Capítulo 3

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Sarah

Los rayos de sol entraban tímidos por la ventana de mi habitación, la tela de cortina blanca que cubría ésta privaba sutilmente la vista del exterior. Algunas ramas desnudas del árbol que estaban cerca de mi ventana parecían rasguñarla. Mi habitación se vestía en una fina penumbra que daba un aspecto ciertamente elegante y no perverso. El frío albergaba en el cuarto. Un frío templado que apenas te abrigaba la piel. Me giré de lado derecho en la cama para mirar la hora en la pequeña cómoda. El reloj marcaba las 9:05 am de un viernes. Salí de la cama y abrí completamente las cortinas.

El cuarto se inundó de una glacial luz.

Camine hacia a las puertas de cristal y salí al balcón. El ruido mezclado de los pájaros y los vehículos lejanos me abrumaron en cuanto salí. Me pose en brazos en la fachada de piedra que daban la forma a este. Esto era lo que más me gustaba de mi habitación. Este balcón con vista hacia el exterior de la calle, los pocos árboles que abundaban y los edificios que lo rodeaban. El cielo estaba teñido de un tenue azul mezclado con gris. El aire era fresco y el calor del sol tocaba mi piel suavemente. Estaba amaneciendo y yo disfrutaba de aquel espectáculo en vivo. Cosas tan simples como estas eran las que más disfrutaba. La vida nos lo daba, así de sencillo. Solo era cuestión de apreciarlo, porque al final es lo único que no se va a ir, siempre ha estado y siempre estará...—Luces muy reflexiva esta mañana. —Me sobresalte. La voz de Paul de interrumpió mis pensamientos. — ¿Qué...qué haces aquí? —me queje. —He tocado la puerta tres veces sin repuesta alguna. —La próxima vez antes de quejarte, asegúrate de tener una buena justificación. —Alce las cejas incrédula. Paul era el mejor amigo de Scott y también trabajaba para papá al igual que él. Llevaba unos elegantes pantalones negros y una camisa en cuello V azul marino que se le pegaba perfectamente, resaltando su trabajado cuerpo. Paul tenía unos bonitos ojos azules ceniza. Y una belleza natural. Del tipo que a simple vista es fascinante. —Eso no fue lo que yo te pregunté. —aclare. —Eres un fastidio, ¿sabes? —Contesto divertido. —Scott me ha pedido que te llamara para que bajes a desayunar. Fruncí el ceño. Algo en su respuesta me dijo que no me lo estaba diciendo todo. — ¿Y desde cuando Scott necesita que desayunemos todos juntos? —Desde que lo ha dicho, Sarah. —Tendrá sus razones. —Podrías compartirlas...—aventure. —Sólo baja ¿quieres? —puse los ojos en blanco. — ¿Ahora? —Sí, ahora. —replico. —Te iba a dar cinco, pero me temo que ya se nos ha acabado el tiempo. —Dijo al tiempo que tiraba de mi para salir de ahí. —Sigo en pijamas idiota. Forcejee, tratando de soltarme de su agarre. —Irrelevante. —mascullo y me arrastro fuera de mi habitación hasta que llegamos al pasillo y bajamos las escaleras. Me guío hasta la cocina y no me soltó hasta que estuvimos dentro. Menudo teatrito. —gruñí. Scott estaba en el otro extremo de la cocina, sirviendo café en un par de tasas. Cuatro para ser exactos. Iba a preguntar para quien era la cuarta taza cuando la voz de Papá surgió por detrás. —Buenos días a todos.  Sentí que no había escuchado su voz por mucho tiempo.

—Papá—farfulle sorprendida. Paul y Scott me miraban atentos como si esperaran cualquier tipo de reacción, menos esa tan comedida. La relación entre Papá y yo era algo tensa. No era mala, pero tampoco buena. Aún me costaba tomarle su papel en serio. No había estado en mi vida cuando se supone que un padre debe hacerlo, pero sí llego en los momentos que un hijo ya no necesita tanto de uno. —Sarah, hija. —dijo asintiendo con la cabeza.


— ¿Cuándo has regresado?

— ¿Por qué no me habéis dicho nada? —espete dirigiéndome a Paul y Scott.

—Anoche. —contesto mi padre. —No quise despertarte, perdónalos. Scott me ha visto llegar y Paul se ha enterado esta mañana.

—Y decidisteis que sería un secreto, hasta ahora. —concreté.

—No un secreto, Sarah. —hablo Scott.

—De acuerdo. Entonces disculparan que este en pijamas, porque vosotros no me habéis dado tiempo de nada. —mi voz fue hostil al hablar.

 —Sarah, por favor. —advirtió Scott.

La tensión se percibía en el ambiente.

Tome un respiro y asentí.

—Se van a enfriar. —dije señalando los cafés que aún estaban intactos.

 —Por supuesto. —Paul supo lo que hacía y me siguió la corriente. Me miro por un instante antes de coger las tazas y repartirlas a cada uno. Papá observaba atento a todo. Era un hombre de habilidades. Podía hacer mil cosas al mismo tiempo y a la vez nada. Supongo que en un trabajo como el suyo, las habilidades son fundamentales, demandan. Era jefe del cuerpo de policía. Eso lo decía todo. Francesco Vursatti, mi padre, a lo largo de los años se había convertido en un hombre ágil, estratégico e inteligente. Todo eso lo había llevado hasta donde estaba ahora.
— ¿Cómo te ha ido en Vancouver, Papá? —pregunto Scott, aniquilando el silencio que se había instalado.

Papá miro a Scott por unos largos segundos antes de responderle.

—Fue lo que esperaba. —contesto a secas.

Papá había estado viajando a Vancouver últimamente, aunque eran discretos debido a que no podía ausentarse demasiado. No conocía la razón de por qué pero estaba consciente de que existía. Me mantenía al margen y eso me calaba. Y más aún cuando él lo sabía y lo único había conseguido yo con ello fue una oración vacía, llena de preguntas cuyas respuestas no existirían. "hay cosas que son mejor mantener para uno mismo." fue lo que me dijo cuando empecé a hacer cuestionamientos. Aunque no estaba segura de que coño quería decir con eso pero suponía que como hija de Francesco Vursatti, eso tenía sentido para él, sin importar que para mí no fuera así en absoluto.

—Y bien, ¿Cómo esta tú hermana? —pregunto papá a Paul.

—Alena está bien, señor. —De hecho está por llegar hoy de París. —Paul anuncio mirándome con una ceja enarcada. Mierda. Lo había olvidado por completo. Alena llegaba hoy y yo tenía que ir por ella al aeropuerto. —Parece que alguien se ha olvidado de su mejor amiga. —dijo Scott socarronamente. —No seas idiota. —me defendí. Ambos sabíamos que sí lo había hecho pero no estaba dispuesta a dejarlo gozar con ello.

 —Sarah, tu vocabulario. —la voz de papá fue seria.

—Tuve dos excelentes maestros. —señale esbozando un sonrisa.
Paul y Scott se voltearon a ver con cierta confusión en los ojos. No era del todo cierto pero tampoco había mentido. Aun así no me moleste en decirlo. Me quede con sus fulminantes miradas. Papá solo se rio por lo bajito y meneo la cabeza en forma de negación.


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