Capítulo 29

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Daniel

Genoveva, la señora que asea mi apartamento y últimamente también me prepara panqueques, sabe que no debe dejar entrar a nadie a mi apartamento a menos que se trate de mi madre, Mónica o el mismo Marlon Brando. Y como Marlon Brando ya está muerto y hace diez minutos hablé por teléfono con mi madre, la única puede estar tocando como desquiciada la puerta de mi habitación es...

—¡Abre ya! —se queja Mónica.

—¿Qué quieres? —digo, aún acostado. Son las diez de la mañana y no he salido de la cama.

Ventajas de vivir solo. 

—Saber si estás bien —responde ella. En su tono de voz advierto que está preocupada. 

—Estoy bien.

Mónica tarda algunos segundos en decir algo más. —Oye, ya sé lo de Carolina.

Armando...

—¡Ya dejen de meterse en mi vida! —rezongo. 

—Ese es precisamente el problema, hermanito. Tú no tienes una vida.

Golpe bajo.

Después de que el juez me absolvió de los cargos que presentó Ximena en mi contra, para huir del dedo acusador de la sociedad de Ontiva, vendí la casa que había comprado para mí y para Ximena y me enclaustré en este apartamento. A veces he salido por recomendación del terapeuta que me asignó el juez. Sin embargo, prefiero no hacerlo. Prefiero estar encerrado.

—¡Abre ya, Daniel! —insiste Mónica.

Y como sé que no se irá hasta poder hablar conmigo, salgo de mi cama y le abro la puerta.

—¿Al menos ya comió él? —empieza el interrogatorio, señalando a Peludo, también acostado sobre mi cama. Todavía recuerdo advertirle a Carolina que no permitiría eso.

—Ya —gruño.

—Porque Genoveva dice que tú no cenaste ayer —me regaña Mónica—. Hoy que vino la comida aún estaba intacta en el horno.

Me siento en mi cama. —No tengo hambre.

De inmediato Mónica se instala  frente a mí colocando sus brazos en jarras. Es su manera de decirme que está enojada.

Tengo tres hermanos: Ricardo, Mónica y Claudia. Mónica y Claudia son menores que yo. Sólo con Mónica tengo buena comunicación. 

—¿A qué debo el honor de tu visita? —pregunto de mala gana.

—¿No vas a vestirte? —arque una ceja ella, mirando con desaprobación mi bóxer y mi camiseta.

—No. No pienso salir hoy —bostezo. 

—Daniel...

—Mónica, ¿qué quieres? —la interrumpo porque no estoy de humor para un sermón—. Dime ya qué quieres y vete. 

—Hablar sobre Carolina.

—No hay mucho que decir. Ella no quiere hablar conmigo.

Mónica pone los ojos en blanco. —Es que ese es parte del problema, Daniel. Ella no ha hablado contigo. Sólo se ha escrito con Alexander Donoso.

—Somos el mismo —titubeo. 

—Sí, pero no —dice ella, abriendo sin permiso mi closet—. Tú no sólo eres un escritor ermitaño, hermano. Tienes una familia. Tienes un trabajo. Pasatiempos raros...

Carolina entre líneas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora