CAPÍTULO XXIV: ALL MEN ARE WOLVES

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Ese día, Jonathan salía tarde del trabajo. Como muchos otros días, desde el confuso encuentro con su hermana, Dimitri y los demás en su departamento. Aquello había terminado mal, y Jonathan aún no se recuperaba del todo. Ni siquiera había podido llegar a algo con Dimitri.

La semana había comenzado y, con todo el trajín, apenas habían podido intercambiar mensajes de texto. Tampoco había visto u oído de Mike. A la única que veía diario era a Marzia, que se pasaba horas peleando con Sofía, ya fuera en la puerta de su departamento o por celular. De alguna manera, esas dos habían terminado intercambiando números. De repente, se sentía muy solo. Sin nadie que le hablara o prestara atención.

-Es como antes... -Suspiró con pesar, dándose cuenta de lo aburrida que era su vida antes de conocer a sus nuevos amigos.

Ya era de noche, por lo que Jonathan decidió desviarse en su camino a casa. Ahorrarse unos cuantos minutos más de los estruendosos gritos de Marzia, no dañaría a nadie. Fue al centro, caminando entre luces centelleantes y gente de fiesta. Jonathan no lo sabía, pero había entrado por el lado más revoltoso de la ciudad.

Esa concurrida calle estaba llena de discotecas y bares; era la más visitada por aquellos que llevaban una agitada vida nocturna. Jonathan comenzaba a sentirse algo abrumado por la cantidad de movimiento a esa hora de la noche y decidió volverse a casa. De repente, una mano lo tomó del brazo y se vio acorralado contra la pared.

-Te ves muy solo, papi. ¿Qué te parece si nos divertimos juntos? -le dijo el hombre que lo había acorralado, sujetando tomó su rostro-. Estás tan apetecible que no te costará mucho...

-¡Mike! -lo reconoció Jonathan, después del susto-. ¿Qu-qué haces aquí? -Tomó los brazos que lo sujetaban, pero no trató de alejarse.

Mike se rió.

-La pregunta es... ¿Qué haces tú aquí? Este no es tu tipo de lugar, ¿verdad? -le preguntó con sorna.

Jonathan bajó la mirada, no quería admitir que era la primera vez que visitaba esa parte de la ciudad durante la noche.

-¿Qué sabes tú? Podría conocer estos lugares mejor que tú.

Mike volvió a reírse, pero con más ganas.

-Sí, claro. Qué tierno... -Le pinchó una mejilla-. YO -dijo, señalándose a sí mismo- soy un lugareño... Y ya que estamos aquí, ¿por qué no me dejas darte un paseo por MIS lares? -Rodeó sus hombros con un brazo y, sin esperar respuesta, lo arrastró al bar más cercano.

La música era estruendosa, las luces desconcertantes y los cuerpos sofocantes, pero Mike lo guiaba por el mar de gente como un capitán experto. De pronto, estaba en otra esquina, cerca del bar, y Mike le pasaba una bebida, gritando algo que no alcanzó a escuchar por la música del local. Pero tenía sed y estaba confundido. Podía confiar en Mike, ¿no?

Sabía que Dimitri le diría lo contrario, pero igual se tomó la bebida de golpe, sintiendo un ligero toque al hacerlo. Mike lo miró asombrado y luego se rió.

-Eres divertido cuando te lo propones -le gritó al oído y lo llevó a la pista de baile.

Jonathan era pésimo bailando, pero con la bebida haciéndole efecto casi de inmediato, no lo notaba y movía su cuerpo tal y como se le antojaba. Después de un rato, Mike le puso las manos en las caderas y trató de guiarlo para que por lo menos dejara de golpear a la gente alrededor.

Jonathan se estaba divirtiendo. De vez en cuando, observaba el rostro de Mike y advertía una mirada extraña. Pero Mike seguía sonriendo y, por naturaleza, no podría descifrar esa mirada, por lo que decidió ignorarla.

La música seguía, el ambiente era excelente y, sin darse cuenta, Jonathan y Mike bailaban cada vez más pegados. El ritmo vibraba en sus oídos, el sudor acariciaba sus pieles, y los animaba la búsqueda inconsciente de tener cada vez más contacto. No supo cuándo, pero, de repente, Mike lo rodeaba por la cintura y Jonathan tenía los brazos alrededor de su cuello.

Mike lo miró directo a los ojos y se detuvieron de golpe. En ese momento, no hubo música ni gente pegándose alrededor. Solo ellos.

-Vamos a un lugar más tranquilo -propuso Mike, y Jonathan asintió, aunque no entendía para nada qué significaban esas palabras.


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