Capítulo 16

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Sarah

El encuentro con mi padre ya era inevitable. Estábamos en su despacho. Su silencio era algo mortal, y la mirada en sus ojos tan potente que llegó a encogerme. Me quedé parada frente a su escritorio, impaciente. —Siéntate—ordenó.  Hice caso omiso a su petición y lo mire expectante. Francesco capto mi mensaje, y se paró con brusquedad. Puso la manos en el escritorio y agacho la cabeza. —¡Estoy cansado de ti! —grito entre dientes y volvió su atención a mí. Sus palabras no me hicieron daño en absoluto.

Silencio...

—¿Quieres seguir con esto? De acuerdo, Sarah. —Vamos a seguir con esto —. Gruño. — ¡¿Si no me dejas protegerte cómo pretendes que lo haga?! —No tienes que hacerlo. —Tome la pistola de su escritorio, apunte a la pared detrás de mi, quite el seguro y apreté el gatillo. El sonido del disparo lleno la habitación. Lo que acababa de hacer solo era resultado de lo que pasaba cuando me creían incapaz de valerme por mi misma. No necesitaba de nadie para cuidarme. 
—No llevo un apellido en vano. —Francesco.  En ese momento las puertas se abrieron con fuerza y Scott entro sobresaltado. —¿Qué demonios? Sus ojos cayeron en la pistola en mis manos. La deje caer sobre el escritorio, pase por su lado y me detuve antes de salir. —No me subestimen. —refunfuñe, y me aleje.

Me subí al auto y azote la puerta. Jarrick miro a través del retrovisor con desaprobación. —¿Por qué me miras así? —rezongue. —Te estás metiendo en problemas innecesarios, ¿De que te sirve? —Suspire. Porque en primer lugar no necesito nada de esto, y tampoco que me mantengan bajo protección. Y aún así insisten en exceder los límites. ¿Quieres tu explicarme porqué? —inste. —Escucha, Sarah —: Me necesitas más de lo que crees y requieres de la protección que sea indispensable, pero tu lo complicas todo. Tiendes a desafiar a tu padre y lo haces con éxito. Aprete los labios para evitar sonreír, una parte de mi estaba orgullosa de ello, pero la otra solo quería respuesta. ¿Qué me estaban ocultando? Si no obtenía respuestas, iba a encontrarlas. O ellas a mi.

Un mensaje de un número sin registro aparecía en la pantalla: <<Contables veces en mis manos y esto es lo que pasa.>> Fruncí el ceño. <<Número equivocado>> escribí y envíe.
La réplica me llego en unos segundos: <<Aquí la única equivocada eres tú. >> -Ian
Mi atavismo de reto se activo.
Se me disparo el corazón.

—<<¿Cómo conseguiste mi número? >>

—<<Ya lo he dicho.>>

Será capullo. ¿Qué estaba insinuando? <<¿Qué es lo quieres?>>

—<<A ti fuera de ese auto.>>

   ¿Qué...?

  —<< Mira hacia un lado. >> lo hice. Mire por encima de mi hombro disimuladamente ¿Cómo supo mi ruta?  —reconocí una Yamaha R-1 por su grabado, negra con rojo. Me quedé estupefacta ante esa bestia elegante en la que estaba montado Ian. Se complementaban perfectamente. Me tome unos segundos para observarlo con detalle. Llevaba el casco para ocultar su identidad. Chaqueta negra y botas le hacían conjunto. Un estilo propio de alguien que monta una moto así. Le daba un aspecto muy sugestivo, sexy y al mismo tiempo perturbador. Me devolví a la tierra. ¿Por qué me provocaba esa clase de pensamientos? Era fastidioso. Me mordí el labio de la poca vergüenza que sentía. Mi móvil volvió a vibrar. —En el primer alto es tu oportunidad. Se rápida. La tentación era mi fuerza de atracción. El auto se detuvo y el tiempo se contaba solo. Mire fugazmente a Jarrick. Totalmente ajeno a lo que hacía. Quite el seguro manualmente, abrí la puerta y eche a correr sobre mis tacones. Apenas me monte e Ian arrancó. Me sujete de su chaqueta, pero en el segundo que lo hice negó con la cabeza, me cogio de la manos y las puso a su alrededor. Su toque hizo que me ardiera la piel de una forma casi excitante. El motor rugia al ritmo de la velocidad. El recorrido era sedoso y ligero. Ian fue bastante hábil con los movimientos que hacía para perdernos el rastro al compás de cada kilómetro que avanzabamos.
La ciudad se quedó atrás para encontrar una ruta vacía y casi árida. Negar que no me sobrecogia el rumbo que tomamos no era más que una mentirá que quería creerme. Mi fuero interno me advertía que no jugará así y pensará en las consecuencias de mis acciones, pero eso era exactamente lo que que buscaba.

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