Capítulo 3

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Camino por las calles con actitud vacilante. Saco mi móvil de mi bolso y lo guardo otra vez antes de mirarlo, tropiezo con las personas y olvido un par de veces hacia dónde me dirijo. Tú no eres patosa, Carolina. Debo encausar mi atención y pensar más tarde en Alexander.

Suspirando, me detengo frente a un edificio de apartamentos, entro al vestíbulo y empiezo a subir escaleras. Si hay elevador asumo que no sirve porque nunca he visto a alguien utilizarlo. No me molesto en preguntar, es un edificio modesto que tampoco cuenta con bedel.

—Caro, pasa. Te estaba esperando —Aníbal es atento conmigo. Siempre es atento conmigo. Entro a su apartamento—. Revisé lo que escribiste durante la última clase. Oye, ahí tienes algo.

Me aplaude. Me siento la heroína de una novela de fantasía épica cuando hace eso.

—¿Te parece?

Echo un vistazo distraído a todo. Aníbal vive aquí pero el lugar está acondicionado, o al menos lo está la sala de estar, como lugar de trabajo. Aquí nos congregamos entre semana muchos aspirantes a escritores.

—Sí, se lo mostré a Helen y a ella le encantó.

Me encojo de hombros. ¿Por qué siempre tiene que mencionar a su novia?

—Que bien... —aprieto un poco mis labios.

—Dice que tu estilo le recuerda un poco al de Carla Zaragoza

Un golpe a mi pecho. Hago una mueca. —No quiero que mi estilo le recuerdo al de Zaragoza.

Él me mira con extrañeza —¿Entonces al de quién?

—Carolina Navarro. Quiero tener el estilo de Carolina. Quiero... ser yo misma.

—¡Exacto! —me felicita—. Esa es la actitud. Ser único. Ser tú. No uno más.

Sonrío. Aníbal es un excelente profesor. Gracias a él, repito, empecé a leer a Alexander. Aunque...

—Ya superaste tu fase de Alexander Donoso —Otra felicitación. 

Él siempre me crítica que cuando recién me inscribí en el taller imité el estilo de Alexander. Ahora me abochorno un poco acordarme.

—Era mi escritor favorito. Lo leí gracias a ti, ¿recuerdas? —enarco una ceja en su dirección, porque él sabe que contribuyó a que la trilogía La cama arruinara mi vida. 

—¿Era?

Niego con la cabeza. —Mejor hablemos de mi nueva idea.

Nos sentamos en su sofá. En media hora empezarán a llegar más escritores amateur. Debo aprovechar nuestro tiempo a solas. 

—Está bien. Dime qué ideas has tenido últimamente.

Puedo hablar de cualquier cosa con él. Toda la semana siempre espero con entusiasmo mi media hora a solas con él. Aníbal me escucha, me aconseja, no me juzga. Y les dice a todos que soy su alumna predilecta.

—Verás —Muerdo un poco mi labio. Ojalá le guste esta nueva idea—. La semana pasada se me ocurrió otra idea loca.

Él se echa a reír. Tiene veintiocho años, pero se ve más joven cuando ríe. —Debe ser una de las mejores —sospecha. 

Sonrío dudosa. —Tal vez.

A veces me confundo sobre si estamos platicando como cualquier profesor y su alumna o estamos flirteando.

—Me pregunto qué será esta vez. ¿Monos voladores? ¿Una ciudad hecha de estrellas?

Me sonrojo. —No, ¿cómo crees? Pero sí es loca —le advierto—. ¿Cómo te suena la idea de una mujer que vive en el campo?

Carolina entre líneas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora