Capítulo 10

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Sarah

El tío de hace unas horas estaba frente a mí de una manera más familiar pero también más distante.

  Maldije al destino por haberlo puesto en sintonía conmigo esta noche. Ese momento era el más agridulce de mi existencia.

         Un extraño nerviosismo se extendió por mi cuerpo.

No era de tener sentido. A pesar de que crecí mayormente con compañías masculinas parece que no basto con estar rodeada de ellos. Porque había algo en él que no encajaba con lo que conocía. Su presencia me inquieto hasta la médula.

Los dedos de Paul se apretaron con fuerza en mi cintura, algo le estaba molestando. Puse una mano en su pecho al tiempo en que me ponía frente a él, ignorando a Siegel e Ian. Incluso su nombre captaba mi atención. Sacudí la cabeza. Mis pensamientos estaban robándome la razón. Los músculos de su abdomen se contrajeron en la palma de mi mano. Captando mi atención.

—Paul, ¿Qué demonios te pasa? —hable por lo bajito. Se prestó a mí mirarme con ojos fulminantes. —No sé, ¿Me lo vas a decir tú? Fruncí el ceño.

— ¿De qué estás hablando?, yo no he perdido la cabeza. Idiota.

         Si la estaba perdiendo.

Apretó los ojos y negó con la cabeza en algo que solo él sabía que era.

No. Parece que no—. Habló  entre la resignación y el enojo. Retiró mi mano con suavidad y comenzó a alejarse.

—¡¿Paul?! grité con zozobra.

No se volvió a mi llamado, continuó caminando hasta que desapareció de mi vista.

Tenía que ser una maldita broma.

—Parece que tú novio te ha dejado sola—. ¿Deberás Siegel? —expresé indiferente. No estaba para bromitas. Espera. — ¿Qué has dicho?
Alzó una ceja.

—Paul no es mi novio. —musite.

—Vaya, ese numerito les ha salido bastante bien. —intervino Ian.

Le asesine con la mirada.

—Su campo magnético de tensión va a terminar acabando con toda la electricidad de este lugar. —articuló Siegel.

—También puedo acabar con esa entrometida lengua que tienes.

—Tú lengua en mi boca es bienvenida. Me guiñó un ojo. Rodé los ojos y me reí por lo bajito. El tipo realmente me agradaba.

— ¿Tú también quieres mi lengua, Ian? Bromeó Siegel.

—Yo te voy a cortar la garganta, gilipollas —. Gruño.

Pasaron muchos minutos, largos minutos, un tiempo casi infinito hasta que Paul decidió aparecer.

Se tambaleaba con cada paso que daba, moviéndose torpemente entre la multitud hacia el lugar que suponía era en mi dirección.

¿Cómo terminamos en este punto?, para empezar.

Cada paso que estaba más cerca me percataba de algo. La mala forma en caminar, su aspecto desaliñado, la cabeza cabizbaja...todo indicaba una cosa. Estaba ebrio

Menuda solución.

Alcohol. Nunca entenderé porque siempre tiene que ser una solución tan tentativa que termina siendo la respuesta.

Suspiré. No había remedio ya. Era tarde para enmendarlo. Siegel e Ian estaban frente a mí separados lo suficiente como para dejar una brecha entre ellos. Brecha por la cual se dibujaba Paul.

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