Capítulo 12

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Entre unas cosas y otras, había perdido más de media hora. Cuando me di cuenta de lo tarde que era corrí al cuarto de baño evitando las manos de Iago, que me alababa diciéndome lo bien que me quedaba su camisa y que trataba de atraparme para "disfrutar de las vistas un poquito más". Al parecer había recuperado el buen humor. Y yo me alegraba por ello pero no tenía intención de entretenerme y llegar tarde a casa.

Entré en el baño y cerré la puerta desde el interior para que él no pudiera pasar. Amarré el cabello en un moño mal hecho y me di una ducha rápida, con agua y gel de vainilla –que era el único jabón del que disponía-. El calor del agua era reconfortante y me hacía suspirar de placer. Aun me dolía todo el cuerpo y sentía los músculos agarrotados. La pesadez que sentía me hacía estar desganada. Sabía una forma de solucionarlo, de destensar los músculos. Dicen que llegar al orgasmo es algo bueno en estos casos, que es lo que debe hacer una mujer dolorida después de perder la virginidad. Tiene sentido: los músculos se relajan al alcanzar el placer, así que el dolor disminuye. Y estaba bastante segura de que, si se lo pedía, Iago se mostraría dispuesto a ayudar en la tarea pero era tarde, no teníamos tiempo de repetir a esas alturas. Sonreí al recordar algunas escenas sueltas de lo que habíamos hecho Iago y yo apenas unas horas atrás. Estaba cansada, sí. Aunque feliz.

Cuando acabé de ducharme y de secarme le quité el seguro a la puerta del baño, comprobé que no había nadie al otro lado y entré en la habitación vistiendo solo la camisa de nuevo. Descubrí que Iago había dejado mi ropa colocada sobre la cama junto a unas bragas nuevas que, imaginé, eran de su hermana también. Me cambié con rapidez y salí del cuarto.

Iago estaba apoyado en la barra de la cocina, mirando su teléfono. Estaba completamente vestido, así que deducí que pretendía acompañarme. Me llamó la atención una pequeña bolsita de plástico que estaba guardando en el bolsillo trasero de sus pantalones. Parecía sospechoso pero no le di más vueltas. Guardé mis sospechas en un pequeño cajón en el fondo de mi mente, dispuesta a acceder a la información cuando fuera preciso.

Se giró a verme, sobresaltado por mi silenciosa aparición. De todas formas actuó con normalidad así que, o bien no estaba haciendo nada raro, o sabía disimularlo perfectamente bien.

- ¿Estás lista?- asentí con la cabeza.- Pues venga, nos vamos.

- ¿Nos vamos? ¿Tú y yo?

- Sí, Vero. Tienes el tiempo justo, llegarás muy tarde a casa si vas caminando.- dijo observando el reloj de su muñeca.- Te acercaré.

Cogió dos cascos que descansaban sobre la encimera de la cocina y estiró el brazo, ofreciéndome uno. ¿Me iba a llevar en moto? ¿De veras? Agarré el casco que me brindaba con cierta efusión. Este tenía algunos diseños en tonos rojizos y granates y era más pequeño en comparación al suyo, absolutamente negro.

Lo había visto en su motocicleta por la ciudad en varias ocasiones. Su moto era el complemento perfecto para él. Le aportaba a su aura cierto aire de peligro y de misterio. Como si no tuviera bastante de por sí.

Salimos del edificio y nos adentramos en las profundidades de la oscuridad nocturna. Nos dirigimos hacia ella. Era preciosa. Una hermosa Ducati roja y negra estaba estacionada a unos pasos de distancia del portal. Una Monster 696, si no recuerdo mal. Parecía recién pintada. Si no lo estaba, su dueño debía de pasarse horas limpiándola, cuidándola y mimándola. Destacaba entre el resto de vehículos aparcados a su alrededor. Por si no ha quedado claro, tengo una pequeña obsesión con las motos. Las adoro.

Me monté en la Ducati después de que Iago lo hiciera, acomodándome tras él. Apreté mis muslos contra los suyos y apoyé mis manos en la parte de atrás del asiento, para sujetarme. Cuando él arranco dio un acelerón y luego frenó de golpe antes de incorporarse a la circulación. Por poco no me caigo. Soltó una carcajada, incluso pude oírla por encima del rugido del motor. Sabía que lo había hecho a propósito para que yo me agarrara a su abdomen. Lo abracé con fuerza por encima de la chupa de cuero aun sabiendo que eso limitaría sus movimientos. Ya podía aguantarse. Chico... ¡ajo y agua!

Condujo hasta la esquina de la calle en la que vivo. No quería que nadie conocido nos viera juntos y a esas horas. Después empezaban los chismes y todo el mundo acababa sabiendo hasta los detalles más pequeños de tu vida privada.

- Gracias por el aventón.- dije entregándole el casco. Hizo un movimiento con la cabeza que interprete como su respuesta y el fin de la conversación. Lo miré por un segundo y, en vista de que no decía nada, me bajé de la moto.

Tras haber dado tres pasos en dirección a mi vivienda, le oí decir mi nombre:

- ¡Verónica!- me hizo un gesto indicándome que me acercara. Me debatí entre hacer lo que decía y mandarlo a la mierda por tratarme como a un perro. Decidí dejársela pasar esta vez y me aproximé mirándolo mal.

- ¿Si?- pronuncié con un tono frío.

- No te molestes conmigo.- dijo elevando las comisuras de sus labios y agarrando mis manos con las suyas, tirando de mi cuerpo hacia sí. Me besó con pasión y luego me dejó marchar.- Tu beso de buenas noches.

Sus palabras provocaron que un escalofrío recorriera mi espina dorsal. Dudaba entre si Iago me estaba mostrando una parte de sí mismo, escondida a los ojos del resto de la gente, o estaba fingiendo descaradamente ser una persona que no es. Demasiado bueno y cariñoso. He de reconocer que me agrada su buen comportamiento, pero ese no es el chico que me fascina, por el que había comenzado a sentirme atraída años atrás. Me gusta él en su versión original. Tal vez sea un tanto frío y distante, incluso podría decir que misterioso. Sin embargo eso solo hace que me guste más. Porque, de alguna forma, eso me recuerda a mí misma. Me hace sentir identificada con él, me hace pensar que nos entendemos. Que puede comprenderme.

- Buenas noches.- de cualquier manera, no pude evitar sonreír levemente.

Cuando estaba a punto de alcanzar la puerta de entrada de mi casa, oí el sonido del motor al alejarse la moto.

Llegaba con seis minutos de retraso. Pero seis minutos no eran nada, ¿verdad? No me castigarían por eso, ¿no? Subí las escaleras, dirigiéndome a mi cuarto. Antes paré ante la habitación de mis padres. Llamé a la puerta y avisé de mi llegada.

- Llegas tarde.- esa era mi madre.

- Lo sé. Lo siento.- traté de sonar sincera. En verdad lo sentía.

- Que no se vuelva a repetir.- ¿eso era todo? Y yo que me esperaba una riña o un castigo... Moví la cabeza afirmativamente y cerré la puerta.

Entré en mi habitación, apoyándome en la puerta después de cerrarla tras de mí para tomarme un respiro. Había sido un día largo. Lo único que me apetecía ahora era dormir. Literalmente, me dejé caer en plancha encima del colchón. No tenía fuerzas ni para quitarme la ropa. Mucho menos teniendo en cuenta que acababa de vestirme. Aun así, me deshice de las prendas con pereza, haciendo luego una bola con ellas y tirándolas al escritorio. Ya las doblaría y recogería a la mañana siguiente.

Pensé en Iago. Pensé en que acababa de tener sexo por primera vez en mi vida. Mi cabeza daba vueltas debido a todo lo que experimentaba. Nuevos sentimientos. Pensé en Karen. Sí, en Karen. Pensé en que quería hablar de todas las novedades de mi vida, de todo lo nuevo que me estaba aconteciendo y todo lo que empezaba a sentir. Quería hablarlo con ella. Es la persona con la que más confianza tengo en todo el mundo. Con quien mejor me llevo. Ella puede entenderme a un nivel que nadie más es capaz. Al fin y al cabo ella y yo somos intimas. Muy intimas, en realidad. Pero la conozco. Sabía cómo reaccionaría si le contara todo lo que había pasado entre Iago y yo. Se podría decir que... no sé cuál es la palabra adecuada... ¿se avergonzaría de mí? De lo que estoy segura es que no le haría ninguna gracia descubrir que me había acostado con él, que había perdido mi virginidad con él, después de verlo en dos ocasiones. Acababa de conocerlo, como quien dice. Y era una pena. Era una pena que no pudiera compartir esto con una de las personas más importantes en mi vida. Precisamente con aquella que sabía tanto de mí, más que nadie, con quien compartía tantos secretos. Sentía tantas ganas de hablar de todo con alguien, con K. Pero no tenía fuerzas para enfrentarme a ella, a su mirada desaprobatoria, a la frialdad de su voz en sus palabras.

Y así, pensando en muchas cosas, me quedé allí, acostada y despierta. Por lo menos hasta que el reloj despertador marcó las seis menos diez de la mañana. Permanecí despierta porque no podía conciliar el sueño. Tenía esa imperiosa necesidad de abrirme a alguien en aquel momento, sin embargo no sabía con quien podía hacer tal cosa. Me sentí sola.


Iago || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora