Capítulo 4

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Dejé que me arrastrara fuera hasta la calle, a unos metros de distancia del Chicago. Una vez que ya el bar quedaba lo suficientemente lejos como para que la música estruendosa fuera apenas un recuerdo del interior, y dejamos atrás a los jóvenes –un poco pasados de copas- que se agrupaban cerca de sus puertas, me detuve en seco. Él paró también, viéndose obligado.

- ¿Qué coño estás haciendo? ¿Me llevas a tu piso? ¿Qué te hace creer que estoy dispuesta a ir contigo? ¿Piensas, de verdad, que puedes obligar a un ser humano a hacer lo que tú dices así nada más?- hablé rápidamente.

- Vale, relájate. Esas son demasiadas preguntas.

"¿Me está tomando el pelo? ¿Es que no es capaz de contestar y punto?" Bufé por su respuesta y me di la vuelta dispuesta a volver a donde estaba antes de que él apareciera para molestar. Pero no llegué muy lejos. Tan solo había dado dos pasos cuando me alcanzó agarrando mi muñeca.

- Está bien, creí que podríamos hablar.- contestó dándose cuenta de su error anterior.

- ¿Yo? ¿Contigo? ¿Por qué lo haría?

- Tengo tequila.

- Em... ¿Acaso pretendes emborracharme?

- Bueno, no era mi intención pero estoy seguro de que eso me haría más fácil el hablar contigo.

- Escucha, no tengo tiempo para tus tonterías. Si quieres hablar... avísame cuando madures.- dije.

Hasta yo me sorprendí por la forma en que me dirigí a Iago. Siempre, desde que lo conocí, me había resultado dificilísimo estar a su lado –o incluso en la misma habitación-. Temblaba visiblemente por el hecho de tenerlo cerca debido a lo mucho que me sentía atraída hacia él. Por ello, siempre creí que si alguna vez hablábamos pensaría que era tartamuda, o peor, tonta, incapaz de pensar en frases coherentes para decirle.

- Hey, vamos. No te voy a hacer nada malo si es eso lo que te preocupa; no soy ningún psicópata. Y sabes tan bien como yo que si no vienes, más tarde te arrepentirás por no haberme acompañado.

Cómo lo sabía yo no tenía idea, pero tenía razón. Mi cabeza me decía que no debía estar con él. El resto de mi cuerpo, por el contrario, me gritaba que lo siguiera. Al fin y al cabo tenía que admitir que desde que me lo había encontrado aquella tarde en los vestuarios del instituto no había dejado de pensar en él. Tratando de recordar cómo se sentía tenerlo tan cerca, sentir su respiración sobre mi mejilla, sus fuertes manos agarrando mi cadera, sus labios acariciar y chupar los míos, su lengua enredándose con la mía...

Una vez lo medité unos instantes, lo miré teniendo clara –ahora sí- cuál sería mi respuesta. Él estaba en lo cierto, si no iba con él terminaría castigándome mentalmente. No tenía otra opción.

- ¿Dónde has dicho que se encuentra tu casa?

Cuando supe que no tenía intención de contestar a la pregunta, que en lugar de responder me lo iba a mostrar, le pedí que me esperara por un momento.

Regresé al bar y localicé a Karen, que charlaba animadamente con un chico que yo no conocía. Le dije que tenía que irme porque me había surgido algo, que lo lamentaba pero que era algo importante para mí, que no quería dejarla sola y que si ella me decía que me quedara lo haría, no habría ningún problema. Ella me dijo que no le hacía ninguna gracia –cosa que ya sabía- pero que si era importante lo dejaría pasar, que tenía intención de quedarse con ese tal Nacho –el chico guapo con el que estaba-. Al ver que estaba sobria y en buena compañía la dejé allí pidiéndole que me llamara en cualquier momento si surgía cualquier cosa. Está claro que no dejaría tirada a mi amiga si estuviera ebria o se sintiera incómoda.

Iago || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora