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Lo primero que aprendimos en clase de cine es esto:
La trama está siempre al servicio del personaje.
Siempre, siempre, siempre y sin excepción.
Cualquier profesor de escritura creativa que se precie te dirá exactamente lo mismo, y te hará repetirlo una y otra vez hasta que te suene tan natural como tu propio nombre.
Como principio general que rige el mundo de la ficción es tan inmutable como la teoría de la relatividad de Einstein. Sin ello, todo el entramado se desmontaría.
Toma cualquier película clásica (o cualquier película, en realidad), destrípala y entenderás a qué me refiero.
Vale, Vértigo, una película que se supone que cualquier estudiante de cine como yo debe conocer al detalle. El personaje de James Stewart, Scottie, es un detective cuya búsqueda de la verdad, obsesiva y obstinada, acompañada de un paralizante miedo a las alturas y la obsesión por una rubia muerta que raya la necrofilia, son precisamente las cosas que lo ciegan —su talón de Aquiles, por así decirlo— y lo hacen caer en la compleja encerrona de la que es víctima.
Supongamos, en cambio, que Scottie era un poli aficionado a los dulces. Habría sido más realista, pero no habría funcionado. Habría sido un poli atraído de forma inexorable por una tienda de donuts, no atraído por una femme fatale, y Hitchcock se habría quedado sin película.
¿Lo ves? La trama al servicio del personaje.
Tomemos otro ejemplo. Ciudadano Kane. A los críticos de cine les encanta decir que es la mejor película de todos los tiempos, y les sobran los motivos, porque lo tiene todo. Subtexto, dirección artística, puesta en escena... Todos los elementos que convierten una gran película en una obra de arte y no en un publirreportaje para Microsoft, Chrysler o patatas Lay's, como parecen ser las películas de ahora.
Bueno, pues Ciudadano Kane es la historia de un magnate de la prensa, Charles Foster Kane, en decadencia por su orgullo desmedido y
su ambición; las mismas cualidades personales que lo catapultaron a la cima, cualidades derivadas de una sobrecogedora fijación por su madre que deja a la altura del betún sus logros, arruina su matrimonio y, por último, destruye su vida.
Condenado por este círculo vicioso que llega hasta el fondo de su ser, el pobre y viejo Charlie muere solo y sin nadie que lo quiera, solo porque ha sido incapaz de soltar la teta de su mamá.
O, a lo mejor, no solo la teta..., porque la última palabra que Kane pronuncia con el último aliento, cuando abre el puño y deja caer esa esfera de nieve —o esa bola de cristal, o lo que sea, en la que no ha sido capaz de ver su futuro inmediato: que su vida no solo estaba jodida, sino acabada—, esa palabra, Rosebud, era, según cuenta la leyenda, una referencia velada incluida por Orson Welles al nombre cariñoso que William Randolph Hearst (el verdadero Charles Foster Kane) usaba para referirse a la vagina de su amante. Rosebud. La primera palabra que se oye en la película y la última que se ve, pintada en un trineo infantil lanzado a una caldera; las llamas van consumiéndolo y las letras van desconchándose hasta quedar en nada.
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LA SOCIEDAD JULIETTE
RandomAntes de que empieces a leer este libro, dejemos las cosas claras. Quiero que hagas tres cosas por mí. Uno. No te ofendas por nada de lo que leas a continuación. Dos. Olvida tus inhibiciones. Tres (y muy importante). A partir de ahora, todo lo que...