Capítulo 9

95 26 9
                                    

-9-

Mientras estaba en el interior, me miré al espejo de la pequeña cabina. En mi opinión, no estaba nada mal. Mi maquillaje, que había sido suave cuando salí de casa algunas horas antes, gracias al cielo, todavía se mantenía intacto –lo que era inusual-. El delineado y la máscara de pestañas hacían resaltar mis ojos color café y parecían profundizar mi mirada. Había alisado el cabello antes de salir, sin embargo, el fuerte viento que soplaba en las calles lo había convertido en un auténtico lío. Lo sacudí agitando la cabeza hacia abajo y me peiné con los dedos, no disponiendo de otra cosa mejor, dejándolo "presentable". Agarré la crema de cacao de cereza, que siempre llevaba encima, de uno de los bolsillos de mi chaqueta. Me la apliqué sobre los labios dejándolos húmedos y con un rastro de color rojo oscuro. Casi del mismo tono que lucían mis uñas pintadas, largas y hermosas, terminadas en punta. Sí, definitivamente esta era una buena versión de mí misma.

Recordé que había ido a depilarme a un centro de estética tan solo dos días antes –¿soy yo la única persona a quien siempre le entra el sueño en esos lugares, a pesar de la horrible cera dañando la piel sin piedad?-, así que mi cuerpo estaba completamente libre de bello en ciertas zonas estratégicas. No es que fuera con la idea preconcebida de que algo iba a pasar pero, en caso de que aconteciera, estaría preparada. Me reí de mí misma, viendo en mi reflejo como las esquinas de los labios se elevaban levemente.

Sabía a dónde me dirigía y a quien estaba a punto de ver. Un sentimiento de anticipación me recorrió de arriba abajo. Hacía menos de 45 minutos estaba muriendo de frío a la orilla del mar; ahora, al contrario, tenía mucho calor. Estaba nerviosa. Mi estómago se revolvía incansablemente.

El ascensor se detuvo tras el sonido de una campanilla y, preparándome, inspiré profundamente, tratando de relajarme. Salí de él y giré a mi derecha. Paré ante la entrada del 5ºC en donde, recordé, había estado hacía menos de una semana. Del interior de la vivienda se podían oír voces un poco altas, como en una discusión, que pronunciaban palabras sin ningún tipo de sentido para mí.

Logré entender algunos fragmentos como: «debes hacerlo», «él te quiere allí», «... porque creemos que es lo mejor» y algunas que otras palabras sueltas y frases inconclusas que provenían de una voz femenina. A lo que Iago –sabía que era él- contestaba: «ahora no estoy dispuesto...», «también cuenta mi opinión», «yo soy capaz de decidir» o «... solo si quiero»; entre otras cosas. No era tanto una discusión a viva voz, parecía más bien un intercambio de opiniones contrarias que se había descontrolado un poco. Por lo que pude entender, una mujer trataba de convencer a Iago de hacer algo por lo que él no se mostraba precisamente colaborativo. Algo que gente de su entorno –supuse- creía que repercutiría de una buena manera en algún aspecto de su vida.

Después de eso, un completo silencio; que fue sucedido por una conversación en un tono de voz normal, por lo que no fui capaz de entender nada.

Me había prometido a mi misma que no me echaría para atrás esta vez, pero esta era una situación con la que no contaba. Iago tenía compañía –aunque no sabía de qué tipo- y, al parecer, estaba ocupado. No sería yo quien lo interrumpiera en ese preciso instante. Y menos aún sabiendo que no sería bien recibida.

Dispuesta a salir del edificio con la misma rapidez con la que había entrado, me giré quedando de espaldas a la puerta. No había dado ni dos pasos cuando escuché el sonido de esta al abrirse tras de mí. Me quedé en el sitio, girando tan solo mi cabeza. La imagen de un Iago desaliñado –enfundado en ropas viejas y gastadas- acompañado de una preciosa morena de ojos grises azulados, algo mayor que él, me saludó.

Debo confesar que, al verlo con tan buena compañía, me sentí dolida, como si me hubiera reemplazado, sustituido. Sabía que no tenía razones para pensar así. Era plenamente consciente de que yo no era nadie en su vida. De todas formas, no pude evitar la punzada de dolor que me atravesó en aquel momento.

Iago || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora