a mí al igual que a otras docenas de adolescentes con las hormonas revolucionadas. Pero, curiosamente, no se le veía mucho el pelo dentro de los límites del centro. Con el tiempo fui olvidándome de él –en la medida de lo posible- ya que no lo avistaba más que muy de vez en cuando. Este año, al contrario, comencé a verlo a diario ahora que lo tenía en prácticamente todas las clases. Según lo que he oído decir nunca fue un buen estudiante, en realidad casi no estudiaba –si es que lo hacía en lo absoluto-, y, sin embargo, había conseguido sacar adelante todas las materias, aunque fuera de milagro. Pero, al llegar a segundo de bachillerato y viendo la dificultad que acarreaba dicho curso, su inexistente método de estudio le hizo imposible aprobar el año. Así que repitió. Y ahora que yo también voy en segundo de BAC, en el mismo grupo que Iago, él se fijó en mi persona y se decidió a usarme para su entretenimiento. Lo que no es algo bueno, la verdad.

De alguna forma él consigue hacerme sentir insegura y desolada con cierta frecuencia. Pero estoy dispuesta a que esto acabe. A frenar la situación. Ahora lo único que quiero es poner las cartas sobre la mesa y que finalicen las tonterías.





Iago || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora