Epílogo

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—Ya falta poco —le digo a Peludo en lo que termino de enjabonarle—. No te quejes. El agua está tibia.

No es un perro muy grande, pero si tiene la fuerza suficiente como para empaparme toda. No importa, ambos estamos bailando en medio de pompas de jabón. 

—Ya no salpiques tanto. Se va a enojar papá —repito, pues estoy bañando a Peludo en el baño de Daniel... en la bañera de Daniel—. Ya hueles mejor. A ver esa pata...

—Hasta aquí me cayó una gota de agua —dice alguien desde la puerta. Daniel—. Hola, amor —me saluda con un beso en los labios.

¡Por fin llegó, papá! —le digo a Peludo, que también salta para saludar a Daniel. 

No, no vivimos juntos, pero casi. Natalia dice que ya sólo me falta dormir y desayunar todos los días aquí, porque las llaves del apartamento ya las tengo. Pero todo a su tiempo. Daniel y yo hemos llevado despacio lo de conocernos, y hasta hoy puedo decir que cupido lo hizo bien esta vez. Excelentemente bien.

Nuestra relación ha madurado. Daniel continúa trabajando con su familia en el bufete de abogados y también escribe. Yo, por mi parte, regresé a la universidad y también estoy escribiendo. A diferencia de Daniel lo hago de manera informal, pero por algo debo empezar.

Peludo aprovecha que mamá y papá se están dando un beso para sacudirse.

—¡Oye! —le reclamo.

Daniel se echa a reír. —Bullying canuno —dice.

—Contigo es mal portado. A mí me hace caso —digo.

—A ver. Pídele que se siente —dice Daniel.

Me vuelvo a Peludo. —Peludo, siéntate —ordeno.

A continuación, Peludo salta sobre mi, empapándome aún más. 

—No te queda lo de mamá regañona —ríe Daniel. 

Así, entre los dos terminamos de lavar a nuestro hijo perruno. 

—¿Qué tal todo en el bufete? —le pregunto, salpicándole un poco más a propósito.

—Perfecto —retorna él, salpicándome también—. Tengo que viajar el martes. Así que sí hablas con tu tía Inés...

—¿Puedo acompañarte? —pregunto, entusiasmada. 

Corazón: Arena y sol. El mar azul. Contigo yo...

Cabeza: Oh, oh. Oh, oh.

Corazón: ¿Ahora cantas conmigo? Sí que la vida da vueltas.

Cabeza: ¿No ves que ahora hacemos equipo?

Corazón: Perfecto. Bailemos. Arena y sol. El mar azul...

—Siempre puedes acompañarme, Caro —dice Daniel—. Haz y dispone cuánto quieras en mi vida.

Acorto la distancia entre nosotros y le planto un enorme beso en la mejilla. —Y tú en la mía. Te amo.

—Yo también te amo —responde él, besando mis labios. 

Y Peludo, que tampoco quiere quedarse fuera de cuadro, nos besa a los dos.

—¡Su lengua! —protesto haciendo una arcada y devolviendo a Peludo a la bañera.

—¡Oye, sólo yo puedo meter mi lengua en su boca! —lo regaña Daniel, pero Peludo está moviendo su cola. Él está contento—.Y en otros lados, pero sobre todo en su boca.

Carolina entre líneas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora