CAPÍTULO XIII: A BEAUTIFUL MIND

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Ir de compras con Jonathan era, a pesar de todo, bastante divertido. Al principio, era muy cerrado y no se animaba a probarse nada llamativo o diferente a lo que acostumbraba. Sin embargo, después de una larga charla sobre qué diablos habían ido a hacer allí, Jonathan había aceptado probarse de todo. Lo divertido no era solamente hacer que Jonathan desfilara con cuanto traje estrafalario encontraban, sino ver también cómo se sonrojaba cuando le daba algún cumplido.

Marzia en verdad la estaba pasando bien, y Jonathan estaba tan entusiasmado que acabó eligiendo una gran cantidad de la ropa que le había llamado la atención. Con la aprobación de Marzia y de la encargada de ventas, Jonathan fue directo a la caja.

-Escucha, Jonathan, estoy de acuerdo que todo esto es de buen gusto y te queda bien, pero... ¿No crees que te estás pasando? Aún con el descuento, esto es... -Intentó razonar Marzia, pero Jonathan estaba con el ceño fruncido, perdido en sus pensamientos.

-Hice los cálculos -le explicó-. Estoy dentro de mi presupuesto.

Llegaron a la caja. La cajera comenzó a ingresar los precios uno tras otro, inmune a los estratosféricos precios que comenzaban a sumarse en la pantalla.

Marzia comenzaba a sentirse incómoda otra vez. Estaba bien si se quedaba corto por unos cuantos dólares, Marzia podría cubrirlo. Pero esos números ya estaban fuera de su billetera.

-Este es el precio final -anunció la vendedora a la ligera-. Luego del descuento de veinte por ciento... -Apretó algunos números para hacer el cálculo, y le mostró el resultado-. Esta es la cantidad. ¿Pagará con tarjeta o efectivo? -preguntó, con una sonrisa condescendiente de quién está segura de haber puesto en un apuro a la otra parte.

-Ese resultado es incorrecto -rebatió Jonathan, ni corto ni perezoso. Ni siquiera estaba nervioso-. El afiche dice que el descuento es sobre cada artículo, no sobre el total, lo cual es muy diferente.

Las dos mujeres miraron al hombre y se preguntaban si hablaba en serio. No todo el mundo tiene la confianza o la falta de vergüenza para decir esas cosas.

-El resultado correcto es... -recitó un número que llegaba casi a la mitad del precio total-. Como deseo pagar con esta tarjeta -Sacó una tarjeta de descuento-, la política del recinto dice que tengo otro diez por ciento de descuento.

La chica de la caja registradora hizo un gesto. Tenía tres opciones, llamar al gerente y meterse en problemas, porque el cliente tenía la razón; hacer los cálculos y cobrar el precio justo, lo cual sería demasiado trabajo; o simplemente tomar la palabra del hombre y cobrarle lo que él decía. Eso último podría meterle en más problemas luego, pero sabía que podía cobrarle un excedente al próximo cliente despistado. Con una sonrisa forzada en el rostro, tomó las ropas y miró la cuenta en el monitor.

-Sí, tiene razón -dijo-. Mis disculpas. ¿Cuánto dijo que era el total?

Jonathan repitió el número y le entregó la tarjeta. Después de pagar, con las bolsas en las manos, Marzia no podía evitar sentirse algo asombrada.

-¡Vaya! -exclamó- ¿Cómo hiciste eso? -le preguntó-. Eso de los números.

-Se me dan bien los números -respondió Jonathan, sonrojado-. Por eso, trabajo en contabilidad -explicó. Miró su reloj y las bolsas que llevaban-. No podré llevar todo esto a casa. ¿Me ayudas a subir las bolsas?

Marzia aún no se lo creía del todo. Su pequeño Johnny era un prodigio de los números, y pensar que lo desperdiciaba en una oficina de contabilidad. Aceptó ayudarlo, esperando ver un triste departamento de soltero en un edificio en ruinas. Pero Jonathan se detuvo frente a un lujoso edificio de departamentos a solo una cuadra del centro. Eso no podía ser verdad.

-Vivo en el séptimo piso, pero hay un elevador -le aseguró Jonathan, pensando que la cara de Marzia se debía a que no quería subir tantas escaleras, y no a que vivía en un jodido complejo de lujo.

-Tengo que llamar a los chicos -le anunció, sacando suteléfono para marcarle a Mike.

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