#1: ¿Mi madre no había pagado la renta?

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Capítulo 1.

Respiré hondo y vi el autobús escolar parado enfrente mío. Sólo unas cuantas burlas, las ignoraba y llegaría a mi asiento. No era tan difícil. Vamos, Oriana, tú puedes.

—Buenos días, Oriana— me saludó amablemente el chofer del autobús cuando yo subí al vehículo.

Me detuve frente a él por un segundo y bajé la mirada.

—Buenos días, José— lo saludé tímidamente y caminé rápidamente por el pasillo del autobús para llegar pronto a mi asiento, el cual se situaba al lado de una ventana por la parte de atrás. Iba caminando con unos cuantos libros en mano cuando una chica que estaba sentada por el lado del pasillo me vio y sonrió maliciosa. Lo ignoré, pero luego al pasar por su lado me caí torpemente, provocando que todos mis libros volaran lejos de mi alcance.

—Ten cuidado, nerd— rió ella burlona y volteó para seguir hablando con sus amigas sin siquiera prestarme atención.

Tomé una bocanada de aire y me levanté.

Era acostumbrarse, nada más. Burlas, zancadillas, risas, chismes, "rata de biblioteca"... La burlas de mis compañeros se volvían tan diarias y esperadas que ya no me hacían daño. Las zancadillas y las risas burlonas que se escuchaba de los demás al caerme ya no me interesaban. Luego de que todo el mundo escolar me tachó como "la nerd" comprendí que tendría que vivir con ello y ya. Cogí mis libros, acomodé mis gafas y seguí caminando cabizbaja hasta los asientos de atrás, lugar donde nadie se sentaba y podía estar tan sola y tranquila como yo quisiera.

Primera regla estudiantil: no acercarse a la nerd.

Acercarse a una chica como yo, de bajo perfil, sin popularidad, te rebajaba hasta el peor de los niveles. Era la primera recomendación y ley de la escuela. Estar junto a mí, podía provocarle a cualquiera la peor reputación de todas.

Segunda regla estudiantil: intentar bajarle el autoestima fácilmente.

No por nada eran las burlas constantes, o los malos ratos que estaba obligada a pasar. Los demás estudiantes no se esforzaban demasiado en humillarme, ya que yo les importaba tanto como una hormiga en el suelo, pero lograban hacerlo, dejarme en ridículo era tan fácil como matar a esa dicha hormiga.

Tercera regla estudiantil: dejar que sea una pobre autista.

Se toma en cuenta la regla número uno. Si yo me quedaba sola, nadie se arriesgaba a pasar por lo mismo.

Antes mi vida era buena, tenía unas cuantas amigas y unos pocos amigos. Siempre fui tímida, pero ellos me protegían, todo era más sencillo cuando uno era niño. Ahora que éramos adolescentes, ahora que lo único que importaba era tu status social en la escuela, ahora ya no importaban las amistades reales. Para mí ocurrió así, todas mis amistades me dejaron sola para no perder popularidad o que los empezaran a tachar igual o peor que a mí. Y nos los culpaba, era sobrevivencia escolar.

Todos en la escuela parecían tener un propósito, y ese era alejarse de mí, evitarme, y todo con el fin de dejarme completamente sola y luciendo como una pobre chica solitaria que no era buena con lo de socializar. Siempre, cada año desde que me tacharon de nerd, tenía el tonto sueño de que llegara alguien que por arte de magia llegara un estudiante nuevo y se acercara a hablarme demostrando que no había razón para alejarse. Pero cuando llegaban nuevos alumnos, con los primeros que se iban eran los populares, los de la clase alta, los "yo importo, tú no".

Apoyé mi frente contra la ventana y solté un suspiro, dejando marca de mi aliento en el vidrio. Sonreí y con mi dedo índice dibujé una carita feliz. 

Mi madre era una mujer soltera, más bien divorciada, ya que mi padre le pidió el divorcio porque... pues porque él ya no la quería y prefería quedarse con una maldita australiana. Por mí estaba bien, lo que malo ocurrió fue que a mi madre le afectó un poco. Ella me decía cada mañana al despertarme que sonriera, que no dejara que otros me hicieran daño, que sonreír era el mejor escudo que podía haber. Y yo le creí, después de todo, ella sonreía a pesar de que mi padre la había dejado.

Mis pensamientos se cortaron al momento en que escuché que habíamos llegado a la escuela. Cogí mi mochila, mis libros y salí de última del autobús, como siempre. Entré al edificio y caminé por los pasillos un tanto nerviosa. La verdad caminar por el pasillo principal siempre me ponía así, aquel pasillo era aquel donde cualquiera te podía ver, cualquiera te podía hablar, cualquiera era libre de juzgarte, o más bien... donde cualquiera me podía hacer burlas, zancadillas o lanzarme insultos sin sentido. Te volvías prácticamente vulnerable, yo más que nadie.

En mi caminata pasé al lado de la misma Lucía Sosa. ¿Quién no conocía a la rubia Sosa? Era la chica más popular, extrovertida, fiestera y creída alguna vez conocida, obviamente sin contar con el hecho de que le encantaba humillarme y burlarse de mí. Y por si faltaba decir, su novio era el más guapo, popular y simpático chico de la escuela. Tomás Navarro, el chico por quien suspiraban las chicas, y yo era una de ellas. No podía evitarlo, era el chico más perfecto que había conocido. Él era el único que no me insultaba, aunque a veces dudaba si siquiera sabía de mi existencia.

Llegué al salón de clases y me senté en mi respectivo asiento, el cual quedaba en la última fila, al lado de la ventana. No compartía el escritorio con nadie, simplemente por ser la ñoña del colegio. Las clases transcurrieron normalmente; como cada día recibí unas cuantas burlas, zancadillas por parte de las porristas, mientras que los demás me evitaban. Nada nuevo. No faltaba decir que almorcé sola, como siempre. Y... supongo que esa era mi rutina diaria escolar. Además de que siempre que respondía una pregunta del profesor correctamente, de alguna parte del salón se escuchaba el típico "¡cerebrito!".

Me fui a mi departamento de la misma manera en que llegué a la escuela, con la única diferencia que esta vez al subir al autobús no hubo nadie que me hizo una desagradable zancadilla, gracias al cielo. Al llegar frente al departamento que compartía con mi madre, vi una pequeña carta en la entrada. Extrañada, me agaché, cogí la carta, y me entré al departamento. 

¿Han escuchado el dicho "la curiosidad mató al gato"? Pues, en ese momento, sólo esperaba que me hicieran un bonito funeral, porque había abierto la carta tan sólo por curiosa. Una cualidad mía que aveces me traía problemas. Al leer la misiva, una sonrisa confundida se formó en mi cara. Bufé divertida negando con la cabeza, incrédula. Que mi madre había olvidado pagar la renta. Claro, pensé irónica. Seguí leyendo la carta y mi sonrisa se empezó a desvanecer poco a poco. ¿Realmente... realmente mi madre no había pagado la renta? ¿Qué?

Viviendo con la nerd | Orian | AdaptadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora