15
Todo el mundo ha estado en una situación como esta. Estás en una fiesta.
Estás ahí de pie —o sentada—, pensando en tus cosas, observando a tu alrededor. O a lo mejor estás con una amiga, hablando de chorradas que solo os importan a ti y a ella, riéndoos de vuestras propias gracias. Y de repente se os acerca un tipo.
No sabes quién es, ni tu amiga tampoco. Ni siquiera recuerdas haberlo visto antes. Pero es posible que lo vieras un momento al llegar y no le has dado más importancia. Hasta puede que le hayas sonreído sin darte cuenta. Sin querer, en realidad. Y él lo ha malinterpretado como una señal, para que tome la iniciativa.
Y ahora está ahí, de pie delante de ti. Dice «hola» y se presenta, porque para él una fiesta es un sitio donde se supone que conoces gente. Y ha decidido que quiere conocerte. Pero eso no significa necesariamente que tú quieras conocerlo a él. De hecho, con treinta segundos en su compañía te basta y sobra para decidir que no es así. Acabas de conocerlo, pero ya sabes absolutamente todo lo que querrías o necesitarías saber sobre ese hombre. Y ya estás tratando de encontrar la manera de quitártelo de encima.
Esta es esa fiesta. Dickie es ese tipo.
Dickie trabaja en la industria del cemento. Premezclado. Ha trabajado en el sector de la construcción y los conglomerados durante toda su vida laboral. Es el presidente y el consejero delegado de una de las mayores empresas mundiales de suministro de materiales para la construcción. El cemento es su vida y es un verdadero apasionado del tema. Está intentando convencerme de que los primeros usos documentados del cemento son tan importantes para la historia del mundo como el descubrimiento del fuego. Que su oficio en la vida es tan importante para el desarrollo cultural de la humanidad como la arqueología, la medicina y la filosofía juntos.
Pero no es ninguna Madre Teresa. Dickie tiene sucursales en todas las zonas de conflicto del mundo. Está fabricando cemento suficiente para reconstruir los países con mayor rapidez de lo que tardan en ser destruidos.
—La guerra es un gran negocio —me dice.
Anna habla con el amigo de Dickie, Freddie, un gestor de fondos de inversión. Está risueña y parece que se divierte. Puede que Dickie esté podrido de dinero, pero sus dotes para la conversación son tan áridas como el sector para el que trabaja. Dickie es un coñazo. Se me van a dormir hasta las bragas de puro aburrimiento.
Si llevara bragas, claro. Si las llevara, a estas alturas Dickie ya habría conseguido que se durmieran de aburrimiento.
Pero no llevo.
Lo que llevo es lo siguiente: una cinta de encaje negro con flores que me cubre los ojos, medias blancas hasta la rodilla, zapatos de tacón de aguja y con tira trasera de color rojo y, tapándome con ella por encima como una manta, una capa que me llega hasta el suelo, color rojo rubí para que haga juego con mi pintalabios favorito. Esta vez no llevo ropa interior.
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LA SOCIEDAD JULIETTE
De TodoAntes de que empieces a leer este libro, dejemos las cosas claras. Quiero que hagas tres cosas por mí. Uno. No te ofendas por nada de lo que leas a continuación. Dos. Olvida tus inhibiciones. Tres (y muy importante). A partir de ahora, todo lo que...