Capítulo 8

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Tras una tarde agradable con la grata compañía de tres de las mejores chicas que conozco, nos dispusimos a encontrarnos con el resto de la pandilla. Otros seis chicos, amigos de una vida –o de muchos años-, que, había que reconocerlo, hacían que nuestros fines de semana fueran inolvidables.

Cada uno más infantil que el anterior, eso no quita que sean unos buenos amigos. El tipo de personas con las que sabes que podrás contar en un momento de necesidad, quizás no económico, pero sí de cualquier otro tipo. Sabes que se comportarán como críos, que te robarán comida, que se apropiarán de tu casa y que te harán enfadar a más no poder por lo menos una vez cada dos meses; pero también que –al menos la mayoría de ellos- te apoyarán cuando lo necesites, tratarán de consolarte y hacerte reír cuando estés triste y serán amigos fieles e incondicionales. Esa es mi opinión, espero no estar equivocada.

Era genial que estuviéramos todos juntos. Debido a los noviazgos de unos u otros, a la diferencia –aunque no abrupta- de edad y a los distintos lugares de estudio o trabajo eso no ocurría con frecuencia. Pero el ambiente era tranquilo y agradable.

Por supuesto, hicimos muchos viajes a algún que otro supermercado y restaurante –sería raro- para al final dirigirnos a nuestro bar de siempre. Ya lo digo, estos hombres tienen una afición insana y para nada normal con la comida. Personalmente creo que comen más por diversión que por necesidad, pero allá ellos.

Es curioso que el chico por el que mayor "conexión" siento sea uno de aquellos a quienes más les cuesta dejarse conocer. Daniel. No sé por qué pero me cae bien. Pero él tiende a alejarse, lo que me fastidia. Como ya he dicho, no es una persona precisamente abierta y transparente. Debe ser que me atrae de alguna forma ese tipo de comportamiento, como misterioso.

Y de pronto me doy cuenta de que así es cuando me sorprendo a mí misma pensando en Iago. Desde hace algún tiempo está continuamente en mis pensamientos porque, por desgracia, no puedo evitarlo. No sé nada de él, realmente. No sé acerca de su vida, de su familia, de sus amistades, sus gustos, sus sueños, sus ideales y principios, su personalidad y forma de ser. Lo único que conozco es su imagen de chico duro –lo que, supongo, solo es la parte de él que quiere mostrar al mundo- y los rumores que cuentan sobre su vida. Además de lo que he visto con mis propios ojos y me afecta a mí directamente: que lo mismo puede ser un chaval despreciable, que se mete contigo, te insulta y te pone en evidencia; como puede ser dulce y cariñoso, se preocupa por lo que sientes, te respeta, es detallista (como cuando me preparó el desayuno), un amor de persona. A la gente que actúa de esa manera se la llama de una forma en concreto: bipolar, sino recuerdo mal. Pues bien, estoy empezando a pensar seriamente que el pobre tiene un problema de bipolaridad.

A pesar de que me estaba divirtiendo, con mi cabeza dando vueltas en otra parte no podía simplemente quedarme allí y disfrutar de la noche. Me levanté de la silla, me despedí de todos apresuradamente y salí de allí sin dar demasiadas explicaciones.

Una vez fuera, respirando aire fresco me sentí mucho mejor. Solté el pelo, que llevaba atado en una coleta, y lo sacudí dejándolo caer sobre mi espalda. Saqué los cascos del bolsillo izquierdo de mi abrigo y los conecté a mi teléfono. Puse música y empecé a caminar a la vez que seguía el ritmo, sin saber bien a donde iba.

Atravesé el casco antiguo de la ciudad en dirección este. Las calles estaban desiertas casi en su totalidad, esa es la razón de que tenga cierta predilección por esa zona. El aire estaba cargado de humedad, un poco más a cada paso. Hacía frío, aunque no en exceso, y el aire soplaba contra mi cuerpo y me revolvía el cabello. Adoro de veras esos paseos míos, me tranquilizan.

Solo me detuve cuando no supe por donde continuar mi caminata. Me acerqué a un banco de piedra y me senté en él, en una zona aislada de las miradas curiosas de quien se acercara por allí a aquellas horas. Tenía más frío que antes. Empezaba a temblar por ello pero en ningún instante me planteé siquiera la posibilidad de marcharme.

Iago || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora