#37: Actuemos por instintos

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Capítulo 37

-¿Qué quería?- preguntó Tomás cuando acabé de hablar con Candela por teléfono.

Hice una mueca de asco.

-Quería "hablar sobre nuestro romántico beso a la salida de la escuela"- dije imitando su chillona voz.

Tomás rió.

-La imitas a la perfección- se carcajeó él, a lo que yo me encogí de hombros fingiendo vanidad y me senté a su lado nuevamente en el sillón.

Candela era, por decirlo así, una vieja amiga. Nos hicimos amigos en el jardín de niños y desde entonces fuimos inseparables. Luego, la estúpida historia de que por haber faltado al "más importante partido" para ella, ya no volveríamos a ser amigos nunca más.

Esa chica tenía un serio problema con eso del deporte, aún más el fútbol. No poder ir a verla un fin de semana y ella armó el más gran desastre conocido jamás. Me gritó, me insultó... Se enfadó conmigo por una bobería, y yo al ser tan despreocupado, no me preocupé por recuperarla como amiga.

Ahí entró Tomás a la historia. Se volvió en mi mejor amigo, le mencioné lo de Candela, etcétera. Todo esto pasó a mis diez años, el año en que perdí a mi mejor amiga y tuve un nuevo mejor amigo.

Después de eso todo era normal. Yo ignoraba a Cande en la escuela, ella a mí, todo bien. Hasta ese día, o sea aquel día en que nos "besamos románticamente" a la salida de la escuela, en el cual por alguna extraña razón que todavía desconocía se pasó pegada a mí peor que un lapa durante todo el jodido día.

La verdad fue irritante.

A la salida de la escuela me acerqué a ella para darle un beso en la mejilla y la muy estúpida me plantó uno en la boca. ¡En la boca, joder! Tenía sus gérmenes, qué asqueroso, jamás había pensado que me diera tanto asco besar a una chica. Luego le dije que no lo volviera a hacer en un susurro y me alejé de ella como si nada hubiera pasado, suponiendo que ella no me volvería a hablar nunca más y yo no a ella.

Fin de la historia de Candela y Juliano. De todas formas no era la gran cosa.

-Entonces, ¿la besaste?- preguntó Tomás arqueando una ceja.

-¿¡Qué!?- dije horrorizado- No, jamás. Ella me besó a mí y yo me alejé de inmediato, que es totalmente diferente- argumenté. Tomás simplemente se encogió de hombros y yo reí negando con la cabeza, aveces que fuera tan despreocupado me causaba risa.

-Como sea- dijo él y vio la hora en su reloj de muñeca-. Debo irme, estúpido, nos vemos mañana en la escuela- dijo despidiéndose de mí con un coscorrón en la cabeza.

-Adiós- dije yo, golpeando amistosamente su hombro.

Él sonrió y se fue, dejándome solo en la sala de estar. Y claro, con la nerd la cual seguía encerrada en su habitación como si fuera su campo de batalla.

Suspiré rascando mi nuca. Quizás debía hablar con ella, tal vez todo lo que pasó fue un malentendido y con una simple charla podríamos arreglarnos y volver a lo de antes sin problemas.

Me levanté del sillón decididamente, cuando mi mente cambió de opinión al segundo.

O tal vez no debería hablar con ella, pensé.

Me senté nuevamente en el sillón y pasé mis manos por mi cabello. Esto me frustraba demasiado, no soportaba saber que Oriana estaba mal por mi culpa, quería disculparme con ella, la culpa me carcomía por dentro, pero también estaba esto del orgullo.

Y el orgullo era más fuerte.

Mil veces más fuerte.

Finalmente me levanté del sillón, guardé las llaves de la casa en mi bolsillo, cogí una chaqueta del colgador de la entrada, y salí de casa, dejando a la nerd sola.

Viviendo con la nerd | Orian | AdaptadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora